R. Gómez Mederos
Rebelión

Las semillas son el génesis, el legado cultural y biológico de la humanidad; en ellas se encuentran la memoria y las prácticas de pueblos antiquísimos, las semillas representan culturalmente las epopeyas de los pueblos por conservarlas y mantenerlas intactas de toda contaminación y plagas, son el pasado, el presente y el futuro. En ellas está contenida la mirada, lo aprendido y las prácticas de las poblaciones campesinas del mundo que las cultivaron durante milenios. La conservación de estas contiene todo ese pasado y futuro a la vez. Pero en ellas está implícita la independencia alimentaria de los pueblos. Contemporáneamente la conjunción entre forma de producción y para que se produce, determina en gran medida el futuro de ellas y de las poblaciones que las cultivan.

En su ciclo vital, las semillas comprenden un universo de acciones de los hombres, estableciendo el carácter social de su uso; su importancia a la hora de delimitar y condicionar la organización de los pueblos, en tanto base de la alimentación, es fundamental a la hora de establecer determinados modos de desarrollo.

La conjunción de concepciones sobre el uso de la tierra y sus bienes naturales, ha motorizado la dinámica de desarrollo de las poblaciones del mundo; las semillas como el elemento central para la alimentación del planeta. Pero la estandarización y la imposición unilateral de un tipo determinado de semilla y un también determinado uso de estas, constituye el desarrollo de un conflicto que se recalienta expansivamente en los rincones más recónditos del mundo.

100 años atrás, aproximadamente, el establecimiento de un programa consensuado en los centros de poder mundiales, empezó a elucubrar una forma de cambiar esa tradicional forma de cultivos, en donde, y en torno de esto, los campesinos ejercitaban prácticas productivas que componían su cultura y su modo de concebir la vida; este programa empezaba a imponer un modo de producción de alimentos basada en la industrialización de estos y su proceso de sembrado. Ese tipo de práctica de agricultura industrial iba y va, de la mano del desarrollo del capitalismo a nivel global, en el cual la estandarización de las semillas y la tendencia a la homogenización de estas compone el centro de las políticas de las corporaciones capitalistas más importantes del mundo, este tipo de política, necesitó y necesita imponer una modificación de las relaciones de quienes históricamente desarrollan un tipo de agricultura independiente basada en el respeto por la tierra y su ciclo natural de restablecer su fuerza vital, basada en el descanso de la tierra; una agricultura basada en el respeto de este ciclo natural, una agricultura de baja intensidad.

Como en el periodo de la conquista de Nuestramerica, en donde el inicio de este proceso, se impone fundando una de las catástrofes ecológicas más serias que han ocurrido en nuestros territorios: la destrucción del sistema incaico de agricultura de terrazas, perpetrado por los conquistadores… este desequilibrio ecológico fue la principal herramienta utilizada para consolidar la conquista, la única manera de los conquistadores de hacer perdurar su dominio sobre un pueblo entero era destruyendo los medios de subsistencia de esa población(1). Es decir, la producción de alimentos siempre ha constituido un elemento fundamental a la hora de consolidar un esquema de dominación y una matriz de acumulación de poder.

La agricultura campesina, local, comunitaria, de subsistencia, o familiar, todavía produce el 75% de los alimentos que se consumen en el planeta; y el 90% de los campesinos y campesinas de todo el mundo, que no usan métodos mecanizados o motorizados, producen ellos mismos la mayoría de sus semillas.(2)

El problema sustancial a que se enfrenta el campesinado del mundo, es el avance de la producción industrial de semillas modificadas genéticamente por parte de las corporaciones más poderosas del mundo, relacionadas fuertemente al rubro y a los países centrales; el lobby de estas compañías sobre los países productores de alimentos y semillas estratégicas pone en peligro la independencia alimentaria y la soberanía política de los pueblos. La generación de semillas modificadas compone un universo de variedades, las cuales “mejoradas” han sido estandarizadas para adaptarse en todas partes al mismo paquete tecnológico, sin el cual serían incapaces de crecer: fertilizantes y pesticidas químicos, maquinaria y grandes trabajos de acondicionamiento destructor de las tierras, de los árboles y de las reservas de agua disponibles. Todo este paquete tecnológico necesita la energía del petróleo. (3)

Paquete tecnológico, ley de semillas y Monsanto.

Sin el esquema agroindustrial dependiente, que es sostenido por el Estado Argentino a través del Ministerio Agricultura y su titular Carlos Casamiquela, está promoviendo desde el año 2012, una inminente modificación de la Ley de Semillas argentina. En los últimos meses, funcionarios del Ministerio conjuntamente con representantes de las transnacionales del agro negocio avanzan sobre la promoción del proyecto de Ley de Semillas enviada al Congreso Nacional.

La Ley de Semillas promovida por el Gobierno Nacional es, en realidad, un pedido de las transnacionales que intentan la privatización de las semillas, prohibiendo la reutilización que los productores hacen de aquellas que obtienen en sus propias cosechas, como así el derecho fundamental de los agricultores a intercambiar libremente las semillas y la selección y la mejora de estas.

La transnacional Monsanto es una de la más interesada en la modificación de la anterior Ley de Semillas, la 20247, porque avanza sobre el control de las semillas, la modificación de la ley les permitiría la monopolización del mercado y la hegemonía y el poder corporativo de los alimentos. La ley propone, en realidad está implícito en el espíritu de ella, el “uso propio” de las semillas, al limitar la posibilidad de acopiarlas por parte de los agricultores para la siguiente cosecha. La Ley “legaliza” las restricciones sobre la selección, la mejora, el derecho a la obtención de estas, el acopio, e intercambiar libremente estas. La exigencia de estar inscripto en el Registro Nacional de Usuario de Semillas limita a los agricultores a la práctica milenaria de intercambiar semillas.

La agresividad con que la ley avanza en la expropiación y privatización de la biodiversidad nativa, los bienes genéticos y silvestres, como también en la configuración de un esquema de “derechos intelectuales” para quien formulara una modificación y producción de una nueva variedad de semilla, permitiéndole tener el control y el manejo por años sobre esta.

El Proyecto extiende por 20 años el derecho de obtentor, que es una forma de propiedad intelectual sobre la semilla; y, para el caso de vides, árboles forestales, árboles frutales y árboles ornamentales, la duración de la protección es de 25 años.

La criminalización sobre el campesinado no es algo nuevo en Argentina, pero en este caso dicha legislación institucionaliza la penalización de quien no se encuentre dentro de la ley, pudiendo decomisar y embargar cultivos a quien no cumpliese con esta.

El INASE (Instituto Nacional de Semillas) tendría la facultad de regular la producción y el comercio de semillas de las especies nativas y criollas. Para la Agricultura Familiar y Pueblos Originarios se debe tener presente que este Capítulo se introduce fundamentalmente para poder aplicar las “excepciones” que plantea el anteproyecto de Ley en su artículo 32, y que parece ser una especie de consuelo para que los agricultores acepten el cercenamiento al uso propio de las semillas. Tampoco está permitida la semilla de uso propio en las especies frutales, forestales y ornamentales, ni en variedades sintéticas, multilíneas e híbridas, demostrando una vez más que la única intención es garantizar el control corporativo sobre las semillas. (4)

El manejo corporativo que pretende la ley beneficia solamente a las transnacionales, y pone en consonancia a la iniciativa agraria argentina con una política global alimentaria, que tiene a la llamada Ley Monsanto como su pieza principal, pasando por alto el derecho de los campesinos, base de las políticas públicas para la conservación y uso sostenibles de los recursos genéticos de las plantas. La ley no permite en la práctica la aplicación de los derechos contemplados en los artículos 5, 6 y 9 del Tratado de las Semillas de la FAO.

Las leyes Monsanto

Las “leyes Monsanto”, o “leyes UPOV 91”, llamadas así por la Convención UPOV del año 1991, proliferan por todo el mundo como una suerte de receta jurídica global que se imponen en cada territorio a sangre y fuego. Las patentes, como así el daño que producen las semillas modificadas y patentadas sobre los cultivos sanos por contaminación aledaña a los campos de semillas modificadas, como también por los programas de ayuda alimentaria, conforman un escenario sin retorno, a espaldas y en detrimento de los campesinos y la población en general.

El Certificado de Obtención Vegetal (C.O.V) es otra herramienta de las empresas para declarar la propiedad sobre las semillas, porque protege la variedad estandarizada de las semillas industriales, sin tener en cuenta que las corporaciones y las instituciones científicas estatales aliadas en la investigación y desarrollo de las semillas a las corporaciones transnacionales han utilizado, gratuitamente, en la parte inicial del proceso de transformación, su primer recurso genético, producidas por generaciones milenarias de campesinos.

Un elemento importante a tener en cuenta, y que suena al unísono con las medidas globales de las empresas, son las normas sanitarias y de bioseguridad que suponen un fraude industrial a gran escala, ya que autorizan a las multinacionales a supervisarse ellas mismas, certificando libremente y sin control, los niveles de calidad, para la utilización de estas.

Las leyes Monsanto a escala mundial imponen normas que crean un registro electrónico de todos los campesinos que producen sus propias semillas; a partir de esto los gobiernos pueden remitir esta lista de campesinos a la industria, con el fin de perseguirlos por “falsificación” ante los tribunales.

Las compañías semilleras nucleadas en la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA) y lideradas por Monsanto, han construido un aceitado mecanismo de Lobby político, tanto en el parlamento argentino como en el Ministerio de Agricultura, para la aprobación de una ley que destruye el derecho de los pueblos a encapsular su memoria colectiva y su decisión de elegir independientemente como quiere desarrollar su agricultura, a preservar la biodiversidad y la memoria genética silvestre para las generaciones venideras.

Notas

1) Memoria Verde. Memoria Ecológica de la Argentina. Antonio Brailovsky. Diana Foguelman. Ediciones Debolsillo. BsAs 1991.
2) Cuaderno Nº 6 de la Vía Campesina. Cuadernos de la Vía Campesina Junio de 2013.
3) Idem 2.
4) Declaración de las organizaciones sociales de Argentina, contra la Ley de Semillas. CAMPAÑA NO A LA NUEVA LEY ‘MONSANTO’ DE SEMILLAS EN ARGENTINA Las semillas son patrimonio de los pueblos y no de las corporaciones.