Me encuentro en el pabellón de los océanos del Museo de Ciencias Naturales de Washington DC, USA. Ya llevo cinco días de visita, y aunque veo difícil terminar mi investigación, no puedo negar el impacto que me ha producido el tema.
Los océanos son maravilla de la naturaleza porque exhiben regularidad, orden, y cierta lógica. Sus especies de flora y fauna están clasificadas. Observo, con todo cuidado, desde diminutas arañitas de mar hasta estrellas, mantas, rayas, y otras denominaciones que mi modesto lenguaje ya no puede destacar. Percibo una variedad copiosa de conchas marinas que revelan millones de años en lentas formaciones. Veo también seres ya extinguidos como el pez-murciélago.
Contemplo, extasiado, peces exóticos de vivos colores, puros y combinados, de increíble belleza paradisíaca. Llegan a mis ojos grandes langostas y también especies gigantes, como un pez de metro y medio de largo, o un pulpo cuya longitud (incluyendo patas y prolongaciones) llega a los 11 metros.
Me traslado ahora a otra sección donde se exhiben materias sólidas como el coral, que adopta distintas formas y tamaños. Un letrero se pregunta si el coral es planta, roca o animal (aunque los corales mismos son animales) Es bueno saber que aquellos lanzan dióxido de carbono y nutrientes y facilitan el desarrollo de su entorno ambiental.
Una advertencia escrita hace saber que podemos conocer el océano desde una playa o un bote, pero aquello es nada frente a su inmensidad porque se extiende más allá de los continentes y oculta al mundo visible, como también al sol, una inmensa como vasta profundidad. En esas áreas, plenas de montañas, valles y llanuras acuáticas, se halla el secreto de su realidad y evolución.
La vida del océano es interacción y sus fuentes de vida en favor del planeta, infinitas. Es un precioso sistema global, que destaca la infinita variedad de vidas marinas que se denomina: biodiversidad. Alterar su balance es dramático y de efectos negativos. Sin embargo, el proceso destructivo del mundo marcha acelerado y la vida oceánica se va extinguiendo ante la acción de un torrente creciente e incesante de causas que, ahora, me obligan a desentonar del tema principal. Sufriendo un “shock” personal, me viene de inmediato a la mente una lista de factores que amenazan convertir a la vida oceánica en un basurero universal inerte. Voy a destacarlos por número.
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Ciudades enteras, por siglos, han expulsado sus aguas servidas y deshechos del cue rpo en las aguas del mar o en aledañas. Los ríos, en función de su corriente de arrastre, desempeñan el papel de mecanismos transportadores de podredumbre.
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La combustión de los motores de navegación, continúa produciendo deshechos de suciedad, propios de carburantes y aceite que se sumergen en las aguas.
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Derrames de petróleo, particularmente de buques-cisterna, siguen provocando siniestros. Burlando normas legales de seguridad, su daño es ahora al por mayor. Según informes internacionales y cuadros estadísticos, se vierten al mar diez millones de toneladas de crudo por año.
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Barcos de pesca con infraestructura propia y congeladores parecen enemigos del mar. Son verdaderas fábricas a bordo con innumerables procesos, desde la elaboración de conservas y selección de partes, hasta la obtención de harinas y aceites. No sólo vierten sus residuos en el mar, sino lanzan contenidos orgánicos peligrosos en grandes volúmenes, destinados a descomponerse dentro las propias aguas.
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Barcos basureros de las ciudades, y otros de basura química y aún radioactiva, cumplen la criminal tarea de descargar sus materias en las aguas, pese a regulaciones de leyes. Muy pocos se dan cuenta como mueren las praderas oceánicas, arrecifes coralinos, marismas, manglares, bosques marinos y otros hábitats, tanto costeros como internos.
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L a pesca con cianuro destruye los arrecifes coralíferos y los propios bancos de peces. La pesca con dinamita, mata peces aún pequeños y las propias ovas. El ingenio está a la orden día para seguir creando y aplicando formas destructivas.
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La contaminación de la marina mercante (comercial) produce el doble de gases que la aviación. Al tratarse de un número inmensamente mayor de buques (en número y volumen), no podía esperarse otra cosa. La flota mundial de barcos supera los 90.000 y facilita las demandas de un monstruoso comercio mundial “globalizado” y “democrático”. La Organización Marítima Internacional (organismo de las Naciones Unidas) ha revelado datos espeluznantes sobre el tema.
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La sobrepesca ya ha agotado buena parte de la vida marítima, extinguiendo especies y arriesgando otras. Tanto la irresponsabilidad como la crueldad de sus autores les ha hecho perder escrúpulos de sensibilidad humana, tales como extraen las aletas en vivo a los tiburones y devolver sus cuerpos vivos al mar. La carne de los escualos, por ser dura, no tiene valor comercial
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Honrando a la moderna empresa privada, ha hecho su aparición la minería marina, con abundante capital, tecnología, y uso de la robótica. Se perfora el fondo del mar para obtener oro y otros minerales, dragando y removiendo inmensas extensiones de tierra y arena interior, para dar muerte a flora y fauna del lugar. Un despiadado sistema de trituración y arrastre, mueve y lava miles de toneladas del material en busca de los codiciados minerales, y los asciende por tubería hacia los barcos acondicionados.
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En esta competencia destructiva no se queda atrás la pesca de arrastre. Con también inversiones de alta magnitud, las grandes corporaciones emplean redes gigantes de longitud kilométrica, sin importar su solidez ni dureza. De esta forma se barren bosques marinos extinguiendo flora y privando de alimento a la fauna de las profundidades. Se ha reportado la existencia de más de 200 barcos en esta tarea.
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Desesperados científicos hacen saber que la creciente acidificación oceánica y el aumento del C02, destruye los corales y ataca el sistema nervioso de los peces, inhabilitando parte de sus movimientos, provocando alteraciones y desorientación.
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Hagamos la prueba de practicar nuestro olfato en áreas costeras. En buena parte del mundo son insoportables como peligrosas para la salud. Se ha reportado que el Mar Negro, ha perdido ya el 90% de su oxígeno.
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La acción de los plásticos ya garantiza la muerte en el Mar Mediterráneo, donde las bolsas han invadido su fondo; extremo confirmado por los buceadores (ese fondo “está siendo tapizado”) Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, ya el año 2005 había 13.000 fragmentos por kilómetro cuadrado. De otro lado, peces, tortugas, cetáceos y focas, los ingieren, para morir, dada la obstrucción de su aparato digestivo, porque todo lo que se mueve en el mar, se come.
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En otro de los océanos, el año 1997, la necropsia a una ballena varada le encontró cierta bola de 50 kilos de plástico que le había taponado el estómago.
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Infinitas nuevas formas aparecen concurrentes en el proceso de destrucción oceánica. Tales son los hundimientos de buques, lanzamientos de cadáveres y explosiones causadas por las armas de guerra (bombas, torpedos y experimentaciones militares).
No faltan personas que me discuten que se trata de degradación y no destrucción. Tal criterio disimula la realidad de la muerte oceánica, con efectos igualmente destructivos para la humanidad (menos comida, más focos de infección y aún otros peores desastres) Las entidades dedicadas al mar saben que la crisis, marcha hacia desenlaces horrorosos destructivos. Las esperanzas se acaban.
Gustavo Portocarrero Valda, licenciado en filosofía, es abogado, periodista y escritor.