Salvador López Arnal
El Viejo Topo, noviembre de 2011

[…] Los comunistas deben demostrar que sólo bajo condiciones comunistas podrán tornarse prácticas las verdades tecnológicas ya alcanzadas…

Carta de Marx [en Londres] a Roland Daniels [en Colonia], mayo de 1851

[…] Pero no quería que mi muerte fuese inútil, que mi vida se perdiese sin dejar rastro. Pensé en ti y en cómo habías estado buscando el espíritu de Henrik en todo lo que él había hecho o intentando hacer. Vine aquí para ver si las cosas eran tal como Henrik sospechaba, si detrás de toda aquella buena voluntad existía otra realidad, si detrás de los jóvenes idealistas se ocultaban personas de alas negras que utilizaban a los moribundos para sus propios fines.

-¿Y qué es lo que has visto?

La débil voz de Lucinda tembló al contestar:

-Crueldad

Henning Mankel, El cerebro de Kennedy (2005)

Carmen Magallón [CM] hablaba recientemente en Público de la situación en Somalia [1]. Parece mentira, señalaba, “que en un mundo globalizado como el actual, en el que según los expertos hay comida suficiente para todos”, 13 millones -¡trece!, la tercera parte de la población española- de personas del cuerno de África –se ha hablado también en otras aproximaciones de 11,5 millones- estén afectadas por una crisis alimentaria que se ha cobrado hasta el momentos miles y miles de vidas. La falta de lluvias malogró las cosechas y la gente se está muriendo de hambre, proseguía CM. “La situación más grave se vive en Somalia donde, según Naciones Unidas, 29.000 niños menores de cinco años han muerto y 3,7 millones de personas necesitan asistencia humanitaria”. La hambruna ha causado un enorme flujo de desplazados y refugiados a Kenia y Etiopía.

CM cree que el “conflicto armado que ha desmembrado a Somalia en los últimos 20 años” es responsable de que la crisis se haya agudizado en el país africano. El grupo Al-Shabab, que combate contra el Gobierno Federal de Transición, prohibió, aunque ahora ha levantado esa prohibición, “la entrada de las organizaciones humanitarias en las zonas que controla, impidiendo así la llegada de la ayuda”. El desastre podría haber sido menor, concluye la autora, “si se hubiera reaccionado con mayor rapidez ante las alertas tempranas sobre la sequía, que ya se conocían”. La comunidad internacional actúa, sí, pero bajo la lógica de los intereses propios. España es un claro ejemplo de ello, en razonable opinión de CM: impulsó la operación Atalanta para ofrecer protección militar a los barcos europeos que faenan en la costa somalí, sin fomentar una política a favor de la pesca artesanal, local y sostenible.

También Esther Vivas [EV] se ha aproximado por su parte a la situación [2]. El drama del hambre “toma de nuevo actualidad a raíz de la emergencia alimentaria en el Cuerno de África”. Las hambrunas, de hecho, “son una realidad cotidiana silenciada”. Más de mil millones de personas en todo el mundo, según datos de la FAO, tienen dificultades para acceder a los alimentos. Una hambruna, sostiene EV, que tiene causas y responsabilidad políticas. “África es una tierra expoliada. Sus recursos naturales han sido arrebatados a sus comunidades a lo largo de siglos de dominio y colonización”. No sólo se trata del expolio de oro, petróleo, coltán, caucho, sino también de agua, tierras y semillas que dan de comer a sus habitantes. Si el 80% de la población en el Cuerno de África, como indica la FAO, depende de la agricultura como principal fuente de alimentos e ingresos, qué hacer cuando no hay tierra que cultivar pregunta EV. En los últimos años, la oleada creciente de privatizaciones de tierras africanas, por parte de gobiernos extranjeros, multinacionales agroalimentarias y fondos de inversión, ha hecho aún más vulnerable su precario sistema agrícola y alimentario. La crisis alimentaria y financiera que estalló en 2008 dio lugar, sostiene Vivas, “a un nuevo ciclo de apropiación de tierras a escala global. Gobiernos de países dependientes de la importación de alimentos, con el objetivo de asegurar la producción de comida para su población más allá de sus fronteras, y agroindustria e inversionistas, ávidos de nuevas y rentables inversiones, vienen adquiriendo desde entonces fértiles tierras en países del Sur”. Se ha calculado que desde 2008, se han adquirido por esta vía alrededor de 56 millones de Ha de tierra a escala global, “la mayor parte, más de 30 millones, en África, donde la tierra es barata y su propiedad comunal la hace más vulnerable”. Etiopía, uno de los países afectados por la actual hambruna, “ha ofrecido tres millones de hectáreas de tierra cultivable a inversores extranjeros de India, China, Pakistán, Arabia Saudita, entre otros”. El negocio no podría ser más rentable: “2.500 km2 de tierra virgen productiva a 700 euros al mes, con un contrato a cincuenta años”. Esther Vivas se refiere al acuerdo alcanzado entre el gobierno etíope y la empresa india Karuturi Global, una de las 25 mayores agroindustrias mundiales, que dedicará estas tierras al cultivo de aceite de palma, arroz, azúcar de caña, maíz y algodón para la exportación. Consecuencias: “miles de campesinos y pueblos indígenas expulsados de sus tierras, precisamente aquellos que más padecen el hambre y la falta de alimentos, así como vastas extensiones de bosques talados y quemados”. El movimiento internacional e internacionalista de La Vía Campesina viene denunciando el impacto dramático que esta oleada masiva de acaparamiento de tierras tiene en las poblaciones de los países del Sur. “Si queremos acabar con el hambre en el mundo es fundamental garantizar el acceso universal a la tierra, así como al agua y a las semillas, y prohibir especular y hacer negocio con aquello que nos alimenta y nos da de comer”.

La situación es dramática. Sin duda. Como en tantas otras ocasiones. Sea o no primera página de diarios o revistas. Sin olvidar en ningún momento el eje esencial del marco global, el escenario de esta tragedia real: más de mil millones de personas en el mundo bordean los abismos de la hambruna. ¿Ha sido inexorable, inevitable la irrupción de esta hambruna? ¿No podíamos preverla? ¿Nada ha podido hacerse? Veamos. Tomo pie inicialmente en un artículo de Manuel Ansede del pasado 5 de agosto [3].

El climatólogo Chris Funk, miembro de la Red de Sistemas de Aleta Temprana de Hambruna (FEWS NET) ha señalado en Nature que su grupo de investigación ya advirtió en agosto de 2010, hace más de un año de ello, que se avecinaba una catástrofe. Adujeron tres razones: 1. FEWS NET había observado un fenómeno climático del tipo La Niña, asociado habitualmente con disminución de lluvias en el cuerno de África, entre octubre y diciembre de 2010. 2. El cóctel de las escasas precipitaciones de los últimos años mezcladas con la infernal y especulativa escalada de los precios de los alimentos habían dejado a la población indefensa ante una crisis alimentaria de estas características. 3. Los científicos del FEWS NET habían detectado un vínculo causal entre el calentamiento del océano Índico por el cambio climático y la reducción de lluvias en el este de África [4]. El calendario de la muerte se cumplió a rajatabla: las precipitaciones de otoño de 2010 fueron nulas o muy escasas; abril llegó sin lluvias (como mayo). FEWS NET anunció una segunda alerta desesperada el 7 de junio [5].

La pregunta de Funk: el actual desastre en África Oriental es espantoso pero no era inesperado. ¿Por qué las advertencias no fueron suficientes para impedir una crisis alimentaria que podía transformarse en hambruna? [6]

En Science otro grupo de científicos alertó, tras estudiar los sedimentos de un lago de Kenia, de que los ciclos de sequías e inundaciones de remontan a hace 20 mil años, haciéndose más extremos en épocas cálidas (como las que se avecinan ahora con el CO2 disparado). Uno de los autores de este estudio, el belga Dirk Verschuren, de la Universidad de Gante, ha formulado una pregunta inevitable (con respuesta incluida): “Los científicos sabíamos que esto iba a ocurrir. ¿Por qué EEUU y la UE no reaccionaron? Porque aquello es un rincón pobre de África, sin ningún interés económico”.

¿Es el único caso de advertencias científicas que no han tenido traducción en acción política (o cuya traducción ha sido la pasividad institucional que, desde luego, es una forma de hacer? No, en absoluto. Vayamos ahora a Fukushima. David Brunat hablaba de ello, también a principios de agosto [7].

El Gobierno japonés permitió que miles de personas se expusieran a dosis de radiación extremas durante los días posteriores al tsunami que destrozó la central nuclear de Fukushima-Daiichi. Lo peor, señala Brunat, es que no hizo nada para evitarlo. “Mientras los evacuados de la ciudad de Namie, a escasos 8 kilómetros de la central, se refugiaban en la región de Tsushima, considerada por todos un lugar seguro, lo que en realidad hacían era colocarse justo en la dirección en la que el viento transportaba millones de partículas radiactivas”. ¿Por qué? Porque todo el mundo estaba convencido de que el viento soplaba hacia el sur; Tsushima, en cambio, está al noroeste del país. ¿Todos? No todos. “Todos salvo Tokio, que supo gracias a sus sistemas de medición que el viento giraba hacia Tsushima y no dijo nada”. ¿Por qué? Para “ahorrarse los enormes gastos de tener que ampliar mucho más el radio de evacuación y para impedir que surgiera una nueva oleada de críticas”. Durante las semanas posteriores a la catástrofe de marzo de 2011, miles de personas hicieron vida normal, “sin que Tokio llegara nunca a abrir la boca. Como si se tratara de cobayas humanas o un simple daño colateral, un peaje que hay que pagar para conservar la imagen del Gobierno”.

¿Cuál fue el problema básico? Según Brunat, “la falta de confianza del Gobierno en el sistema de predicción de radiación en el aire, conocido como Speedi por sus siglas en inglés”. El ministro encargado de la crisis nuclear aseguró que los datos ofrecidos eran «incompletos» e «inexactos» y que era demasiado arriesgado confiar en el sistema en una situación de vida o muerte como aquella. El propio ex primer ministro de Japón, Naoto Kan, aseguró que jamás tuvieron ni pidieron acceso a los datos del Speedi, “a pesar de que el sistema ya en 1986 costó cien millones de euros y cuenta con puestos de supervisión en todo el país”. Nadie entiende el motivo de semejantes dudas o del total desprecio por el sistema, “sobre todo después de ver que el Speedi predijo al milímetro los movimientos de las corrientes de aire y los lugares más expuestos a la radiación”. Según una investigación de la agencia Associated Press, prosigue el periodista de Público, basada en transcripciones parlamentarias, las indicaciones del Speedi sí llegaron a las oficinas gubernamentales. Pero los encargados de tomar decisiones ni siquiera sabían cómo interpretar esos datos. Cuando se dieron cuenta de su importancia ya era demasiado tarde para admitirlo.

Un último caso. Esta vez son la Shell y el delta de Nigeria los protagonistas [8]. En el Golfo de México, la petrolera BP contaminó durante cinco meses, recuerda Conxa Rodríguez; en Ogoniland, en el sur de Nigeria, “distintas petroleras, con Shell a la cabeza y Total y Agip detrás, llevan 50 años degradando la tierra, el agua, la vegetación y los recursos naturales”. Los ciudadanos del delta viven 50 años de media. La mayor empresa petrolera en la zona es la Royal Dutch Shell. El científico jefe del PNUMA, Joseph Alcamo, aseguró que «en términos acumulativos, esta es la zona más contaminada del mundo, como ocurrió en algunos lugares de la ex-Unión Soviética en la década de 1990». Actualmente, un 10% del petróleo mundial sale de África. En el delta del Níger, con numerosos afluentes y riachuelos, se han vertido 2.100 millones de litros de crudo en las cinco décadas en las que se ha extraído petróleo, a un ritmo de 42 millones de litros derramados anualmente.

El 5 de agosto se presentó en Londres el primer informe oficial, elaborado por Naciones Unidas, sobre la contaminación producida por la industria petrolera en Ogoniland, una décima parte del territorio del delta del río Níger. Las conclusiones del estudio son demoledoras y la ONU propone que la industria petrolera y el Gobierno nigeriano pongan 1.000 millones de dólares, unos 700 millones de euros, inmediatamente para comenzar la limpieza del delta. Puede ser la mayor operación de este tipo de la historia.

El informe señala a Shell, Total y Agip como culpables del desastre ambiental. ¿De dónde esta acusación? Durante 14 meses, un equipo de investigadores ha estudiado el impacto de la polución en 200 puntos, ha examinado 122 km de oleoductos, ha analizado 5.000 fichas médicas y ha consultado a 23.000 personas para concluir los efectos de la contaminación en la vida y la salud de las comunidades de Ogoniland. En algunos de los lugares analizados el crudo ha penetrado ocho cm en la tierra que antes producía manglares; en otros puntos el agua contiene un nivel de sustancias tóxicas 900 veces por encima de lo permitido. El científico marino Olof Linden, uno de los autores del informe, ha asegurado que «la pesca está muy afectada de forma directa por el agua sucia y también de manera indirecta por la contaminación de la vegetación, que contribuye a la degradación marina». La recuperación total de Ogoniland, 1.000 km2 habitados por unas 70.000 personas, requerirá entre 25 y 30 años si se sigue al pie de la letra el programa de recuperación propuesto por la ONU.

Abuya. Nick Nuttall, portavoz del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), espera y desea que el estudio no quede en agua de borrajas o se lo coma el polvo en las estanterías. «Sólo el tiempo dirá si este informe es útil o no, pero la señal dada el jueves por el presidente Jonathan, que es originario de la zona del delta del Níger, indica que quiere aplicar las recomendaciones, aunque antes tienen que digerirlas. En cuestión de semanas o meses sabremos si el Gobierno se lo toma en serio”. Según el equipo de la ONU que presentó el informe, ahora se tiene “la base científica para resolver la polución de Ogoniland. Y espero que también tengamos la voluntad política, y con ella la económica, para aplicarla».

Los conocimientos científicos, verazmente obtenidos y exitosamente contrastados, pueden ser base para tomar decisiones políticas justas, equitativas, razonables y con mirada amplia. No son sin embargo suficientes. Falta voluntad política en muchas ocasiones para tenerlos en cuenta y extraer consecuencias. Para que la política justa e informada esté en el puesto de mando y de racionalidad social, la ciudadanía debe estar activa, informada y no resignada. En pie de justicia y de paz.

PS1: Ni que decir tiene que la relación no tiene por qué ser unidireccional, de la ciencia a la política, y la inversa no vale. Esta última, las posiciones poliéticas, pueden también contar de forma prioritaria en debates científicos y metacientíficos. Un ejemplo [11]: la comunidad científica en Estados Unidos está dividida sobre el beneficio que aporta para las investigaciones de enfermedades humanas el uso de chimpancés en experimentos médicos. Algunos científicos consideran necesario seguir utilizándolos como modelos en los laboratorios para lograr avances médicos, debido a las similitudes fisiológicas y biológicas entre los chimpancés y los humanos; otros consideran que existen alternativas y que no es ético su uso. Los que abogan por la experimentación con chimpancés recuerdan que fueron claves en el descubrimiento de las vacunas contra la hepatitis A y B y en la carrera espacial; consideran también que es necesario seguir utilizándolos en laboratorios como modelos para lograr avances en los estudios sobre la hepatitis C. La presidenta de NEAVS considera que «la extrapolación de datos de los chimpancés a los humanos no es ni predecible ni fiable». «Las afirmaciones sobre la utilidad del uso de chimpancés en la investigación sobre la hepatitis C son exageradas», ha afirmado Capaldo. Recuerda también que los chimpancés no han resultado un modelo adecuado para las investigaciones sobre el cáncer ni a la hora de desarrollar una vacuna contra el sida. ¿Puede jugar algún papel básico en la discusión las posiciones poliéticas de la ciudadanía? Puede y, seguramente, debe.

El poliedro ciencia-política, desde luego, tiene otras caras. Oscuras, todas ellas oscuras. Una de las más sangrantes: la colaboración servil. Gilberto López y Rivas ha reseñado el último libro de David H. Price, “La antropología al servicio del Estado militarizado” [12]. Señala aquí el antropólogo mexicano: “[…] El antropólogo estadunidense David H. Price se ha distinguido entre sus colegas por oponerse al uso de la antropología por parte del gobierno de Estados Unidos como una herramienta más de sus guerras contrainsurgentes y ocupaciones neocoloniales en el ámbito mundial; por defender un código de ética que establece responsabilidades y lealtades de los antropólogos con respecto a las poblaciones bajo estudio, las cuales tienen que ser protegidas de cualquier daño en su integridad y sus intereses; y por denunciar el uso mercenario de la disciplina”.

Recientemente, Price publicó un libro de lectura indispensable, Weaponizing anthropology, social science in service of the militarized state, prosigue GLR, en el que expone sus críticas fundadas a la nueva generación de programas contrainsurgentes, “como los equipos de científicos sociales (Human Terrain Systems), que forman parte de las unidades de combate de las tropas de ocupación en Irak y Afganistán, así como los programas universitarios (Minerva Consortium, Pat Roberts Intelligence Scholars Program, Intelligence Community Centers of Academic Excellence) que facilitan con renovado vigor las incursiones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) y el Pentágono –entre otros organismos– en los campus de las instituciones de educación superior estadounidenses, convierten a las ciencias sociales en un apéndice del estado de seguridad nacional en el que se ha transformado el poder hegemónico del sistema imperialista mundial y trasmutan a las universidades en obsecuentes extensiones de su estructura militar”.

PS2: Otro ejemplo de interés sobre ciencia y corporaciones a propósito de los transgénicos [13]. La multinacional estadounidense Monsanto produce 90% de las semillas transgénicas que son plantadas en el mundo (se calcula que en el año 2007, había más de 100 millones de hectáreas plantadas con semillas genéticamente modificadas). Algunos sectores científicos llevan tiempo advirtiendo de que estos cultivos presentan un riesgo real –no se trata de prejuicios, ni de defensas ocultas de intereses trasnochados- fundamentado en investigaciones y controles independientes. Los plaguicidas biológicos que llevan incorporados estas semillas “pueden seleccionar variantes de las plagas que sean inmunes a estos productos”, lo que anularía el propósito original de la modificación genética. Según acaba de revelar un informe de la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU (EPA), parece que ya está ocurriendo.

El documento de la EPA analiza «múltiples informes de daño inesperado en maíz CryBb1» (nombre de una proteína bacteriana con efecto insecticida cuyo gen está insertado en el maíz MON 863 de Monsanto). La planta utiliza el gen implantado “para producir la proteína bacteriana que es letal para el gusano del maíz, una larva de escarabajo que se alimenta de las raíces de este cultivo”.

Los científicos de la EPA han examinado las alertas de cultivos dañados y han concluido que se sospecha –es decir, que existen indicios racionales para estar alarmados, no son gritos alocados de gentes cegadas– de la “resistencia en al menos algunas regiones de cuatro estados» usamericanos (Iowa, Illinois, Minne-sota y Nebraska).

La EPA recomienda que se implemente un «plan adecuado de remediación»: emplear «insecticidas convencionales» y «métodos alternativos de control para impedir el establecimiento de insectos resistentes». Para la agencia federal, «el programa de monitorización de resistencias [de Monsanto] es inadecuado […], incluyendo las respuestas a revisiones previas realizadas por la agencia [EPA]». Un bofetón en la cara.

La compañía ha replicado desde luego. Con el guión conocido: poniendo en duda cortésmente –las formas juegan- las conclusiones de la EPA, es decir, descalificándola. El portavoz de la corporación en St. Louis, Lee Quarles, ha afirmado que, desde luego, toman el informe de la agencia en serio pero “que no hay confirmación científica de las resistencias”. Las medidas recomendadas por Monsanto -para «llevar la delantera al insecto»- consisten en rotar los cultivos de maíz con soja y “cambiar al maíz SmartStax, otra variedad de Monsanto que lleva no una, sino dos toxinas contra el gusano”. Los negocios son los negocios y las cuentas de resultados nunca se satisfacen. Rectificar es de humanos pero no de grandes corporaciones.

Pero el resto no ha sido silencio. EPA no se ha quedado muda. Ha manifestado que cree que SmartStax –la variante recomendada por Monsanto- puede perder eficacia en cultivos donde se han instalado gusanos resistentes. Su propuesta: “plantar maíz no transgénico, ya que así los insectos inmunes podrán aparearse con otros que no lo son y producir nuevas generaciones de insectos susceptibles”.

Una agencia científica federal, pública, al servicio de la ciudadanía y de la veracidad; una gran multinacional dispuesta a todo. Duelos en cumbres abismales en los que la ciencia independiente es y debe seguir siendo amiga de los movimientos críticos.

Notas:

[1] Carmen Magallón–“Hambre y conflicto armado en Somalia. http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/1723/hambre-y-conflicto-armado-en-somalia-2/

[2] “Menos tierra, más hambre”. Artículo publicado en el periódico ARA, 04/08/2011. http://esthervivas.wordpress.com

[3] Manuel Ansede, “La ciencia alertó de la llegada de la hambruna”. Público, 5 de agosto de 2011, p. 43.

[4] El calentamiento por el cambio está multiplicando, sostienen los científicos del FEWS NET, los efectos de La Niña, un fenómeno que implica un enfriamiento del océano Paífico tropical y forma parte del ciclo natural del clima conocido del clima conocido como El Niño-Oscilación del Sur. Ambos niños, recuerda Ansede, “se turnan en mandats de tres a siete años en el trono que rige el clima del planeta”. El Niño conlleva más lluevias; la Niña, por su parte, reseca el Cuerno africano.

[5] FEWS NET: “Esta es hoy la emergencia en seguridad alimentaria más grave en el mundo, y la actual respuesta humanitaria es inadecuada”.

[6] Funk señala que en 2007 el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU predijo para 2055 más sequía en el sur de Africa pero más lluvias en el este del continente. En opinión de Funk, algunas agencias se basaron en estas proyecciones para minusvalorar el riesgo de sequía y extender los planes agrícolas a secarrales en el este africano.

[7] David Brunat, “Tokio ocultó que miles de personas recibían radiación de Fukushima” http://www.publico.es/internacional/390832/tokio-oculto-que-miles-de-personas-recibian-radiacion-de-fukushima

[8] El despropósito del Gobierno japonés fue tal que se escogió la escuela primaria Karino (Namie) como centro de evacuación temporal para más de 400 niños y adultos. Esa escuela, tal como había predicho el sistema, señala Brunat, “se ubicaba justo en la ruta del vapor radiactivo que surgía a borbotones de los reactores de Fukushima.”

[9] http://www.publico.es/ciencias/390335/la-onu-condena-los-vertidos-de-shell-en-el-delta-de-nigeria

[10] Cifra muy superior a los 400 millones de litros vertidos el año pasado en el Golfo de México tras la explosión de la plataforma petrolífera de BP. Del mismo modo, en 1989, el petrolero Exxon Valdez encalló en aguas de Alaska y arrojó unos 41 millones de litros de crudo

[11] http://www.publico.es/ciencias/393586/eeuu-debate-prohibir-la-investigacion-con-chimpances

[12] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135004

[13] “Detectan plagas resistentes al insecticida de un maíz transgénico”. Público, 8 de diciembre de 2011, p. 31.

Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos (La Oveja Roja, Madrid, en prensa).