Por muchos motivos (económicos y hasta políticos) se nos ha hecho pensar que todo lo que se vende en el supermercado es bueno, limpio, sano, nutritivo y apto para alimentar a nuestros hijos, y que lo que se compra en las granjas o directamente a los agricultores es de «dudosa procedencia» o de menor calidad. Sin embargo, un artículo publicado en diversas revistas norteamericanas (prevention.com y wakeup-world.com, entre otras) pone en duda estas ideas, mostrando los 7 alimentos que ni los expertos comerían.


1. Organismos Genéticamente Modificados (GMO, OGM, como se prefiera)
Jeffrey Smith, autor del libro Seeds of Deception y fundador del Instituto para la Teconología Responsable, apunta que los OGM requieren para su cultivo una enorme cantidad de herbicidas que contaminan suelos, cuerpos de agua, animales y seres humanos, provocando en estos últimos daños y mutaciones genéticas. Los cultivos con OGM más comunes son: maíz, soya, papa, alfalfa, canola, papaya, arroz, miel, calabaza, tomate, tabaco y frijoles o porotos.
La opción: comprar orgánico, plantar tu propio huerto o comprar a cooperativas rurales, y revisar las etiquetas. En algunos países se requiere que el productor declare si se trata de un OGM. Si no, hay que exigir a los legisladores (que en teoría, representan los intereses de quienes los eligieron) que se imponga una regulación transparente en el etiquetado de la comida.

2. Tomates enlatados
Fredrick vom Saal, Endocrinólogo en la Universidad de Missouri, investigador experto en bisfenol-a, explica que la cobertura interna de las latas (y muchos otros empaques plásticos) está hecha de bisfenol-a, un estrógeno sintético que ha sido relacionado con  problemas de esterilidad, diabetes, obesidad y ataques al corazón. El bisfenol reduce la producción de esperma y daña las células reproductivas de los animales. Particularmente, la acidez de los tomates hace que esa sustancia se desprenda de la lata.
La opción: si no puedes sembrarlos o comprarlos en un mercado orgánico, prefiere los que vienen en  frasco de vidrio o tetra-pak.

3. Carne de res alimentada con granos
Joel Salatin, copropietario de Polyface Farms y autor de varios libros sobre granjas sustentables explica por qué: La mayoría de la carne de res que encontramos en el supermercado es alimentada con una mezcla que incluye granos de maíz, soya y excremento de ave. Esto hace que la res engorde más rápido, que se produzca más carne y baje el precio. Sin embargo, la concentración nutricional de esta carne es deficiente: tiene muy bajos niveles de beta caroteno, vitamina E, omega 3s, ácido linoléico, magnesio y potasio. Además, contiene grasas relacionadas con enfermedades cardiovasculares. Salatin insiste en que se debe respetar el hecho de que las reses son herbívoras.
La opción: comprar carne de libre pastoreo, usualmente la etiqueta lo especifica, y si no, hay que preguntarle al carnicero. Esta carne es más cara, lo que implicaría reducir el consumo de carne. Por donde se vea, es más sano a la larga.

4. Palomitas (pochoclo, pipoca, cotufas, cabritas) de microondas
Olga Naidenko, doctora en ciencias de Environmental Working Group, advierte que las bolsas de palomitas contienen químicos como el ácido perfluoroctanoico (PFOA), que ha sido relacionado en un estudio de la UCLA con problemas de infertilidad en las mujeres.  Cuando ha sido probado en animales, provoca cancer de hígado y páncreas. Los microondas hacen que el PFOA se evapore y se adhiera al alimento. Este ácido no se puede metabolizar, por lo que se va acumulando en el organismo. Empresas como DuPont planean eliminarlo de sus productos hasta el año 2015, mientras tanto, seguirán existiendo.
La opción: hacerlas en casa, a la antigua. No toma más de cinco minutos y pueden saborizarse naturalmente con mantequilla, especias, sal de mar, hierbas secas, azúcar mascabado, etc.

5. Salmón de granja
David Carpenter, director del Institute for Health and the Environment en la universidad de Albany, ha publicado numerosos artículos sobre pescado contaminado en el Journal of Science. Carpenter insiste en que la naturaleza no hizo a los salmones para vivir hacinados en una granja comiendo soya, guano de ave y plumas hidrolizadas. Esta alimentación hace que los salmones tengan muy poca vitamina D, además de acumular PCBs, carcinógenos como el DDT, antibióticos y pesticidas para combatir las bacterias que aparecen en las granjas, químicos que pasan directamente a nuestro organismo. El experto señala (aquí el artículo) que el salmón más contaminado se produce en el norte de Europa y se exporta a toda América.
La opción: comer pescados locales que, además de ser más frescos, hayan sido capturados viviendo en libertad. O bien, optar por el salmón de Alaska.

6. Leche con hormonas
Rick North, director del proyecto Campaign for Safe Food  y del American Cancer Society.
Los productores de leche tratan a las vacas con hormonas de crecimiento (rBGH o rBST) para acelerar la producción de leche. Sin embargo, esta hormona provoca infecciones en las ubres y aumenta la presencia de pus en la leche.  Además, desencadena la producción de una hormona (IGF-1) que eleva la insulina. La hormona del crecimiento está relacionada con el cáncer de mama, próstata y colon. Anteriormente se creía que el cuerpo humano sintetizaría dicha hormona, pero ahora se sabe que la caseína presente en la leche evita que se rompa la molécula. Por ello, el rBST ha sido prohibido en muchos países, sin embargo, no todos los países cuentan con una legislación al respecto.
La opción: comprar leche orgánica o producida sin estos químicos (en algunos países es obligatorio aclararlo en la etiqueta).

7. Manzanas convencionales
Mark Kastel, co-director de Cornucopia Institute, señala que las manzanas son las frutas que más dosis de pesticidas reciben. Naturalmente, las plantas generan resistencia a los hongos y las plagas. Dicha resistencia se guarda como información en el material genético de las semillas. Sin embargo, debido a que las manzanas que comemos vienen desde hace muchos años del mismo árbol, esa resistencia no ha pasado a otras generaciones de manzanas. Esto implica que cada año se tengan que rociar con gran cantidad de químicos para combatir plagas y asegurar la producción. La industria insiste en que estos residuos no son dañinos —porque se analiza el contenido de una sola manzana—, sin embargo, cuando las consumimos con frecuencia, el diagnóstico cambia. Está comprobado que los agricultores que trabajan con estos pesticidas desarrollan niveles más altos y más agresivos de cáncer, además de que los pesticidas han sido relacionados íntimamente con el mal de Parkinson.
La opción: comprar manzanas orgánicas. Si son muy caras, hay que asegurarse de lavarlas muy bien y quitarles la cáscara, con eso se reduce un poco el efecto nocivo.

Finalmente, uno se pregunta por qué esta información no está al alcance de toda la gente. La respuesta que dan numerosos activistas es que las industrias han invertido millones de dólares en investigación e infraestructura, por lo que divulgar esta información masivamente haría que la inversión se fuera a la basura, además de que colapsaría el mercado.

Fuente: http://mx.mujer.yahoo.com