Hay otros que luchan un año y son mejores,
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos,
Pero hay los que luchan toda la vida… esos son los imprescindibles.
– Bertolt Brecht
Efectivamente, la construcción del pueblo organizado presupone la participación popular, consciente, colectiva y organizada. Sin embargo, hay diferentes tipos y niveles de participación. Algunas veces unos grupos de activistas forman colectivos en torno a demandas inmediatas que se consideran concretas (programas de salud, educación gratuita, libertad a los presos políticos, respeto a los derechos humanos, defensa de la tierra, protección al medio ambiente, etc.,) otras veces a demandas más abstractas o generales (libertad, democracia, equidad, dignidad, etc.) Algunos de estos colectivos pueden variar en tamaño desde algunos cientos, hasta colectivos de dos o tres personas. Utilizan variadas formas de organizarse, como los círculos de estudio, colectivos de teatro, arte, grupos de presión, grupos de solidaridad, organizaciones estudiantiles, círculos obreros, brigadas, bandas etc. Muchas veces, estos colectivos están vinculados unos con otros a través de la solidaridad, aunque no exista ningún vínculo orgánico necesariamente. Otras veces, el pueblo se organiza en comunidades o barrios enteros en resistencia. Estas luchas pueden ser reactivas, es decir, que responden a la ofensiva del Estado, por ejemplo, cuando éste amenaza con quitarles la tierra , o afectar el medio ambiente , o para destituir algún gobernador o funcionario corrupto. En otros casos, la organización de la comunidad es proactiva, es decir, no sólo reacciona ante la embestida del Estado, sino que toma la iniciativa en su proceso de organización, y comienza a construir espacios autónomos, en lo político, económico, cultural, etc .
Todas estas luchas son sumamente importantes y la participación del pueblo en ellas es fundamental, pues es precisamente en estos espacios de resistencia en donde se está gestando el embrión de la rebeldía. Sin embargo, éstas no son suficientes para la transformació n social si se mantienen aisladas y atomizadas, sin formar parte de un proyecto político amplio e integral que no sólo construya la resistencia, sino que esté orientado hacia la ruptura con el sistema capitalista y hacia la construcción aquí y ahora de la sociedad nueva, un proyecto de lucha que vincule lo político con lo económico, social, cultural, ideológico, etc. Concebir la resistencia de forma atomizada evita ver la integralidad del sistema capitalista, que funciona como una totalidad que ejerce su dominación en todos los aspectos, desde el poder político hasta el biopolítico, desde lo económico hasta lo social y cultural, a través de la coerción pero también de la sumisión ideológica. Este es un error característico de aquellos que basan su práctica en las “políticas de identidad” que buscan llegar a una transformació n social en el terreno de lo simbólico, de la construcción del individuo diverso, pero desligado de la totalidad del sistema. Por el contrario, la vinculación orgánica de las diferentes luchas, resulta en algo más que la suma de las resistencias. Resulta precisamente en la articulación entre lo político y lo biopolítico, en la integralidad de las alternativas o propuestas de ruptura con el actual estado de cosas. Es precisamente esta unidad de lo diverso, lo único que puede ofrecer una alternativa real al sistema capitalista en tanto que en la resistencia se va construyendo el tejido de la nueva sociedad; en el proceso de ruptura del sistema de opresión nace la alternativa de poder. De las ruinas de Ilión surgen las Acrópolis del mañana… pero de ese mañana que ya empezó precisamente hoy.
Ahora bien, no estamos sugiriendo aquí una organización rígida, vertical y jerárquica, como los partidos tradicionales, que desde su Comité Central podían imponer una línea política totalizante que sería seguida ciegamente, sin ser cuestionada, por todas las diferentes estructuras del partido, así como por sus organizaciones de masas. Este esquema pretendía homogeneizar una sola visión, una sola identidad, un sólo camino por el que todos los sectores explotados tendrían que marchar, revistiéndose de una uniformidad de pensamiento y práctica, negando la realidad misma, que como ya antes mencionábamos, nos presenta un sujeto amplio, heterogéneo, complejo y diverso. Por el contrario, cuando hablamos de vincular orgánicamente las diferentes luchas, nos referimos precisamente a ese instrumento (o instrumentos) amplio que permitirá potenciar la diversidad del pueblo dentro de una alternativa de poder integral, nos referimos a la unidad de lo diverso “a lo práctico” como diría Althusser.
Este instrumento organizativo, requiere necesariamente de un nivel de participación que vaya más allá de lo espontáneo, más allá de lo coyuntural, es decir, requiere de la participación militante, requiere de la acción estratégica de militantes comprometidos con la lucha del pueblo. Por supuesto, todo tipo de participación en la lucha es necesaria para la transformació n; sin embargo, consideramos que la participación militante es pues, imprescindible, en la construcción de un proyecto de ruptura y de una sociedad alternativa.
¿Qué significa la participación militante?
Cuando hablamos de militancia nos referimos a un compromiso de lucha, con un proyecto integral de transformació n social; un compromiso que lleve la práctica política de lo espontáneo y coyuntural a lo estratégico; un compromiso con la liberación de nuestro pueblo. La militancia implica una forma de vida dentro de la lucha, implica una constante preparación y formación teórica y práctica. La militancia es un compromiso y entrega con el pueblo en lucha, a través de un proyecto integral de acción, que es el instrumento por medio del cual se realiza este compromiso. Todo proyecto de transformació n social cuenta con colaboradores y simpatizantes, según las posibilidades y la disposición de los individuos, sin embargo, son los militantes quienes forman la columna vertebral de la organización.
Los militantes deben de conocer bien los objetivos y los principios de la organización, los planteamientos políticos, sus bases teóricas, su metodología, su estilo de trabajo, etc. El militante tiene el deber de fortalecer su proyecto de lucha, de hacerlo viable, de defenderlo, pero ante todo, tiene también el deber de dar por terminada su militancia en ese proyecto cuando considere que no se está realizando ahí su compromiso con el pueblo. En este sentido, la militancia no es ciega sino que se deriva del compromiso que tiene el militante con la transformació n social, y es este compromiso el que debe prevalecer ante todo. Por ello varios movimientos sociales hoy le han dado el nombre de mística a ese compromiso, no de palabra sino de vida con la lucha liberadora de los pueblos.
El nivel y el tipo de militancia dependen también de las condiciones históricas (objetivas y subjetivas) en que se desarrolle la lucha, así como del nivel de contradicción o antagonismo entre las clases. Esto quiere decir, por ejemplo, que en circunstancias en donde la lucha ha pasado ya a niveles de violencia intensa, o cuando ésta se desarrolla en un clima de criminalizació n, terrorismo de Estado o de fascismo, la militancia puede requerir de formas de vida más duras, como la clandestinidad o la constante persecución, y se tienen que seguir una serie de medidas de seguridad más rígidas, mientras que cuando la lucha es fundamentalmente política, y no se ha llegado a esos niveles, la militancia implica otras formas menos estrictas. Sin embargo, lo que define a la militancia, en cualquiera de estos casos, es que se trata de una forma de vida en la lucha, que requiere de disciplina y entrega; una entrega consciente a la causa de la liberación de nuestro pueblo, a través de sus instrumentos de lucha.
Ahora bien, cuando decimos que la militancia es una forma de vida y que ésta tiene que observar cierta disciplina, no queremos decir con esto que tenga necesariamente que sacrificar nuestra vida personal, ni que esta disciplina sea una disciplina mecánica que anteponga las obligaciones de la organización al interés personal. Este ha sido uno de los principios de la militancia en algunas organizaciones políticas, que han exigido a sus militantes la total entrega y sacrificio por su organización, por encima de sus intereses personales, llegando a borrar incluso al sujeto, el cual se convierte en un simple medio –objeto– para la realización del interés organizativo. En algunos casos, compañeros artistas, o escritores, o que destacaban en alguna actividad, tenían que dejar sus intereses, pues las necesidades del partido requerían que cubrieran otras necesidades más importantes, aun a costa de su propia satisfacción. Esta forma de militancia ponía en contradicción y abierto antagonismo al individuo frente al colectivo, al interés personal frente al interés de la lucha.
Este dilema entre la vida personal y la vida militante, de hecho, ha existido desde tiempos inmemoriales, y no se reduce al ámbito de la lucha política. Este ha sido un tema recurrente en el desarrollo de las civilizaciones y se ha reflejado en su literatura. Cuando Odiseo, por ejemplo, trata de convencer a Aquiles de que no abandone el combate en Troya, éste le revela el dilema que le fue anunciado en voz de su madre, la diosa Tetis: “Si me quedo aquí a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto” . En este caso, el dilema se presenta entre la entrega a una larga vida familiar, personal y tranquila, que le es prometida a Aquiles si abandona la lucha, o una corta vida llena de dificultades y sacrificios en el combate, pero que resultará en la trascendencia de sus acciones a través de las generaciones.
Quizá sea mejor y más ilustrativo el caso de la literatura del folklore celta y las leyendas de caballeros medievales para ejemplificar este dilema. Casi la totalidad de los relatos artúricos se desarrollan en un conflicto constante entre el deber y el amor, entre el honor y el bienestar personal. El héroe de estas leyendas, es siempre un caballero andante, de la corte del Rey Arturo, que movido por el deseo de conquistar el honor tiene que llevar a cabo alguna empresa, por lo que ésta se vuelve su único objetivo, y deja todo atrás obsesivamente. El cumplimiento de la empresa se vuelve su destino, pero para poder lograrlo, el caballero tiene que sufrir numerosas dificultades y sacrificios, arriesgando incluso hasta su propia vida. El éxito, sin embargo, depende en gran medida de su lealtad y su disposición a dejar todo por el deber. En la búsqueda del Grial , Perceval consigue llegar hasta el Castillo del Grial gracias a sus sacrificios, entre los que están incluso el amor a su madre, quien muere por el abandono de su hijo. Por el contrario, Gawain, fracasa constantemente pues sucumbe ante los placeres mundanos al quedar atrapado en el Castillo de las Damas. Quien logra finalmente llegar hasta el Grial es Galaad, el más puro de los caballeros, pues es él quien sacrifica todos los placeres anteponiendo siempre el deber. El caso de Lanzarote, es quizá el mejor ejemplo del polo opuesto, pues éste, a pesar de ser el mejor de los caballeros del Rey Arturo, no consigue tener éxito, pues se ha entregado al amor de la Reyna Ginebra. Este amor prohibido lo obliga a tener que decidir una y otra vez entre su lealtad al Rey Arturo y su amor por Ginebra. En última instancia, es esta pasión amorosa –que pone en entredicho el honor y el deber– la que logra finalmente destruir el reino artúrico.
En un caso todavía más drástico, Oliveros de Castilla, un caballero andante que fue desterrado de su propio reino al peligrar su honor, no duda en matar a sus dos hijos –a pesar del terrible dolor que esto le causa– para con su sangre recompensar los servicios de su leal compañero, Artus Dalgarbe, y está incluso dispuesto a quitarle la vida a su propia esposa para cumplir su palabra empeñada y así salvar su honor . Ante el dilema entre el amor de padre o de esposo y el deber, un caballero no tendría la menor duda, tendría que primar el deber.
Pues bien, este esquema de honor caballeresco se puede reflejar muy bien en las organizaciones políticas, que tradicionalmente han antepuesto el deber antes que la satisfacción personal, o que el amor familiar. La tesis que aquí presentamos, sin embargo, es que este dilema sempiterno puede no ser tal, es decir, su resolución no tendría que pasar por el sacrificio de uno u otro polo. De hecho, el tener que escoger, por ejemplo, entre la familia y la lucha, ha hecho que muchas veces compañeros valiosos opten por dejar la lucha. O por el contrario, compañeros que al sacrificar todo por la causa del pueblo, han terminado por aislarse totalmente de sus familiares y amigos, con quienes entran en fuertes conflictos, lo que al final de cuentas los va desgastando psicológica y emocionalmente.
Cuando hablamos de que la lucha tiene que ser un proyecto de vida no queremos decir con ello que se pierda nuestra vida por la lucha, sino que nuestra vida camine en una orientación de lucha revolucionaria, que nuestros placeres y satisfacciones personales, como la vida de pareja, la vida familiar, la formación académica, etc., se conjuguen con los procesos de lucha; que nuestras capacidades e intereses personales, como podrían ser el arte, la música, la danza, la escritura, la informática, la radioafición, etc., no se vuelvan obstáculos para la militancia ni queden enterrados debido a las tareas del partido, sino que puedan encontrar su desarrollo en la lucha y potenciar a la organización. Por supuesto, tampoco se puede sacrificar la lucha por el interés personal. Tiene que haber un balance entre estos dos polos. Si bien es cierto que este balance es difícil de lograr, creemos que es imprescindible para la continuidad de toda organización política.
Este balance no se entiende como una simple unión de dos partes, en el sentido de que exista la vida personal aparte de la vida política y sólo se necesite sumar estas dos, o llevarlas de forma paralela. Esto presupondría una vida política diferente a una vida personal, como dos ámbitos de vida independientes uno del otro. Lo que queremos decir aquí es que la vida política es también la vida personal. En este sentido, el reto es crear una vida de lucha en la que haya desarrollo personal y colectivo, una vida de lucha en la que haya amor, humor, creatividad, apoyo mutuo, dinamismo, etc. Todo militante necesita buscar la conjugación de su proyecto de vida con su proyecto de lucha. (Continuará…).
*Abogado,Analista Político y militante del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).Moderador de los Programas Informativos y de Opinión, «Micrófono Abierto»,»Lo que se Habla» y «Caminos Libres», transmitidos de lunes a viernes de 12 m a 2 pm por la Emisora Comunitaria «Llovizna» 104.7 FM, y los días martes de 7 pm a 8 pm y domingos de 8 pm a 9 pm, por la Emisora Cultural, Informativa y de Entretenimiento perteneciente a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG, Corporación para el Socialismo) y del Sistema Nacional de Medios Públicos, «La Voz de Guayana», 89.7 FM, respectivamente. www.juanmartorano.blogspot.com , http://www.juanmartorano.tk/ . jmartoranoster@gmail.com , j_martorano@hotmail.com , juan_martoranocastillo@yahoo.com.ar