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La posición de la cúpula financiera está tomada: no hay negociación. Tal como han procedido en relación a las negociaciones sobre cambio climático conduciéndolas al fracaso, como en Durban, en diciembre 2011.

La globalización neoliberal se viene imponiendo violentamente en Europa, EEUU y el Sur, con algunas excepciones como Islandia en Europa y los países de la Alba en nuestro continente. Es decir, donde ha habido resistencia. Si el Presidente Chávez no se hubiese mantenido firme en Canadá-2001, el Alca no se hubiese derrumbado en Mar del Plata-2005 y no hubiese surgido la Alba.

La civilización fundada en la acumulación a costa de la destrucción de la naturaleza y la superexplotación de los asalariados, no tiene otra salida que la transformación de los asalariados en esclavos y la mercantilización extrema de la naturaleza arrasando los ecosistemas, saltando las leyes internacionales para explotar los fondos marinos, tratando de privatizarlo todo, los conocimientos genéticos, la sabiduría de los pueblos primigenios, etc. Esto es la llamada economía verde.

La guerra tiene dos variantes: la guerra contra la humanidad y la guerra contra el planeta. La política se encarga de hacerla posible. Río+20, su proceso preparatorio y su desenlace, son un teatro de operaciones bélicas de baja intensidad, no una negociación convencional. En el Consejo de Seguridad se discute sobre la eventual destrucción de Siria, que luego puede ser Irán, Venezuela… En Río+20 se debate la suerte de los ecosistemas. Pero es una y la misma guerra global.

En Río+20 no hay término medio: o los gobiernos y los pueblos derrotan los despropósitos del capital financiero o este continúa acumulando ganancias a costa de todas las formas de vida. Las soluciones intermedias, orientadas a salvar el multilateralismo, conducirían a una desastrosa derrota.

El capital financiero está sustituyendo el multilateralismo tradicional centrado en la ONU por un multilateralismo centrado en alianzas militares, la destrucción de los Estados soberanos y la creación de dos mundos: un mundo opulento y una periferia caótica, forajida, ingobernable, que debe ser disciplinada de tiempo en tiempo para garantizar la explotación de sus recursos naturales y su fuerza de trabajo. Todo esto se juega en Río+20.