Juan Torres López
Hace un par de semanas el Fondo Monetario Internacional publicó en su último Monitor Fiscal un análisis de la situación económica en el que recomendaba volver a las políticas de austeridad para hacer frente a los rebrotes inflacionarios. Concretamente, decía que «los esfuerzos de las autoridades monetarias para que la inflación vuelva al nivel fijado como meta deben complementarse con una política fiscal más restrictiva».
A nadie pudo sorprender esa recomendación porque es la que viene defendiendo desde hace años, haga frío o haga calor, sea cual sea la situación en la que se encuentren las economías. Es la política llamada de austeridad que, una vez que ser aplica, lleva consigo recortes de gasto principalmente social y privatizaciones generalizadas.
Muchos economistas han puesto de relieve, también desde hace décadas, que ese tipo de política es inadecuada para estabilizar a las economías porque lo que provoca, en realidad, es un empeoramiento de la situación. Es una política que llamamos procíclica porque, en lugar de corregir el ciclo cuando hay baja actividad, lo que hace es agravar aún más su caída. Su efecto es como el de quitarle fuelle al motor cuando el problema es que éste ya lo estaba perdiendo y apenas tiene.
También se ha demostrado que las políticas de austeridad no son útiles para reducir la deuda, como asegura el Fondo Monetario Internacional cuando las recomienda con ese fin. La realidad es que la aumentan, precisamente porque llevan consigo una disminución de los ingresos que obliga a que hogares, empresas y gobiernos se tengan que endeudar todavía más.
Las consecuencias negativas de las políticas de austeridad que propone e impone el Fondo Monetario Internacional son, pues, bien conocidas, pero este organismo, como los políticos y economistas que las defienden, son literalmente inmunes a los argumentos en contra y a la evidencia empírica. Las mantienen como si actuaran con una especie de piñón fijo intelectual.
Lo sorprendente, sin embargo, ha ocurrido hace unos días, cuando es el propio Fondo Monetario Internacional quien publica una investigación en la que se demuestra que esas políticas restrictivas que defiende no funcionan.
En el capítulo 3 del último número de Perspectivas de la economía mundial del FMI se presentan los resultados de una investigación realizada en 33 economías emergentes y 21 desarrolladas entre 1980 y 2019.
Sus autores reconocen que «en promedio, las consolidaciones tienen efectos insignificantes en los índices de deuda», no sólo porque no suelen ir acompañadas de otras medidas que serían necesarias sino porque «tienden a desacelerar el crecimiento del PIB».
También reconocen que, por el contrario, «la expansión fiscal se traduce en reducciones de la deuda» en diferentes casos y circunstancias, precisamente, porque esa expansión aumenta el crecimiento del PIB y los ingresos. Y también concluyen que es el aumento de la actividad, de la oferta y la demanda y no su restricción, la «responsable de aproximadamente un tercio de la reducción de la deuda observada durante ese período».
Los autores reconocen que la austeridad fiscal puede ser útil para reducir la deuda, si acaso, cuando las economías se encuentran en fase de crecimiento, pero no cuando están en recesión.
Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional no tiene en cuenta ni siquiera las evidencias puestas de relieve por sus propias investigaciones.
Como mencioné al comienzo de este artículo, vuelve a recomendar la política de austeridad con carácter general y, en el reciente caso de Sri Lanka, el Fondo Monetario Internacional llega aún más lejos. No sólo no ha matizado sus propuestas de consolidación fiscal en medio de una auténtica depresión económica, sino que las ha reforzado. Hasta el punto de que el jefe de la misión del Fondo en ese país, Peter Breuer, ha reconocido que se disponen a llevar a cabo un ajuste «muy brutal».
No hay una prueba más evidente de que las políticas que propone e impone el Fondo Monetario Internacional no tienen base científica ni respaldo empírico. Son fruto de sesgos cognitivos e ideológicos, de contar solamente con la información que coincide con sus propias expectativas e ignorar la que es incompatible con ellas, de usar modelos inadecuados que limitan el conocimiento de la realidad y de ignorar o interpretar erróneamente muchos de los datos disponibles.
Esta última no es una conclusión mía. He reproducido literalmente algunos de los errores que detectó la auditoría independiente que se hizo de la actuación del Fondo Monetario Internacional en la crisis que comenzó en 2007-2008. Parece evidente que siguen dándose, a pesar de que sea ya el propio organismo quien los detecta.
¿Se trata tan solo de un error? ¿Es solamente incompetencia de los miles de economistas magníficamente preparados y bien pagados que trabajan en el FMI?
Me temo que no, porque lo cierto es que esos «errores» tienen consecuencias igualmente claras que delatan su auténtica naturaleza: desmantelan los servicios públicos, desprotegen a la población de por sí más empobrecida, disminuyen sus ingresos y la obligan a endeudarse en mayor medida. Mientras que, al mismo tiempo, ponen en manos de los grandes capitales y de los bancos la principal riqueza de los países, a los que convierte en simples negocios de donde extraen rentas sin límites.
Al menos, hemos de agradecer al Fondo Monetario Internacional que sea ese mismo organismo quien se encargue de mostrar sin disimulo que sus políticas son un fraude intelectual, un colosal engaño al exclusivo servicio de los grandes poderes económicos y financieros.