Johnson Bastidas

La Historia de la humanidad está llena de ejemplos que muestran como ciertos pueblos no han abandonado la voluntad de ser libres. Podríamos recordar las campañas de Luther King contra la segregación racial en EE. UU., las campañas de Gandhi frente al poder colonial inglés. La primavera árabe podemos citarla, aunque sus resultados no han permitido cambiar la esencia de los gobiernos dictatoriales y corruptos, como por ejemplo en Egipto. Tenemos que estar atentos para que en Colombia no nos ocurra la mismo, como el adagio que reza; «el mismo perro con diferente guasca»

En periodos de dictadura, los pueblos bajo el terror pueden tener la tendencia a la sumisión, muchas veces porque la correlación de fuerzas le es desfavorable, o simplemente por falta de medios. En estos periodos, un poema puede ser subversivo, una obra de teatro, o simplemente un acto de desobediencia, como el preso que se niega a comer, la mujer negra que se niega ceder su silla, la comunidad que bloquea una calle, o el panfleto subversivo dejando en el baño público. La desobediencia civil en realidad no necesita muchos medios, un simple puño en alto en unos juegos Olímpicos, una tuerca que cae en una maquina y paraliza la producción, las tachuelas en una calle principal que detienen el tráfico, lo más importante es no abandonar la capacidad de luchar por la libertad.

Muchos descubren con estupefacción hoy la represión del gobierno de Duque. No sé de qué se aterran. Siempre ha sido así. Desde que tenemos memoria histórica, la «democracia» colombiana es un modelo basado en el terror de Estado y en la corrupción del régimen.

En Colombia el presidente siempre ha sido elegido por voto popular, el parlamento también (la cámara de representantes y los senadores) pero eso no nos hace una democracia. No olvidemos que Mussolini también fue elegido por voto popular.

Los gobiernos sucesivos en Colombia se escondieron en el régimen del Estado de sitio (artículo 120 de la antigua constitución) hoy conocido como de conmoción interior, para suspender las libertades democráticas y gobernar á punta de decreto y represión. Ciertos indicadores nos permiten ver la verdadera cara del régimen. La policía, por ejemplo, siempre ha estado inscrita en el ministerio de la defensa. El ciudadano que protesta es un enemigo interno, según la doctrina de las FFMM. No existe la división des poderes. Los índices de desigualdad social supera todos los indicadores. Colombia es el país más observado por los relatores especiales de la ONU, en algunos periodos llego a tener cinco relatores que monitoreaban la macabra situación Colombia. Colombia ha tenido 5 millones de desplazados internos, más que los países en Guerras declaradas. Colombia ha tenido, en democracia, más desaparecidos que las dictaduras de Argentina, Uruguay y Chile juntas. Y por temor a cansar al lector llenando las páginas de indicadores, volvamos a la desobediencia. Por todas estas razones en Colombia se justifica la desobediencia civil manifestada en el Paro indefinido, iniciado desde 28 abril, que tiene un hilo conductor con las protestas del 2019, suspendidas por el COVID.

Para muchos, sobre todo para los que han ejercido el poder y los sectores beneficiados del mismo, la desobediencia civil, es sinónimo de subversión y de enemigo interno. Según la doctrina, con el enemigo interno no se negocia, no hay interlocución, al enemigo interno se le elimina, se le desaparece o simplemente se le envía a prisión o al exilio. La desobediencia civil da miedo a los regímenes autoritarios que inmediatamente sale a gritar su ilegalidad, frente a leyes y legislaciones, casi siempre, resultado de dinámicas autoritarias. Contrario al pensamiento imperante, la desobediencia civil es inherente a la Justicia social, históricamente ella permite la evolución de las mentalidades y es benéfica para la democracia.

Dans un régimen macabro como el colombiano, la desobediencia civil se impone como un imperativo ético, así lo han entendido une parte importante del pueblo colombiano que se ha tomado las calles. Un presidente elegido con dineros del narcotráfico, y un régimen con niveles de corrupción elevados como el colombiano, no merita que un ciudadano obedezca sus leyes, sobre todo, cuando la gente del común, no tienen acceso a la educación, ni a la salud, ni a una pensión digna.

El mejor remedio de un régimen político para luchar contra la desobediencia civil es la democracia y la justicia social. El régimen colombiano en cambio no tiene nada de democrático y la justicia social no existe en Colombia. La solución del régimen es el terror, ejercido por el SMAD, la policía, los militares y paramilitares. La soberbia/arrogancia del régimen no le permite entender que lo del pueblo está pidiendo en las calles, es simplemente democracia y justicia social. No, es más.

La desobediencia civil es un deber de todo ciudadano colombiano. Durante los últimos 60 años-para no devolvernos que, en un corto lapso de tiempo -, no hemos vivido un solo día en democracia.

El pueblo colombiano en las calles ha bloqueado avenidas importantes, pero permitiendo el paso de productos básicos, de ambulancias. No se han pagado peajes. Se bloquearon las vías que conducen al puerto de Buenaventura, el primer puerto sobre el pacífico, donde ingresan el 85 % de las mercancías del país, pero cuya población vive en condiciones de pobreza extremas. En todas las regiones del país, las movilizaciones han sido multitudinarias. Se han hecho llamados a no consumir los productos de empresas que colaboran con el régimen; no consuma RCN, CARACOL, la Doble WW, no comprar en les grandes almacenes de Cadenas comerciales y comprar en cambio directamente a los campesinos y a los productores directos. Se han hecho un llamado a las FFMM a no obedecer las órdenes del régimen de reprimir al Pueblo. Se han hecho llamados a no pagar el transporte público, y a no pagar las facturas de servicio básicos. Las manifestaciones y bloqueos han sido pacíficos, en un ambiente festivo y con expresiones de cultura popular importantes. La violencia, como siempre ha venido de las FFMM y sus fuerzas paramilitares infiltradas en las manifestaciones para deslegitimarlas. Muchos videos grabados por las personas del común dan fe de ello.

El pueblo colombiano está construyendo otra legitimidad en el terreno, lo que implique preguntarse si une refundación del país es necesaria. Une nueva Asamblea nacional constituyente se impone, ya no vale, por lavar la imagen del régimen, que renuncie un ministro o dos, o que el mismo presidente se vaya. Al país hay que refundarlo, esta descocido y putrefacto. Le corresponde al pueblo colombiano construir une democracia con justicia social.

Nuevas formas horizontales de organización y de vocería se está construyendo, lo cual implica la ruptura de modelos clásicos de actuar y de pensarse lo político. Mientras por otros lados, se impone el prisma electoral como lectura. La izquierda tradicional, presa de sus viejos modelos organizativos y representativos pretende hablar en nombre del conjunto de la población, los partidos tradicionales cómplices del estado actual del régimen pretenden reciclarse dándose golpes de pecho. Los verdes no son la solución, son neoliberales solapados, el partido liberal y el partido conservador y sus nuevas vertientes (partido de la U, etc.) son culpables de participar en esta tragedia. La división de la izquierda no ayuda, y muchos piensan que la solución es electorera, el fantasma ecuatoriano ronda en Colombia, si la izquierda se divide en la primera vuelta, pierde en la segunda. Con este panorama, los siglos de la oligarquía están contados, solo el pueblo salva al pueblo.

Frente al fracaso del proceso de paz y la frustración frente a la negativa oligárquica de realizar los cambios estructurales para mejorar las condiciones de vida, la desobediencia civil pide la palabra. La oligarquía prefirió humillar a la insurgencia, mantener el statu quo, y seguir masacrando con toda impunidad, que cumplir los acuerdos de paz y garantizar los mínimos de verdad, justicia y reparación y no repetición. Ahora asistimos a un momento de quiebre en la Historia del país, que se resumen en el grito de los parceros de Puerto Resistencia; «Somos la rabia presente de una sociedad decadente» «A qui paramos para avanzar, viva el Paro nacional»

johnson@sud-vaud.ch