Cuando el 12 de Octubre de 1492, Cristóbal Colón y sus acompañantes fueron recibidos por los hospitalarios aborígenes de la Isla La Española (actual Haití y Republica Dominicana), aquellos no se presentaron como españoles, sino como cristianos, emisarios de los reyes católicos. Es decir, no tenían conciencia de España como una comunidad o proyecto político.
No podía ser de otra manera. Las circunstancias del siglo XV hicieron que musulmanes y judíos “abandonasen” la Iberia para que los reyes católicos se aventurasen al mundo “desconocido” (sin ningún proyecto, ni para adentro, ni para las colonias), en busca de la ruta comercial alterna hacia el Oriente, provistos únicamente de una supersticiosa fe en el Dios desconocido.
Pasaron ya más de 500 años de aquel histórico matrimonio real (entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, ambos primos) que daría origen a España (como proyecto político). Pero, la realidad nos muestra que dicho “proyecto”, aparte de haber dado origen al idioma castellano (confundido como español), no pudo cuajar ni como nación, ni como Estado de Derecho.
Los catalanes, al igual que los vascos, emprenden sus rutas independentista porque jamás se sintieron parte del proyecto de la nación española, al igual que otras nacionalidades. Mucho más, ahora, cuando emerge con brutalidad lo bárbaro del Estado español que diluye todos los derechos, de los suyos y de los visitantes.
De colonizador a colonia franco alemana
Los reyes católicos y sus súbditos fundamentaron sus proyectos de vida y aventuras coloniales en la fe, en la creencia, y postergaron (censuraron) la razón y la ciencia como “herejías”.
Fueron los únicos reyes en la historia occidental que recurrieron a la “Santa Inquisición” para aniquilar la inteligencia-ciencia creativa. Así, promovieron e importaron (hacia las colonias) súbditos creyentes, mas no ciudadanos pensantes/creativos.
Esta postergación de la razón, de la ciencia, impidió que España aprovechase su histórica hegemonía política de entonces para modernizarse y constituirse en un actor determinante en la geopolítica europea y mundial. España derrochó riquezas saqueadas de pueblos enteros en suntuosidades religiosas.
Si bien muchos/as españolas ya no creen en el Dios desconocido de antaño que trajeron sus abuelos “cristianos” hacia las colonias, sin embargo, continúan creyendo/asumiendo el cuento de “ser superiores” cultural y genéticamente sobre los latinoamericanos, africanos y asiáticos.
Siguen creyendo en su Monarca, y por eso lo mantienen allí, más allá de su retórica de “demócratas”. No se atreven a abandonar o desafiar al Euro (moneda) por más que este tótem fue pensada como herramienta para hipotecarlos. Sus abuelos fueron apologetas/misioneros del Dios desconocido (en cuyo nombre trasquilaron pueblos enteros). Ahora, ellos son creyentes/súbditos del Euro, en cuyo nombre los trasquilan.
La élite política y económica de este país sureño de Europa, al igual que en Italia, hizo que los “súbditos” españoles se ilusionasen con el proyecto de la Unión Europea como la panacea para dar el salto del burro al avión (sin pasar por el automóvil), y así convertirse en el soñado país moderno europeo. Pero, no hubo suficientes “herejes” que se percatasen que Francia, Alemania y los otros de más arriba estaban convirtiendo a España en gendarme (vigilante) mal pagado de las fronteras del sur (para que africanos migrantes indeseados no inundasen la eurofiesta).
La eurofiesta terminó, aunque la eurocracia aún tiene oxígeno mientras no haya suficientes “mentes inquietas”. Y la historia se repite: los comensales se retiran a la siesta, mientras la servidumbre de creyentes asea la casa, sin derechos, ni oportunidades. No es la primera vez que España es colonizada, ni es por vez primera que colonizados sueñan con ser partícipes en el banquete de sus amos.
El 12 de octubre, más allá de denunciar el holocausto cristiano de nuestros abuelos, y la subsiguiente institucionalización del racismo en el Occidente, tiene que ser un momento para reflexionar sobre las condiciones de colonialidad que padecen incluso los pueblos colonizadores de otrora. Un momento para sumar esfuerzos y emprender los caminos libertarios del Sur insurgente.