Emiliano Teran Mantovani

Observatorio de Ecología Política de Venezuela

Imagen de portada US Today

Ya casi se cumple un año desde que la Covid19 fuese declarada como una pandemia global. Muchas cosas han ocurrido desde entonces y nuevos escenarios han surgido. La crisis económica global, proceso abierto desde 2008/2009, se agudizó en 2020, con una contracción del PIB prácticamente en todos los países del mundo –con excepción de China, pero donde se vieron cifras record negativas en países como Estados Unidos o España–; el hundimiento de ciertos sectores determinantes de la economía mundial, como el turismo, los servicios o el entretenimiento; la reciente adición de 131 millones de personas a la pobreza, según Naciones Unidas; la pérdida de miles de puestos de trabajo; el dramático deterioro de diversos ámbitos de la vida de las sociedades (educación, salud, servicios públicos); al tiempo que se amplifican las desigualdades, tanto en lo social como a escala internacional.

Además de estas cifras y las previsiones para los años siguientes –donde prevalece una enorme incertidumbre, y crece la presencia del fantasma del «estancamiento secular» o estancamiento permanente–, cada vez es más difícil plantear la idea de que esta es sólo una crisis coyuntural. La percepción y noción que toma cada vez más fuerza a escala social y política es la de una crisis extraordinaria e histórica, con señales de colapso sistémico que tienen un impacto trascendental, existencial.

La pandemia, como acontecimiento global, ha sido una bofetada que quebró el efecto narcotizador de la vieja «normalidad» y nos permitió no sólo ver con más claridad que las cosas estaban realmente mal, sino también que son varios los ámbitos de la vida socio-ecológica que se nos muestran cada vez más inviables para la vida humana y de otras especies. Es cierto que con la pandemia diversos procesos, patrones y rutas de acumulación globales de capital han sido trastocados o han entrado ya en una fase de agotamiento, lo cual sacude de manera determinante al sistema capitalista. Pero una debacle económica global luce pequeña ante la situación límite, de muy alto riesgo ambiental a la que hemos llegado a escala planetaria. Por eso ya no se puede tapar el sol con un dedo. La debacle socio-ecológica es un hecho absolutamente ineludible. De ahí la nueva centralidad que ha tomado, en las agendas políticas nacionales e internacionales de estos tiempos pandémicos, asuntos como la emergencia del cambio climático y los tremendos riesgos que esta implica, así como diferentes problemas críticos referidos a la pérdida de biodiversidad, la degradación de las fuentes de agua, el arrase de selvas y bosques o la debacle de los sistemas agroalimentarios.

La combinación de, por un lado, un movimiento telúrico que sacude, ralentiza y bloquea procesos de acumulación global dominantes –lo que se articula al proceso de crisis histórico-estructural del sistema capitalista–; y por otro lado, esta situación ambiental límite a la que hemos llegado, nos está dejando hoy a lo interno de un largo proceso de reestructuración sistémica, muy accidentado e impredecible.

El año 2021, aparece como un año clave en este proceso de reorganización sistémica. El hecho que el asunto ambiental haya escalado a este nivel de importancia política y geopolítica es algo positivo, si consideramos que se pueden abrir caminos para un urgente cambio de rumbo. Pero hay que estar muy atento a la dirección que pretenden tomar las mentadas «recuperaciones económicas» del llamado «mundo post-Covid19», sobre todo si, como todo apunta, está encabezado por un nuevo reimpulso de la llamada ‘Economía Verde’; una nueva reestructuración capitalista global «verde».

La fiebre eco-amigable: ¿hacia nueva reestructuración capitalista verde?

Ante estas condiciones, el impulso de los grandes programas de recuperación económica y los paquetes mil millonarios de reactivación fiscal planteados, están siendo atravesados por una nueva fiebre verde. Objetivo central, para algunos ‘realista’, para nosotros absurdo: reactivar y mantener la incuestionable ruta ascendente del crecimiento económico –en un planeta que ya no aguanta más las presiones extractivas y de degradación de sus ecosistemas.

Todo un idílico discurso internacional brota de la mano de estos grandes programas de recuperación económica: se anuncian una «Revolución Industrial Verde», un «crecimiento verde»; a partir del ambiente aparecen «oportunidades comerciales emergentes». Surgen llamados urgentes a evitar que la Amazonía se convierta en una «pesadilla ambiental» a través de la imposición de una «economía basada en la sostenibilidad». Se relanza la «economía azul» –acumulación de capital, materiales y energía, a partir del mundo marino y los ecosistemas de agua dulce. El gran capital promete, ahora sí, cuidar del ambiente. Se anuncia una «ecologización de la economía», cuando en realidad de lo que se trata es de una ‘economización’ de la ecología.

Ver también: El nuevo asalto al agua y las rutas del capitalismo azul

No es el primer impulso a una llamada ‘economía verde’. Recordemos la polémica propuesta emanada de la Cumbre Rio+20 de 2012, pocos años después de que estallara la crisis económica global, en la que se anunciaba la necesidad de escapar de la «economía marrón» y apuntar a «asignaciones de capital adecuadas», orientadas a los «sectores verdes» de la economía. Hoy, ante una crisis mucho más profunda, un deterioro ambiental más severo y un cambio climático más agudo, se han generado condiciones más propicias para un nuevo y más drástico salto del capital hacia las redes de la vida planetaria.

ONU anuncia que la única forma de contrarrestar la devastación producida por la crisis de la pandemia es a través de «inversiones inteligentes en resiliencia económica, social y climática». La idea de las «Inversiones en resiliencia climática» se va popularizando tremendamente. Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional se alinean con el impulso de la economía verde. FMI coloca al cambio climático en el centro de su agenda para reimpulsar el crecimiento del PIB mundial.

Desde el Foro Económico Mundial (Agenda Davos) se anuncia que un tercio de las actividades de su programa se centraron en temas de ambiente y naturaleza. Destaca el hecho que grandes corporaciones transnacionales reformulan sus programas y planes de producción y servicios –tales como Amazon, Coca Cola, Nestlé, Vodafone, Bayer, Ford, Sony, Mastercard, Ikea, Mercedes Benz, entre muchas otras– para migrar hacia formas «verdes» de gestionar sus negocios.

Las líneas del Gobierno de Joe Biden y de la Unión Europea quizás son las que mejor encarnan este horizonte que apunta a la reestructuración capitalista verde. A través de su plan de Gobierno y una serie de órdenes ejecutivas, Biden coloca al cambio climático como un asunto central de su administración. Bajo el espíritu del New Deal roosveltiano después de la Gran Depresión de 1929, el Gobierno de Biden promueve ahora el Green New Deal, planteado como una acción pionera para reestructurar las dinámicas de acumulación de capital estadounidenses, que vayan migrando de aquellas basadas en los combustibles fósiles y abran nuevos ámbitos de generación de capital sostenidos por soluciones climáticas y energías limpias –lo que además permita la construcción masiva de nueva infraestructura y cree nuevos empleos. En este sentido, Biden se realinea con el consenso de París (Acuerdos de la COP de 2015) como patrón de economía verde más aceptado, invita a China a unirse a este proyecto de transformación internacional, y busca consolidar un liderazgo mundial para «enfrentar la amenaza del cambio climático» (liderazgo que Trump había destruido).

Por su parte, la Unión Europea propone el programa de recuperación Next Generation EU, al cual se le destinan 750.000 millones €, de los cuales se destinarán 187.500 millones € para invertirse en «proyectos verdes», una cifra sin precedentes que revela el nuevo rango ambiental de las inversiones, a lo que habría que añadir otros cientos de miles de millones de euros provenientes del Multiannual Financial Framework para «inversiones climáticas» (período 2021-2027).

Lo central a destacar de estos procesos en curso es que proponen reestructuraciones en los patrones energéticos, tecnológicos y de infraestructura que, antes que buscar cambiar el depredador sistema capitalista, causante de la actual debacle planetaria, lo que persigue es salvarlo, refrescarlo y perpetuarlo. Se trata de modificar la composición de las fuentes de energía, potenciando los emprendimientos y empresas de energías renovables como la solar o eólica, sin plantear un cuestionamiento de fondo al modelo de consumo, producción y crecimiento sin fin. Continuar la producción masiva de laptops y smartphones, ahora cargados con energía solar; impulsar el «ansiado» boom de los carros eléctricos, que en realidad son sostenidos en el avance del extractivismo de litio y cobre en regiones como Suramérica, lo que además nos abre a otro eventual y contraproducente nuevo superciclo de los commodities. Promover la nueva fiebre del hidrógeno, el «combustible de futuro», que podría ser «producido» en el mar. Relanzamiento de los muy perniciosos agrocombustibles (de maíz, caña, etc), que han contribuido al avance de la frontera agrícola y al encarecimiento de los precios de los alimentos, todo para surtir a la industria automovilística. Impulsar la mentada ‘eficiencia energética’, promoviendo sistemas inteligentes para administrar el uso de la energía en las fábricas u hogares (lo que de ninguna manera ha logrado reducir el consumo de materiales y energía en términos absolutos); o cosas como la «agricultura inteligente», «Smart cities» y otras «soluciones» de índole tecnológico.

Repitámoslo: bajo este marco dominante, el sistema queda incuestionado. Son las rutas de un eventual nuevo ciclo de acumulación global, ahora «verde», que mete de contrabando la idea de un abordaje ambiental de la crisis, cuando en realidad afianza el sistema imperante de devastación de la naturaleza, poniendo al cambio climático en el centro de una nueva carrera capitalista. Y sobre todo, se afinca, nuevamente, sobre la histórica división internacional del trabajo, que pone a los países del Sur Global como zonas de sacrificio y proveedores de recursos. Nuevo colonialismo verde. Es el ciclo de acumulación más cínico y obsceno de todos.

No hay tiempo para reformismos

Todo esto nos revela una mezcla de gran insensatez, cierta incomprensión y alienación respecto a las verdaderas dimensiones de la crisis, incapacidad para coordinar acciones conjuntas, ansias de poder y el predominio de lógicas de ‘sálvese quien pueda’. El hecho de que el colapso de las condiciones que hacen posible la vida en la Tierra, se haya vuelto la más grande oportunidad mundial de negocios, es el retrato vivo del fracaso de una civilización soberbia, que devino en locura.

No hay solución mágica a esto, pero ya no hay tiempo para reformismos. La transformación que requerimos debe ser radical y de decisiones inmediatas. Radical no significa romperlo todo de la noche a la mañana, o necesariamente impulsar un paquete de medidas traumáticas para la población. Hay un conjunto diferenciado pero articulado de medidas que se deben impulsar, en diversas escalas, dimensiones y temporalidades. Pero la radicalidad hace referencia a abandonar, desde ahora, la lógica de crecimiento como factor central de organización de las sociedades actuales, detener la expansión de la máquina de depredación capitalista e iniciar, de inmediato, un proceso de distribución social masivo de los medios de vida (tierras, bienes comunes, rentas, derechos, insumos, entre otros) que permita, como mínimo, sostener el proceso de tránsito del cambio sistémico.

Se trata de algo diferente, una movilización de fuerzas y recursos nunca antes visto, una reorganización societal de enormes dimensiones, sin precedentes en la historia de la humanidad. Algo de estas dimensiones requerirá un profundo involucramiento de las sociedades, una importante movilización global de acción e interpelación a los grandes poderes, un sacudón cultural y político acorde a este tiempo histórico.

Tecno-optimistas, eco-modernistas, desarrollistas sostenibles, mesianismos verdes, progresismos verdes. Todos, o son parte del problema, o no logran escapar de la lógica de un sistema que se nos viene abajo. El problema no se podrá enfrentar sólo con medidas locales; fundamental es una política multi-escalar. Pero la acción directa debe estar en el centro de la política en un mundo hoy impredecible e inestable. Incida. Incida en todas las escalas que pueda.