Ella y otras cuatro campesinas de diferentes regiones peruanas brindaron su testimonio durante la Audiencia Pública Mujeres Rurales Frente al Cambio Climático, realizada este jueves 10 en esta ciudad a 1.105 kilómetros al suroeste de Lima.
El foro fue organizado por el feminista Centro Flora Tristán e integra la iniciativa Tribunales Mujer y Cambio Climático, impulsados en 15 países del Sur en desarrollo por el Grupo de Trabajo Feminista y el Llamado a la Acción Global contra la Pobreza (GCAP, por sus siglas en inglés).
El objetivo de ellos es canalizar las propuestas de las mujeres rurales ante la XVII Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que comenzará el día 28 en Durban, Sudáfrica.
Unas 200 personas, entre autoridades, productoras agrarias y representantes de instituciones de la sociedad civil, escucharon conmovidas las voces de las mujeres en un auditorio del gobierno del departamento surandino de Cusco.
Además de Huatay, pobladora de un caserío del norteño departamento de Cajamarca, atestiguaron Sonilda Atencio, del suroriental y altoandino Puno, María Ibárcena del surandino Arequipa, Bertha Berecho, del norte-costero Piura, e Hilara Yanque, de Cusco.
Las cinco, tres de ellas indígenas, denunciaron el impacto del cambio climático en sus vidas, en su economía, en sus relaciones familiares, en su salud física y mental.
Ellas ejemplifican la realidad de pobreza y abandono en que se encuentran miles de familias en un país cuya economía exhibe un sostenido y alto índice de crecimiento económico. Pese a ello, 40 por ciento de los 29 millones de peruanos viven en pobreza o en extrema pobreza.
Las personas más desfavorecidas se concentran en las zonas rurales, donde 70 por ciento son pobres y tienen la agricultura por principal actividad. Este sector recibe menos de uno por ciento del presupuesto peruano, aunque genera siete de cada 10 toneladas de alimentos consumidas en el país.
«En mi comunidad las mujeres aún vestimos polleras (faldas étnicas), no sabemos de zapatos y usamos nuestras ojotas (calzado de caucho), cocinamos con fogón (leña) y dormimos sobre los cueros de animales que colocamos en el suelo», relató a IPS Atencio , de 35 años y con tres hijos.
«Desde niñas nos dedicamos a la casa, a la agricultura y a pastar nuestros animales», explicó.
En su comunidad Pacha Ccaccapi, a 3.810 metros sobre el nivel del mar, las heladas son históricas. Sin embargo, en las últimas décadas han incrementado su ferocidad por el cambio climático.
La temperatura desciende a los 33 grados bajo cero destruyendo siembras y pastizales, que son el alimento de los animales y que terminan muriendo de hambruna.
«Nosotras trabajamos duro en el campo y basta con una noche de frío intenso para que al día siguiente solo veamos matas secas. Sentimos que la pachamama (madre tierra) está molesta porque estamos destruyendo la naturaleza, se ha roto el equilibrio y tenemos que corregir», dijo Atencio.
Su historia no difiere de las otras testigos, aunque cada una provino de regiones muy diferentes, dentro de uno de los países más megadiversos del planeta. Perú es también altamente sensible a los impactos del cambio climático, un fenómeno global producido por la acción de los países del Norte industrial, se destacó en la audiencia.
Si bien la variabilidad y cambios bruscos del clima afectan a la población en general, son las mujeres pobres y de zonas rurales las más expuestas a los riesgos y amenazas ocasionados por la vulneración de sus derechos económicos, sociales y culturales.
Ibárcena no pudo cosechar nada de los frutos y flores que sembró este año pues resultaron destruidos por las heladas y la preocupación por las deudas con el banco la han sumido en el desasosiego y la depresión.
Huatay perdió su siembra de papa, maíz y frijol por las sequías, lo que empujó a sus hijos a migrar a otras zonas del país para trabajar, mientras ella quedó al cuidado de los nietos. Una sobrecarga de trabajo y preocupación constante, detalló a IPS.
A Yanque la incertidumbre en el futuro la angustia desde que el desbordamiento del río Lucre arrasara con su vivienda y sus bienes. Mientras, Berecho aún no se recupera de las pérdidas de sus semillas y sembrados tras la inundación por sucesivas y torrenciales lluvias.
Cuando compartieron con el auditorio sus penas y frustraciones las voces de las cinco se quebraron por instantes, pero al hablar de propuestas, afloró la fortaleza con que afrontan la injusticia climática que llegó a sus vidas.
Su capacidad de resistencia es enorme, pese a que viven tiempos en que todo parece estar al revés y certezas aprendidas ancestralmente se desdibujan ante la exacerbación del cambio climático. Un ejemplo: las estaciones del año que permitían definir los ciclos agrícolas y del agua han dejado de ser predecibles.
«No queremos que nos regalen dinero, pedimos apoyo en capacitación para sobresalir con nuestras propias habilidades y herramientas, que se reforeste nuestra zona para crear microclimas que contrarresten las heladas, que se conserve la biodiversidad y se fomente la producción orgánica», propuso Atencio.
Blanca Fernández, coordinadora del Programa de Desarrollo Rural del Centro Flora Tristán, dijo a IPS que el Estado muestra todavía debilidad para enfrentar el cambio climático. Existen algunas iniciativas en regiones pero no hay una política nacional y menos con un enfoque de género, puntualizó.
«El gobierno se ha comprometido a incluir los enfoques de cambio climático y desarrollo sostenible en todas sus políticas de desarrollo, nosotras como sociedad civil estaremos vigilantes de que éstas incorporen a las mujeres y sus organizaciones», explicó.
Tania Villafuerte, funcionaria regional de Cusco, reconoció que el Estado está todavía «ciego, sordo y mudo» frente al fenómeno y que tiene por delante el desafío de «bajar las políticas de las nubes y aterrizarlas en la vida de la gente».
«Este fenómeno no afecta a todos por igual, no es neutro», reflexionó. «Es necesario que las mujeres sean actoras protagónicas en el proceso del cuidado de los recursos naturales porque tienen el conocimiento ancestral que ha permitido el cuidado y preservación de la biodiversidad, como es el caso de las semillas nativas», dijo.
Entre las propuestas presentadas por las cinco testigos destacan el desarrollo de capacitaciones a productoras rurales para el uso eficiente del agua, mejoramiento de suelos y la producción orgánica en el campo. También el establecimiento de seguros agrarios que las incluyan.
Igualmente plantearon la forestación de las zonas altoandinas para favorecer la generación de microclimas que atenúen la agresividad de las heladas, y políticas sostenidas para promover la conservación de la biodiversidad.
Rosa Montalvo, encargada de comentar los testimonios, aseguró que son propuestas viables, si se establecen políticas de género con presupuestos y «entendiendo el impacto diferenciado del cambio climático en mujeres y hombres».
También se debe «reconocer los saberes ancestrales de las productoras y fortalecerlas con tecnologías modernas, y de asegurar el cumplimiento de las leyes y planes de igualdad de oportunidades en todos los niveles del Estado», concluyó la especialista en género.