Enoc Sánchez López
Uno de los grandes problemas de los países de América Latina, África y Asia es el hambre. Casi se ha tomado como algo natural que sus causas son la superpoblación y la existencia de tierras infértiles en estas zonas y muy poco se hacía para mitigar el apetito de los pobres. Los capitalistas parecen olvidar que el hambre reinante, por ejemplo, en Sudamérica es consecuencia directa de su pasado histórico, es decir, la historia de la explotación colonial de tipo mercantil (latifundio), desarrollada en continuados ciclos de economía devastadora o, por lo menos, el clima de inestabilidad de la integridad económica del continente. Para aclarar, debemos recordar varios de estos períodos: el ciclo del oro, del café, del azúcar, de las piedras preciosas, del cacao, del caucho, del petróleo, etc. De esta herencia colonial, todavía imperante hasta estos días, se destacaron los monocultivos, mediante el cual la producción de alimentos estaba ligada únicamente a sembrar especies exclusivamente aptas para la exportación y fue tanta la explotación de estas tierras que las convirtieron en tierras infecundas. Esto trajo graves secuelas como fue el desabastecimiento alimenticio en la región, los otros deberían ser importados desde las grandes potencias coloniales. Como se ve el hambre en estas regiones es multifactorial, no tanto por la insuficiencia de las cosechas, dado que en oportunidades los conucos solían resolver estos problemas, sino más bien, por la ruina en la que queda el campesino productor después de repartidas las partes que corresponde al dueño de la tierra.
El caso más patético se tuvo en la India durante la colonización inglesa. El gobierno inglés para proteger la naciente industria del reino, estableció desde comienzo del siglo XIX, un sistema de derechos prohibitivos para los productos elaborados en la india, los cuales tenían que pagar entre el 60 y el 70 % al valoren, lo que significaba un golpe de muerte para los artesanos indios. Consecuencia de esto, los indios estaban en la miseria y no tenían dinero para comprar alimentos y causó durante un tiempo la muerte de más de diez millones de pobladores.
Durante el período latifundista los alimentos producidos no tenían el carácter industrial, tal como ahora, primero, porque sus precios eran prohibitivos para muchos pobladores que vivían en la miseria y segundo, porque no existían máquinas para la producción en serie, ni empaquetamiento, ni almacenamiento adecuado y muchos menos la distribución masiva. Era posible comprar el arroz, azúcar, café por una medida (un real, un bolívar…) que el bodeguero extraía con una gran cucharón de un saco grande y el líquido, lo vendían por una medida inglesa llamada “pinta”. Desde el momento que los grandes industriales descubrieron que los alimentos se podían empaquetar y colocarles una etiqueta o marca (café, harina, sal, azúcar, arroz, cebada…), enlatar (sardina, atún, hongos, palmitos, salsa de tomate, jamón en pasta, sopas…) y los líquidos se podían embotellar o meterse en cajas (jugo, leche, yogurt…) se inicia la gran especulación alimenticia en el mundo. Las grandes capitalistas coligados con la industria, bancos y los dueños de grandes extensiones de terrenos se asocian para conformar lo que se conoce la “industria de alimentos”, fundadas para especular a consta del hambre de todos o habitantes del planeta. A partir de ese momento comienza la fabricación de alimentos en serie, se funda la industria del empaquetamiento, se conforman grandes almacenes, colosales distribuidores, inmensos hipermercados, hasta lujosas cadenas de restaurantes de comida chatarra. Todo estaba edificado a la medida para que aquellos que tenían dinero hicieran más dinero.
No sólo los capitalistas especulan con el hambre del pueblo, además de lo anterior, dada la industria de la publicidad asociada a tal maquinaria, ésta impone cierto tipo de comida y bebida como si estos fueran una moda. Los habitantes de Venezuela, desde la época colonial, han sido inocentes víctima de tal perversidad. Nos impusieron la cultura del pan para que los grandes productores de trigo europeos se hicieran más rico, inventaron que comer condimentado era lo mejor para los alimentos dado que en los grandes almacenes de Europa donde se encontraban miles de sacos especies (canela, comino, azafrán, pimienta, orégano, estragón…) debían buscar un público cautivo, ignorante y pendejo. Y qué mejor que los faramalleros mantuanos quienes asimilaron estoicamente esta imposición. Eran las costumbres de la aristocracia venida del reino. De igual manera se hizo con las bebidas alcohólicas, tal como el brandy, el vino, la cerveza y el whisky, a tal extremo que casi es un mandato social que no se puede concebir un almuerzo o una cena sin acompañarlas con una bebida espirituosa. Pasado el tiempo esta cultura gastronómica impuesta fue asimilada por nuestros burgueses de orilla y como siempre, por nuestra clase media asalariada.
No cabe duda, la población mundial es víctima de la industria de alimentos y su publicidad. Recién se produjo un desabastecimiento, seguramente provocado, por una marca de harina de maíz precocida y palpé personalmente el desespero de la gente cuando llegan al supermercado varios empaques, como si este fuese el único alimento para saciar el hambre. Nuestro consumidores parecen desconocer que nuestra tierra nos entrega otros sustituto de carbohidratos (yuca, plátano, topocho, ñame, ocumo…) mucho más alimenticio que aquel polvo que seguramente tiene poco valor nutritivo.
Siempre que acudo a un supermercado me asombro de la cantidad de anaqueles llenos de comida “basura” sin ningún valor nutritivo y que sólo sirve para agravar el problema de sobrepeso: frituras empaquetadas en papel de aluminio, polvos con colorantes para diluirlos en agua, jugos azucarados, envoltorios de galletas, gaseosas a montón, cantidades de productos enlatados importados, diversidad de golosinas para enfermar a los niños, embutidos,…Simplemente, alimentos dañinos producidos por la industria de “alimentos” para enriquecer a sus dueños y dañar la salud de los pobladores.
Es obligatorio cambiar la cultura gastronómica de los venezolanos, evitar nuestra dependencia de ciertas comidas importadas como el trigo. Es importante quitarle el monopolio a cierta industria que lo único que hace es perjudicar la salud de los venezolanos. Se debe eliminar de las maltas, una bebida para niños, la etiqueta de la marca de la cerveza, dado que es una forma de iniciar a los jóvenes al consumo del alcohol.
Luis Vélez De Guevara, poeta y dramaturgo español afirmó: “La perfecta hora de comer es, para el rico, cuando tiene ganas; y para el pobre, cuando tiene qué”. Por fortuna, mi comandante Hugo cambió ese estado de miseria, de manera similar lo hacen otros presidentes revolucionarios de la región. Actualmente el presidente MM sigue con esta política, la cual les asegura a todos los venezolanos, sin distingo de clase, el acceso a unos alimentos sanos. Es importante realizar una campaña para evitar el consumo de “comida basura”, simplemente porque la influencia de la publicidad los presenta en empaques muy adornados. Honor, gloria e inmortalidad a mi comandante Chávez.