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Aún así, en algunos medios de comunicación dentro y fuera de EEUU se ha dicho que el objetivo de la manifestación era apoyar al movimiento Occupy Wall Street y demostrar solidaridad con los manifestantes de la Universidad de California, Berkeley que fueron golpeados por la policía el 9 de noviembre. Nos hacen creer que todos los que protestan en el mundo son de un mismo grupo organizado, situado en el lado negativo del espectro, y por lo tanto deben ser castigados por igual. Es la globalización de la represión.
Nueve estudiantes agredidos con aerosol fueron atendidos por los servicios médicos en el lugar de los hechos, y dos de ellos trasladados a hospitales para luego ser dados de alta. Diez personas fueron detenidas, aunque ninguno de ellos hizo nada que estuviera fuera de la ley. Su único delito: expresarse. Atreverse a protestar.
Las imágenes de la represión policial han generado indignación, aunque las palabras de Charles J. Kelly, ex-teniente del Departamento de Policía de Baltimore y autor de las normas para el uso de fuerza del departamento, son la terrorífica clave del asunto. Dijo que el aerosol de pimienta es una «herramienta para hacer obedecer» que puede usarse en personas que no se resisten, y es una táctica preferible a tener que levantar del suelo a los manifestantes. Me pregunto cuántos aerosoles ha comprado ya el Sr. Puig.
Mientras tanto, la policía de San Francisco, a unas 80 millas al sur de Davis, arrestaba ayer (22 de noviembre) a seis manifestantes anti Wall Street y desmanteló doce tiendas de campañas que se habían establecido frente al Banco de la Reserva Federal.
Del otro lado de la bahía, en Oakland, la policía no hizo ningún arresto porque los manifestantes se retiraron pacíficamente, aunque fuera a un nuevo campamento, en contra de los avisos y bajo amenaza de que volverían a ser desalojados.
El indignado se ha convertido de pronto en el enemigo público número uno.
Hace varios días estuve en Wall Street, hablando con los indignados que pasaban frío acampando bajo el lema “somos el 99%”. Les expresé mi preocupación y convicción de que muy pronto serían desalojados con excusas similares a las usadas en Barcelona. Mis augurios se quedaron cortos. Esa misma noche, sin aviso y con un despliegue desproporcionado, los barrieron como si fueran bolsas de basura, alegando motivos de higiene y de integridad arquitectónica de los monumentos. Ningún indignado agredió a las fuerzas del orden.
La cuestión es ¿Qué están haciendo mal los indignados? ¿Por qué no se les deja protestar? ¿Qué delito están cometiendo para que sean tratados de esa manera? Protestar, indignarse, expresar esa indignación parece que molesta a los políticos y es motivo suficiente ya, para ser golpeado, detenido, desalojado del suelo que según todas las leyes, pertenecen al pueblo.
La consigna internacional, global, es clara: “machacar a todo el que proteste”, destruirle, golpearle, echarle encima a los perros. Hacerles desaparecer, romper su imagen, callar sus palabras y el sentido de su protesta. Los medios afines al nuevo régimen global se encargan de distorsionar dicha protesta para impedir nuevos adeptos. Lo hacen desde que empezaron los movimientos antiglobalización que protestan en las cumbres de los G. Aunque en las manifestaciones han participado miles de personas pacíficas, los medios los han retratado y encasillado como grupos violentos, agresivos y sin ideas.
Es tan repugnante y descarada la opresión, que propagar la protesta resulta cada día más fácil, y los políticos tienen miedo. Todo el mundo está indignado, de una manera o de otra, por un motivo o por otro… unos más otros menos, pero todos vivimos asqueados por el hedor que desprende la situación internacional, la hipocresía política, porque todos sufrimos las consecuencias. Las libertades se marchitan día tras día para dar paso a un nuevo orden mundial en el que no cabe la protesta, ni la libre expresión. Quieren esclavos dóciles que ni siquiera sepan lo que significa la palabra revolución.
Si el pueblo no puede responder, expresarse… si no podemos protestar, ¿qué opción nos dejan? Que nos digan entonces cómo quieren que la gente exprese su opinión. ¿Por mail? ¿Por fax… palomas mensajeras? Como sea pero que no molesten, que no interrumpan este desfalco mundial, este fascismo renovado que va perdiendo poco a poco su falso disfraz de cordero democrático.
¿A quién le sorprende? Hasta ahora, y es lo más valioso de esta revolución de indignados, es que es pacífica. Es coherente, es lógica y responde a un sentimiento general. No es ni tiene porqué serlo, una propuesta política o económica o una extensión de ningún partido político. Es simplemente una necesidad básica del ser humano; la de protestar, la de revelarse a la violación, a la agresión, al abuso. La necesidad de pelear por un futuro que se cierra y se bloquea.
Los políticos, asustados, saben que la fuerza de este movimiento contagioso reside en eso, en que es pacífico. Saben que esa fuerza se debilitará en cuanto puedan decir en las noticias que los indignados son terroristas o son violentos, o criminales. Felices son de que los hackers ataquen las webs oficiales y provoquen caos, felices estarán el día que puedan vincular a los indignados con explosiones o muertes de inocentes. En cuento tengan la imagen de un indignado disparando, quemando, golpeado… será el fin. Y si no obtienen rápido esa imagen, la inventarán. La fabricarán. Poco a poco van infiltrando a sus agentes entre la multitud para llevar a cabo su siniestro plan de acabar con el movimiento antes de que sea demasiado tarde, porque en mi modesta opinión, este movimiento tiene el potencial y la capacidad de cambiar el mundo.
Por eso el movimiento anonymus me inspira tanta desconfianza. Hasta donde yo sé, ningún indignado tiene por qué tapar su rostro. Hasta ahora los únicos que se esconden son los opresores. La máscara esconde algo que a mí, no me convence.
Los indignados se han convertido casi en la última esperanza para mucha gente. Si no pierden la sinceridad, si no dejan de ser pacíficos, pueden llegar lejos, aunque el camino sea largo y complicado. Gandhi decía que abandonar la violencia no significaba abandonar la lucha. Hay que eliminar la violencia pero no la lucha pacífica y perseverante, aunque me asusta pensar de lo que serán capaces los gobiernos para no perder el control de la situación, para no torcer su plan de globalización neofascista que tienen diseñado.
En México, la persona que encabeza el noticiero más importante del país, perteneciente al monopolio de Televisa, se atrevió a decir en su programa que internet estaba controlado por indeseables y criminales, que las redes sociales estaban en manos de delincuentes y narcotraficantes y que se tenía que actuar de inmediato para evitarlo. ¿Es un aviso a navegantes? Más claro no puede ser el mensaje, especialmente cuando en este país ya hay jóvenes condenados en la cárcel por escribir cosas en facebook y tweeter. Son muchos los que ya no se atreven a decir nada. Están consiguiendo su objetivo.
El poder absoluto y global quiere cerrar el acceso libre a internet, eso ya se sabe y está muy cerca. Les da miedo que los indignados del mundo estén en contacto. Les da miedo que la verdad pueda circular por una vía libre, fuera de control, al alcance de cualquiera. No quieren que la gente grite, ni en la red, ni en las calles.
Es la represión globalizada. Es el miedo de la clase política, que nunca ha tenido clase. Lo que pasa en España, en Chile, en EEUU… no son eventos aislados o inconexos. Deducir en qué dirección nos quiere llevar este gobierno global no requiere de mucha visión.
Solo hay dos opciones: obedecer o revelarse. Que cada uno elija lo que crea más conveniente. Que cada uno piense quién tiene la razón, el opresor o el oprimido.
pablojato@wipress.org
Desde Los Angeles, California.