Ollantay Itzamná
Al observar el escenario político de mal gusto de la última reunión del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), del pasado 3 de abril, donde 17 embajadores resolvieron que: “Venezuela vive una ruptura del orden constitucional”, reviven en mi memoria los escenarios de la USA-OEA previos al golpe de Estado en Guatemala, en contra del Presidente constitucional Jacobo Árbenz, en 1954.
En ese entonces, la OEA resolvió condenar al gobierno constitucional de Guatemala por “comunista y peligro para la integridad regional”. Dicha sesión fue promovida por el entonces Secretario de Estado de los EEUU. John Foster Dulles, también miembro del Consejo Directivo de la empresa bananera United Fruit Company, la poderosa empresa que se veía afectada por la reforma agraria de Jacobo Árbenz. Su anfitrión fue nada menos que el entonces dictador de Venezuela, Pérez Jiménez, en Caracas.
Los detalles y tácticas de la estrategia norteamericana en el caso de Guatemala, con el tiempo, salieron a luz pública, como ocurrió con otros golpes de Estado en la región promovidos o acuerpados desde la OEA.
¿Cuáles son las consecuencias actuales del golpe de Estado de 1954, promovidas por el gobierno norteamericano utilizando a la OEA?
Desde la básica racionalidad democrática, el proyecto político emprendido por la Revolución Nacional (1944-1954) fue y es el mejor intento de cambio que le pudo haber sucedido a Guatemala. Incluso para la misma oligarquía, ahora, en serio estado de incertidumbre.
Aquél proyecto de cambio abortado, en 1954, por USA-OEA, no sólo significaba reforma agraria, sino todo un proceso integral para la construcción de un proyecto de país democrático y sostenible para todos.
A más de 60 años de la ruptura de aquel proyecto político de transformaciones estructurales ¿cómo está, ahora, Guatemala?
Un Estado fracasado, e inexistente en diferentes bolsones territoriales y sociales internas. Cooptado/infiltrado por el crimen organizado. Asediado por micronarco estados emergentes. Con aparentes instituciones públicas donde la regla es la corrupción y la legalidad la excepción.
Una nación que no pudo cuajar como tal por el racimos legalmente institucionalizado que intentó anular la diversidad de naciones subyacentes.
Socialmente se encuentra en una calamitosa desintegración sangrienta, producto de la ausencia estatal y/o la propia criminalidad estatal. Con un promedio de un asesinato violento cada hora.
Con cerca del 70% de sus niños menores de cinco años en situación de desnutrición crónica. Con cerca del 60% de su población total en situación de pobreza. Con su población laboral esclavizada en las fincas de monocultivos o en las maquilas asesinas. Con más del 10% de su población total en el destierro que inyecta dinero (remesas) con aroma a llanto.
Económicamente subsiste gracias a la narco economía que inyecta ingentes cantidades de circulantes frescos que mantiene a flote al país. Los grandes empresarios no pagan impuestos, y sus “ganancias económicas” los sustraen y depositan en bancos extranjeros.
Una economía ilusoria y desigual que hasta los ángeles del Viernes Santo lloran al ver tanta riqueza y miseria en un territorio tan diminuto.
En estos más de sesenta años, no sólo las condiciones de vida se han pauperizado, al límite que la incertidumbre y la ausencia de sentido se hegemonizaron en el país, sino que la misma vida (sea de ricos o de pobres) corre serio peligro. En algunas zonas sociogeográficas de Guatemala, estar con vida es prácticamente un acto de fe.
Culturalmente, el espejismo de la posmodernidad sucumbió a su población en una casi total obnubilación espiritual. Destruyen sus fuentes de agua, sus suelos de cultivo, sus fuentes de oxígeno, sus farmacias y dietas ancestrales, su salud, su presente y futuro, sus propias vidas, sin darle el menor “beneficio de la duda” a las silenciadas voces de alarma emergentes.
Esto, en buena medida, es la consecuencia de la ruptura del proceso de cambios estructurales que USA-OEA promovió militarmente en 1954. ¿Habrá algún guatemalteco honesto que desee estas consecuencias nefastas a la Venezuela actual?
¿Será que el Embajador de Guatemala ante la OEA, Gabriel Aguilera, no es consciente de la realidad del país que representa, y por ello promueve, junto a otros entrometidos, el golpe de Estado en Venezuela?
Actualmente Venezuela, muy a pesar de las limitaciones gubernamentales y los efectos de la guerra económica, es un país digno que impulsó e impulsa procesos de integración y emancipación conjunta en la región.
Incluso para los organismos internacionales, como la ONU, es uno de los países ejemplares por sus logros en la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Cuenta con más de 10 millones de estudiantes en el nivel superior. No mendiga de la cooperación internacional para alimentar a su población, ni para pagar a sus empleados.
Liberó a su población de la tiranía y la oscuridad del analfabetismo. Mediante políticas de redistribución económica logró asegurar servicios básicos casi a la totalidad de su población.
Suficiente ver y comparar los proyectos habitacionales. ¡La democracia participativa mediante las misiones son únicas!. Junto a Bolivia, es el único país donde existe y se practican mecanismos de participación ciudadana como la Revocatoria de Mandato, incluso para el mismo Presidente de la República.
Si USA-OEA logra su cometido en derrocar el proceso de cambio venezolano, la desgracia para este país no serán sólo los carroñeros que ahora ya sobrevuelan sobre sus yacimientos petrolíferos, sino que la actual Venezuela digna será en muy poco tiempo la dolorosa Guatemala actual, cuya desgracia fue creer (o claudicar) en los “espejos” de USA-OEA