La creencia en la existencia de un Estado poderoso se basa en la necesidad de protección, en la fe en que sólo una entidad superior puede cuidar de nosotros y mantener nuestro mundo en su sitio. Es así como el poder identifica o inventa los peligros (viene a ser lo mismo una que otra) de manera que el diseño ideológico de estos permite administrar los remedios y dirigir las conciencias.
Todos estos miedos que nos van creando a través de una inmensa tela de araña que conforma la maquinaria del Estado (medios de comunicación, policía, ejército, partidos políticos, sindicatos,…) nos exigen grandes sacrificios a nivel personal así como una competitividad salvaje, un adoctrinamiento de las conciencias, un rearme de los arsenales y, sobre todo, una sumisión total. Al trenzar este cúmulo de temores consiguen configurar una herramienta para el chantaje individual y colectivo, previa degradación de la política en beneficio del mercado y de la supuesta seguridad.
Así pues, el Estado comprende perfectamente que el miedo es un factor vital. Él mismo lo tiene, su mayor temor es la revolución de las personas y sabe que dicha revolución será inevitable en el momento en que a todos nos dé por pensar y reflexionar acerca del mundo que nos rodea y su funcionamiento. La conclusión lógica de todo esto es que el propio Estado patrocina y fomenta el mayor de los miedos que puede sufrir el ser humano: el miedo a pensar.
Para perfeccionar este modelo y alejar toda tentación de ejercitar la libre conciencia, el Estado nos ha bombardeado (y continua haciéndolo más que nunca) con una infinitud de banalidades, con la esperanza (muy bien fundada) de mantener nuestro pobre intelecto ocupado. Así es como, en cuestión de muy poco tiempo, hemos pasado de preocuparnos por cómo mejorar nuestras vidas de una manera activa, a ceder todo el protagonismo al aparato estatal, quedando relegados a simples niños de teta esperando a que el Estado nos facilite nuestras vidas.
La esperanza de construir un mundo mejor, o por lo menos de acabar con el que tenemos en menos de un periquete, pasa por superar ese miedo a pensar porque el pensamiento cuando es verdaderamente libre adquiere unos tintes revolucionarios y subversivos que son los que necesitamos para revertir el actual estado de las cosas. La libre conciencia es despiadada con los privilegios y las instituciones establecidas porque sabe que no son justas, es terrible con las costumbres establecidas porque comprende que son relaciones de servidumbre impropias del ser humano, es indiferente a la autoridad porque entiende que es totalmente arbitraria y carente de fundamento humano (únicamente concebida bajo criterios económicos). Por eso hay que derrotar el miedo que es el único impedimento para el avance del ser humano hacia un nivel superior de sociedad.