Autor: Carlos de Urabá
En Egipto sólo el dolor y la muerte han logrado estremecer las estructuras de un sistema criminal y explotador que buscaba perpetuarse en el poder.
Nada más salir del aeropuerto del Cairo pregunté por el autobús con dirección a la plaza del Tahrir. Un señor amablemente me respondió: ¿cuál: el lento o el rápido? -El más rápido, por favor – entonces tome el 356, el « Tahrir express » La verdad que de express tan sólo tenía el nombre pues se demoró una eternidad en llegar al centro de la ciudad. Desde ese instante comprendí que la revolución egipcia va a tener que recorrer un largo, un larguísimo camino.
Cuando llegué a la plaza del Tahrir me encontré un panorama desolador: apenas permanecían en guardia un puñado de incondicionales dedicados a pintar pancartas y levantar tiendas de campaña.¿qué habrá sido de esas masas enfervorizadas que gritaban hasta la extenuación: ¡Mubarak vete ya ! ¡Libertad, libertad!?
El caso es que el pasado 17 de diciembre los manifestantes que ocupaban la plaza exigiendo la renuncia de la Junta Militar fueron desalojados brutalmente por la policía. Tan demencial acción dejó 13 muertos, cientos de heridos y un número indeterminado de detenidos. El general Abdel Moneim Kato, declaró: « esos vagabundos deberían ser quemados en las incineradoras de Hitler. Esta no es la juventud pura y respetable que todos deseamos »
La Junta Militar acusó a los manifestantes de « contrarevolucionarios » « los soldados han tenido que responder con firmeza ante la barbarie terrorista »
Ahora resulta que los cómplices del dictador Mubarak y directos culpables de las masacres contra la población civil se han convertido por arte de magia en los « adalides de la democracia »
La plaza del Tahrir no es muy bonita que digamos. Para ser sinceros es un verdadero adefecio. Los edificios que la rodean son construcciones decrépitas de sucias fachadas. Encima el tráfico enloquecedor la hace aún más inhabitable. En el círculo central, donde debería haber un jardín florido o quizás algún monumento alegórico a los mártires del « 25 de Enero » no hay más que un lodazal plagado de basura. Este es el último bastión revolucionario, un verdadero oasis donde vienen a calmar la sed de justicia los oprimidos y marginados. Únicamente las fotos desteñidas de los mártires colgadas en los postes de la luz nos revelan que allí resisten los últimos mohicanos, o « vagabundos » -como no dudó en calificarlos el General Kato-
La « hogra » o el desprecio a los más humildes es uno de los rasgos característicos de una sociedad marcada por las castas y los privilegios de clase.
Definitivamente en las calles y en las plazas es donde se libra la batalla decisiva para construir un nuevo Egipto. Sólo con el puño en alto, dando la cara y poniendo el pecho serán escuchadas sus demandas.
La Junta Militar ante las crecientes protestas se vio obligada a convocar elecciones parlamentarias y adelantar el transpasó del poder a los civiles para el próximo verano. Los egipcios incrédulos por naturaleza exclaman ¡inchallah! El mariscal Tantaui, « rais » de facto, advirtió al pueblo que: «sólo en las urnas pueden decidir pacíficamente su futuro» -Un futuro tutelado por los militares donde la manipulación y la mentira seguirán campando a sus anchas.
Los ciudadanos de esta urbe de 22 millones de habitantes se han acostumbrado a soportar los embotellamientos de tráfico y la contaminación ambiental. A la gran mayoría no les queda más remedio que armarse de valor y continuar la rutina diaria en pos de un insignificante salario que les asegure la supervivencia.
La imágen romántica que teníamos de la Plaza de la Liberación con sus palomitas revoloteando por el cielo se hace añicos. Y lo más duro quizás sea el comprobar el ignominioso castigo que han recibido los manifestantes. Sin consideración alguna los ha tratado peor que fieras salvajes. Por ahí deambulan silenciosos, con la cabeza vendada, los ojos reventados por las pelotas de goma que disparan los antidisturbios de la policía; las piernas y los brazos rotos en la refriega. Los más graves, trastabillean apoyándose en muletas e intentan aguantar el tipo sacando fuerzas de flaqueza. No sé, esto parece más una procesión de espectros salidos del mundo de ultratumba, ánimas en pena que porfiadas se niegan a partir al más allá.
En nuestro recuerdo permanece imborrable aquel 11 de febrero del 2011 cuando un millón de personas se reunieron en el Tahrir a exigir la renuncia del dictador. Ante tamaño desafío Mubarak ordenó sacar los aviones de combate, los tanques y los soldados. Los « forajidos » habían violado la Ley de Emergencia –vigente desde hace 30 años- poniendo en peligro el « orden establecido y el estado de derecho » Pero el pueblo perdió la mansedumbre y el miedo atávico enfrentando con arrojo la brutal represión desatada por las fuerzas de seguridad. Un combate desigual que dejó el trágico saldo de 900 muertos, 3.000 heridos y 5.000 personas detenidas.
Tan luctuosos sucesos fueron trasmitidos en vivo y en directo por las cadenas de televisión de medio mundo. Gracias a estas imágenes la opinión pública y los líderes políticos occidentales obligaron a Mubarak a frenar la maquinaria de muerte. O de los contrario tengan la completa seguridad que no le hubiera temblado la mano en aplastar la rebelión a sangre y fuego.
Por vez primera los musulmanes y cristianos, las clases bajas, las clases medias, la burguesía marchaban codo a codo por las calles y avenidas con un mismo objetivo: derrocar al tirano. Los manifestantes empecinados en cambiar el rumbo de la historia mantuvieron un pulso durante semanas. Hasta que el 11 de febrero del 2011 a las 20:30 horas el vicepresidente Omar Suleimán caricontecido anunció la renuncia de Mubarak. Entonces, se desató el más delirante y apoteósico carnaval. Aunque, tras las orgíasticas celebraciones, pronto se dieron cuenta que los habían estafado, que todo se trataba de una ilusión pasajera. La Junta Militar, liderada por el mariscal de campo Tantaui, asumió las riendas del poder proclamándose el « salvador de la patria »
Esta hazaña es todavía más meritoria si se tiene en cuenta que Mubarak contaba con el apoyo incondicional de EEUU y la Unión Europea. El tirano defendía fielmente los intereses económicos y geoestratégicos de sus socios. Además de erigirse en el verdugo del fundamentalismo islámico. Por tan inestimables servicios era recompensado con miles de millones de dólares en « donaciones » Incluso Washington ya habían dado el visto bueno a la entronización de su bienamado hijo Gamal. Una sucesión dinástica que prometía revivir el glorioso imperio faraónico.
Indudablemente el triunfo de la revolución tunecina fue indispensable para que el pueblo egipcio recobrara la conciencia. -el 47% de la población la constituyen jóvenes menores de 21 años completamente excluídos y marginados – la condiciones estaban dadas de antemano y sólo faltaba encender la mecha y provocar el estallido revolucionario. Quienes activaron la bomba fueron los internautas y cibierblogueros, estudiantes, intelectuales, una minoría de privilegiados, que utilizando el internet, los teléfonos móviles, los mensajes SMS o el Twitter organizaron una de las protestas políticas más sorprendentes de la historia contemporánea.
Observemos que de los 90 millones de habitantes que tiene Egipto el 55% pertenecen al mundo rural. Es decir, que la mayoría son campesinos enquistados en un estadio primitivo donde la miseria y el analfabetismo es la constante. La revolución egipcia, por lo tanto, se circunscribe al medio urbano donde gracias a los adelantos tecnológicos se ha desarrollado el pensamiento crítico y una actitud más contestataria.
Un año después de iniciada la revuelta la plaza del Tahrir se ha convertido en un zoco.- Bueno, el Cairo de por si es ya un gran mercado al aire libre- donde pululan los vendedores ambulantes; unos comercian con los recuerdos de la « zaura » o intifada: banderas, pines, camisetas; otros arrastran sus carretillas donde preparan los más variados platillos: batata asada, koshari, sajdab, ful o habas. Entre tanto los manifestantes reunidos en corrillos comentan los titulares de la prensa matutina. Lo que más les impacta es una foto en la que se ve a Mubarak echado en un camilla a las puertas del tribunal que lo está juzgado por crímenes de lesa humanidad. Según dicen si se demuestra su culpabilidad puede ser condenado a la horca. Al menos esta noticia les levanta la moral y arranca unas sonrisas de satisfacción entre los presentes. Con mi cámara de fotos me dedico a plasmar instantáneas para ilustrar este reportaje. Aunque tengo que desistir de mi accionar la gente desconfiada me recrimina. Y no es para menos pues los « baltaguia » o matones de la disuelta seguridad del estado, siguen actuando impunemente.
Es asombroso como estos « chebab » o jóvenes procedentes de los barrios más paupérrimos del Cairo se niegan a dar su brazo a torcer. Desde luego que merecen toda nuestra admiración y respeto. Aunque quizás su sacrificio sea inútil tan valerosa actitud los ennoblece. Lo cierto es que no tienen nada que perder; sin empleo, sin estudios, sin posibiliades de formar un hogar, avocados a un futuro de servidumbre y explotación prefieren vender cara la piel antes que pudrirse de asco. Al menos como mártires alcanzarán en el yenna o el cielo la más preciada de las recompensas.
El día 18 de diciembre del 2011, tras los infructuosos llamados de la sociedad civil para que los militares entreguen el poder, se recrudecieron los enfrentamientos. En medio del fragor de la batalla campal la biblioteca de Napoleón, que contenía libros y documentos valiosisimos, fue consumida totalmente por las llamas. « ¡No queremos papeles, queremos pan! » -vociferaba el populacho. Acto seguido el mariscal Tantaui ordenó construir un muro con bloques de hormigón reforzado con alambre de púas.- Se nota que se han inspirado en el método utilizado por los sionistas en la Palestina ocupada- En un mensaje urgente transmitido por la televisión nacional el mariscal de campo, -antiguo ministro de defensa con Mubarak- en tono autoritario espetó: « regresen a sus casas, vuelvan al trabajo. La revolución ha terminado. Es la hora de la democracia »
¿Si el gobierno egipcio ha firmado un tratado de paz con Israel, por qué no puede firmarlo también con su propio pueblo?
Los resultados de las elecciones parlamentarias llevadas a cabo entre el mes de diciembre del 2011 y enero, del 2012 no admite discusiones: los Hermanos Musulmanes y los Salafistas han obtenido el 65% de los votos. Los dos partidos serán los protagonistas de la « transición democrática » aunque tendrán que pactar con los militares, sus más acérrimos enemigos, el reparto de las cuotas de poder. Por otra parte, los Estados Unidos y la Unión Europea, se encargarán de tutelar el proceso impidiendo cualquier intento desestabilizador que ponga en peligro la seguridad de Israel y la vigencia de los tratados de paz firmados en 1979 entre Anwar el Sadat y Begin en Camp David.
Los Hermanos Musulmanes desarrollan desde hace tiempo una importante labor de ayuda humanitaria en pro de las clases menos favorecidas. Esta « cofradía » suple el vacío que dejan los organismos estatales en temás tan sensibles como: salud, alimentación, cultura, recreación y deporte. Los Salafistas, patrocinados por Arabia Saudita, están decididos a ejercer el papel de guardianes de la ética y la moral más ortodoxa. No obstante, ellos advierten que su prioridad es promover un islam « abierto y moderno » Ambos movimientos, proscritos y perseguidos durante el gobierno de Mubarak, recibieron el espaldarazo de millones de votantes desencantados con los políticos tradicionales sinónimo de latrocinio y la corrupción. El proyecto de un Egipto secular y laico promovido por algunos intelectuales progresistas ha fracasado por completo. La mujer, por el momento, tendrá que resignarse a seguir bajo la tutela de las autoridades religiosas y el estado patriarcal. El veredicto de las urnas es inapelable: se ha refrendado la teocracia y las leyes coránicas vertebrarán la nueva constitución del país.
Cae la tarde en el Tahrir y los amotinados comienza a encender hogueras para ahuyentar el frío invernal. Mientras los heridos envueltos en mantas se echan a dormir en las tiendas de campaña alguíen recita suras del Corán imprimiendo un toque místico en el ambiente. Parece mentira pero la insolidaridad y la indiferencia duelen más que los palos y las balas. Normal, ninguno de ellos posee un BlackBerry, ni computadores de última generacion Appel, ni saben inglés y ni mucho menos tiene una cuenta Twitter. Sus únicas armas son palos, piedras y el grito ¡Allah akbar! Seguro que en esos instantes los ciberactivistas, los blogueros, estarán reunidos en los cafés o bares de moda tomándose un té o fumando arguilas al lado de sus chicas -ninguna de ellas lleva nikab, por supuesto- desmovilizados por el espejismo de la democracia se dedican a chatear o actualizar sus perfiles de Facebook.
El proceso revolucionario egipcio tendrá que superar grandes escollos para que empiece a dar sus primeros frutos. En principio las estructuras del poder dictatorial siguen intactas -en este momento en manos del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas –atajar la corrupción y el expolio del patrimonio estatal. -Talvez más que un imposible- Pero quizás el reto más colosal sea redimir a los millones de desposeídos que apenas subsisten con un euro diario. Aunque no sólo hay que mejorar el plano material, sino también el espíritual: como, por ejemplo, elevar su autoestima y devolverles la dignidad humana mil veces pisoteada. Egipto, que en la antiguedad era el granero de Roma, hoy es el primer importador de trigo del mundo. Si llegará a faltar el pan se desataría una hambruna de proporciones apocalípticas. Por si fuera poco el 45% de la población es analfabeta,- en las mujeres se eleva hasta un 70%- carecen de infraestructuras básicas como acueducto o alcantarillado, escuelas y hospitales públicos. El enfermo sin un seguro médico privado no le queda otra que rezar a la espera de un milagro.
En Egipto el modelo colonial todavía subsiste, los ciudadanos son tratados como siervos o bestias de carga.Mejor dicho, una mercancia que se vende al mejor postor. El capitalismo moderno no ha hecho más que acentuar las desigualdades y elevar los privilegios de la élite dominante. Las grandes ganancias que genera la explotación de los recursos naturales, la industria, el comercio o el turismo la usufructan las multinacionales y los funcionarios del gobierno.
Los jóvenes egipcios (el 58% de la población) deben asumir el ingrato destino de convertirse en un producto más de exportación. Condenados a emigrar al Golfo Pérsico, Arabia Saudita o Jordania donde serán explotados impunemente sin que se les conceda los más mínimos derechos de sindicación o seguridad social. A pesar de todo, tamaño sacrificio les compensa pues el salario que devengan es cuatro veces superior al que cobrarían en Egipto. Millones de familias dependen de las remesas de los inmigrantes sin las cuales estarían avocadas a la mendicidad.
Vencer y morir en el Tahrir. Para muchos es un honor entregar la vida por una causa justa, luchar no por la salvación individual, sino colectiva. Detrás de ti está todo un pueblo; tu familia, tus amigos, tus padres, hermanos o hijos que se merecen un futuro mejor, una existencia más digna y humana. No importa la muerte porque, según el Corán, los mártires resucitarán en el cielo y serán colmados de bendiciones. Esa es la mayor victoria a la que se puede aspirar. « Nuestra sangre derramada fertilizará la tierra estéril » Estas masas que permanecian en el limbo del olvido han lanzado un grito telúrico y ahora la historia tendrá que contar con ellas pues no en vano pagaron un alto tributo por hacer realidad el sueño libertario.