Desde hace años, organizaciones sociales ambientales, diversas comunidades Mapuche y sectores campesinos organizados, vienen sosteniendo que es inviable seguir con la expansión de pinos y eucaliptus, haciéndose fundamental revitalizar el bosque nativo con un plan de restauración, como una forma concreta de mitigar la grave situación de sequía que enfrentan numerosos territorios en el centro sur de Chile y que azota principalmente en la temporada estival, con graves perjuicios a la salud de la población, a la crianza de animales y cultivos de subsistencia.
A pesar de los llamados de atención que se viene haciendo, empresas y sectores públicos como CONAF, insisten en continuar masificando monocultivos de pinos y eucaliptus en sectores rurales. En efecto, CORMA ha planteado en su momento, que hay tres millones de hectáreas en el centro sur de aptitud forestal para estas especies, lo que sumado a los tres millones existentes, buscan proyectar a 6 millones, en medio de un proyecto legislativo que busca extender a 20 años el decreto ley pinochetista 701 que se discute en el congreso, donde deja en evidencia los grados de clientelismo político que empresas mantienen con parlamentarios.
Las plantaciones forestales de pinos y eucaliptus (no son bosques) están identificadas como componentes grotescos en la succión de las aguas de napas subterráneas y cuencas, además, de sus composiciones inflamables para la propagación de incendios, resecando territorios completos.
Cristián Frêne Conget, de la agrupación de ingenieros forestales por el bosque nativo a difundido a través de publicaciones que restaurar bosque nativo es una necesidad para el bienestar de los territorios y ha señalado: “Lo primero, después de elaborar el plan de restauración, es elegir las especies vegetales indicadas y las técnicas de conservación de suelos. En general es deseable iniciar el proceso de restauración con una mezcla de especies rudimentarias, con bajos requerimientos de agua y nutrientes y alta tolerancia a condiciones climáticas adversas, donde especies como el notro o ciruelillo, el radal, el maqui, la murta y el coihue, entre otras, son muy efectivas para el centro sur de Chile. La exclusión del ganado es fundamental en los primeros años del proceso, ya que de otra forma los animales pisotean y ramonean la vegetación, además de compactar el suelo, estancando o arruinando el proceso. También es importante entender que muchas plantas pueden cumplir un efecto “nodriza”, que básicamente significa la protección a otras plantas más vulnerables a las condiciones climáticas adversas. En este sentido, por ejemplo, cuando queremos eliminar un monocultivo de pino o eucalipto para recuperar un bosque nativo, a veces es preferible dejar algunos individuos para que den cobertura al suelo y protejan de las condiciones adversas a las plantas nativas que queremos instalar. Estos individuos de pino o eucalipto pueden ser eliminados cuidadosa y paulatinamente en el tiempo, hasta desaparecer, permitiendo un mejor establecimiento de la vegetación que deseamos y sirviendo como fuente de ingreso (leña, madera) para las personas que realizan este proceso. Respecto a las técnicas de conservación de suelos, es importante aprender de los antiguos pueblos andinos, que fueron capaces de hacer agricultura de montaña a través de técnicas muy sencillas pero efectivas para la conservación del suelo, tales como las microterrazas, las zanjas de infiltración, el arado en curva de nivel y el riego a través de pequeños canales”.
Estudios científicos hacen relación bosque nativo con producción del agua
Dos estudios científicos realizados por la Universidad Austral de Valdivia difundidos el 2009, se refieren por una parte, a la relación bosque nativo con la producción de fuentes de agua, y otro, sobre los impactos de las plantaciones forestales exóticas, los que entregaron un sustento técnico científico a las reclamaciones contra el modelo forestal en Chile.
El diario la Tercera publicaba el 30 de noviembre del 2009: “Estudio relaciona presencia de bosque nativo con la producción de agua”
A continuación la publicación de la época en dicho medio.
Siete años de trabajo en terreno y al fin vio la luz. Se trata del primer estudio en Chile que establece los beneficios del bosque nativo en la provisión de agua y que logra cuantificarlos. Un trabajo que podría ayudar a terminar con la sequía que acusan algunas cuencas del país en el período estival, cuando las lluvias dejan de aportar su cuota al cauce de los ríos. Estudio establece que un incremento del 10% en la cubierta de bosque nativo en las cuencas produciría un aumento de 14,1% en el caudal de los ríos en verano.
Para el estudio que encabezó Antonio Lara, investigador responsable del Núcleo Milenio Fiorecos, de la Universidad Austral, se midió diariamente, durante cuatro años, en seis cuencas de 140 a 1.462 hectáreas en la Cordillera de la Costa, en el área de Valdivia. Se tomaron en cuenta el porcentaje de cobertura de bosque nativo de cada cuenca y el coeficiente de escorrentía -esto es, la relación entre el caudal y la precipitación anual-. Y la conclusión fue que los caudales y la producción de agua están correlacionados con el porcentaje de bosque nativo que cubre las cuencas. En números: un incremento del 10% en la cubierta de bosque nativo en las cuencas produciría un aumento de 14,1% en el caudal de verano.
¿Cómo ocurre en la práctica? «El bosque nativo reduce la velocidad de escurrimiento, lo que permite una recarga de las napas y un flujo lento hacia los arroyos y ríos que mantienen los caudales de verano, en comparación con terrenos de uso agropecuario y plantaciones forestales», explica Lara. El bosque regula el flujo de agua y aporta equilibrio. «En una pradera, en cambio, se ve inundaciones en invierno y sequía en verano».
PÉRDIDA DE BOSQUE
Lara espera que este estudio sea tomado en cuenta por la autoridad. No sólo por ser el primero, sino porque «la producción de agua por los bosques nativos contribuiría a aminorar los efectos del cambio climático, especialmente por la disminución de precipitaciones en el centro y sur de Chile».
Un paso previo, entonces, es la protección de estos bosques ante la amenaza de incendios o reemplazo por otros usos de suelo. Hay datos: un estudio de Conaf y Conama señala que un 17,7% del territorio nacional está cubierto por bosque nativo (13.430.603 hectáreas). Una de las últimas actualizaciones dice que en La Araucanía se pierden anualmente un promedio de 2.845 hectáreas por incendios forestales, inundaciones por represas, talas ilegales y degradación de bosques. Un escenario mejor, pues según la FAO antes del 2000 la pérdida promedio anual era de 20 mil hectáreas.
Otras estimaciones: entre la V y la XII regiones la pérdida llega a 100 mil hectáreas desde 1995. Y un estudio de las universidades de Concepción, Austral y Alcalá, de España, dijo que se perdieron 82.131 hectáreas de la vegetación autóctona en las regiones V, Metropolitana y VI entre 1975 y 2008, lo que equivale a un 42,5% del total original. Eso, según Lara, se refleja en la reducción de los caudales de los ríos.