Históricamente, en la economía y en la política se ha dado mucha más importancia a los asuntos financieros que a la perdida de la ecología. La deuda externa ha marcado el rumbo de las políticas económicas aplicadas en los países de América Latina en las últimas décadas, aunque si bien el importe inicial de la deuda externa contraída ya ha sido pagado, los intereses de la deuda aumentan constantemente y esto hace que se vuelva una deuda eterna.
La discusión sobe la cuantificación y reclamo de la deuda ecológica es muy reciente, apenas una década. La deuda ecológica es “en esencia la responsabilidad que tienen los países industrializados del Norte, sus instituciones, la élite económica y sus corporaciones por la apropiación gradual y control de los recursos naturales, así como por la destrucción del planeta causada por sus patrones de consumo y producción, afectando la sustentabilidad local y el futuro de la humanidad. Basados en esta definición, los pueblos en el Sur son acreedores de esta deuda y los deudores los países del Norte” [1].
Para Joan Martínez Alier [2] la deuda externa y la deuda ecológica se relacionan principalmente por dos componentes:
a) el reclamo de la deuda ecológica se justifica a cuenta de la exportación mal pagada –los precios no incluyen los costos ambientales- y a cuenta de los servicios ambientales proporcionados gratis;
b) la obligación de pagar la deuda externa y sus intereses llevan a una depredación de la naturaleza. Entonces, puede considerarse que no debe pagarse la deuda externa a menos que el norte pague antes la deuda ecológica.
En cuanto al primer componente Martínez Alier da algunos ejemplos: “el petróleo que México exporta a Estados Unidos está infravalorado porque no tiene en cuenta la contaminación producida en las zonas de extracción de bosque tropical húmedo de Tabasco y Campeche, porque no incorpora un costo adicional a cuenta de sus efectos negativos sobre el cambio climático global… el conocimiento exportado desde la América latina sobre los recursos genéticos silvestres o agrícolas (la chinchona officinalis, la papa, el maíz…) lo ha sido a un precio cero o muy barato, mientras que la absorción de dióxido de carbono por la nueva vegetación o en los océanos se viene realizando gratis…” [3]
En el segundo caso, para lograr pagar la deuda externa se necesita que lo producido sea mayor que el consumo, es decir que haya un excedente, esta mayor productividad se hace a costa de aumentar la plusvalía relativa o de un mayor abuso de la naturaleza. Al aumentar los intereses de la deuda los recursos se agotan y al aumentar la deuda externa se estaría infravalorando el futuro. Es absurdo que se priorice el pago de una deuda que crece a un interés compuesto a costa de sacrificios humanos y de la naturaleza.
Para reclamar y cuantificar el monto de la deuda ecológica, Martínez Alier identifica seis componentes de la deuda ecológica expresada en dinero [4]. Primero, los que respectan al comercio ecológicamente desigual: a) Los costos de reproducción o sustentación o manejo sostenible de los recursos naturales renovables exportados; por ejemplo, la reposición de los nutrientes incorporados en las exportaciones agrarias; b) los costos actualizados de la no-disponibilidad futura de los recursos no-renovables destruidos. Por ejemplo, el petróleo ya no disponible, o la biodiversidad destruida; c) los costos de reparación (no pagados) de los daños locales producidos por las exportaciones. Por ejemplo, la contaminación de ríos y los daños a la salud por la explotación de minas.
Segundo, los componente relativos a la falta de pagos de servicios ambientales: a) Los costos de reparación de las consecuencias de la importación de residuos tóxicos sólidos o líquidos; b) el importe correspondiente a los residuos gaseosos absorbidos gratuitamente hasta ahora o depositados en la atmósfera (C02, principalmente); c) el importe de la información y conocimiento sobre recursos genéticos cedidos gratuitamente, siempre que haya habido un aprovechamiento comercial de esta información y conocimiento.
Ciertamente los daños a la naturaleza son muchas veces inconmensurables, pero se trata de cuantificar para reclamar la deuda ecológica utilizando el mismo lenguaje, pero bajo una lógica diferente.
Si nos remontamos siglos atrás, hacia la historia de la colonización y el despojo, encontramos más argumentos para hablar de una deuda histórica de los países europeos hacia los latinoamericanos. En su discurso ante la reunión de jefes de Estado de la Comunidad Europea en febrero de 2002, el cacique mexicano Guaicaipuro Cuactemoc formula algunas tesis importantes para afirmar, que desde esa óptica, América latina es acreedora y no deudora, en su discurso afirma contundentemente: “También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América”.
Si se les aplicara la misma lógica de un interés compuesto, y considerando los crímenes cometidos, se estaría hablando no sólo de un pago de una deuda histórica, sino también del pago de indemnizaciones por daños y perjuicios.
Bajo esta lógica América latina no es deudora sino más bien acreedora de los países ricos. Es momento de cambiar y priorizar la lógica de la vida, antes que de la lógica mercantil, cosificada y de muerte. www.ecoportal.net
Evelyn Martínez. Asociación de Estudiantes de Economía (AEE)
Revista Pueblos
www.revistapueblos.org
Notas:
[1] Martínez Alier, Juan, “Deuda ecológica y deuda externa”. En el curso: “Ecología política en el capitalismo contemporáneo”. Programa Latinoamericano de Educación a Distancia (PLED). Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Buenos Aires, Septiembre de 2010->Martínez Alier, Juan, “Deuda ecológica y deuda externa”
[2] En el curso: “Ecología política en el capitalismo contemporáneo”. Programa Latinoamericano de Educación a Distancia (PLED). Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Buenos Aires, Septiembre de 2010.»
[3] Ibid. pág. 2.
[4] Ibid. pág. 17