Bruno Peron Loureiro
Barómetro Internacional

¿Ud. desconfía de que parte de los alimentos que come puedan acarrear graves e irreversibles daños a su salud debido a los residuos de agrotóxicos y fertilizantes químicos?

Especialistas advierten que Brasil es uno de los países más agrointoxicados y que su población padece de inseguridad alimentaria, ya que están contaminadas más de la mitad de las zanahorias, pimentones, uvas, pepinos y fresas que consumimos.

El tema de la inseguridad alimentaria ganó notoriedad cuando se temía por la falta de alimentos para los brasileros debido al incremento de las exportaciones. Se agrega, más allá de que sean pocos, el que todavía llegan a nuestra mesa ítems de procedencia y calidad dudosa.

El Programa de Análisis de Residuos Agrotóxicos en Alimentos (PARA) creado en 2001 en el ámbito de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (AVISA), monitorea el nivel de agrotóxicos en los alimentos y elabora informes, cuyas revelaciones son atemorizantes y escabrosas.

La Agencia encontró metamidofós en fresas y lechugas, aunque este pesticida esté prohibido en estas latitudes. En otros lugares se abstienen del uso de ciertas sustancias químicas como el acefato, endosulfam y metamidofos, mientras que en Brasil se las aplica irregularmente en cultivos de lechugas, arroz, batatas, naranjas o tomates, porque falta fiscalización por una parte, y ética en los productores por otra.

Mancomunémonos., lector y buen ciudadano, en la tarea de despejar las malezas de este país y transformarlo en un espacio geográfico de actitudes serias, soberanas y éticamente responsables.

El sindicato Nacional de la Industria de Productos para la Defensa Agrícola informó que los cultivos brasileros recibieron más de mil millones de litros de pesticidas en 2010. Este crimen ambiental y sanitario, no obstante, es tenido como una cifra que contribuyó al “exito” de la economía nacional y del sector productivo primario.

Los patrocinadores de este infortunio raras veces comentan sobre los riesgos de exposición directa de los trabajadores rurales a los venenos lanzados sobre las plantaciones, o a la incidencia del cáncer y otras dolencias en los consumidores de estos productos, cuyos síntomas no brotan de inmediato y dificultan el reconocimiento de la empresa que causa los daños humanos.

¿Indemnización a los enfermos? ¿Quién paga el perjuicio? Estas empresas reciben ventajas que ningún micro-empresario jamás soñó. Nos sobra deuda social por atención hospitalaria y sicológica a las víctimas envenenadas.

Los valores: el mercado mundial de plaguicidas mueve 48 millardos de dólares y está concentrado en muy pocas empresas, como Basf, Bayer, Nufarm, Dupont, Dow AgroSiences, Syngenta y Monsanto. Solo en Brasil son 7,1 millardos de dólares y en Estados Unidos 6,6 millardos.

Algunas de estas empresas transnacionales ofrecen programas de práctica y “trainees” a estudiantes brasileros o recién egresados de las universidades. El sueño de un buen empleo con alto salario sin embargo, requiere cerrar los ojos a los abusos y crímenes que el capital extranjero comete contra un Brasil vulnerable y sujeto a experimentos.

Como el paroxismo de lo absurdo, denunciado por investigadores probos, los fabricantes de agrotóxicos controlan el mercado al vender semillas (generalmente transgénicas) que sólo se desarrollan plenamente con el uso de los pesticidas, fertilizantes y aditivos que estas mismas empresas producen. Los productores rurales quedan así amarrados a los proveedores monopólicos en una especie de relación comercial obligatoria, como le sucede a la industria del tabaco en Río Grande del Sur.

La herencia agrícola (intensificada por la ley de Tierras de 1850 que subastó nuestros suelos a los emigrantes europeos atraídos por el fin de la esclavitud), el fetiche de las noticias economicistas y el financiamiento privado de las campañas para cargos políticos electivos, contribuyen a que haya un vencedor entre dos modelos agrícolas: el cultivo familiar en pequeñas parcelas o el agronegocio latifundista exportador. El gobierno brasilero optó por el modelo nefasto del agronegocio latifundista exportador hace ya unas décadas, y concede a las empresas transnacionales exenciones fiscales, inversiones en infraestructura y respaldo jurídico. Sabemos cuanta burocracia debe enfrentar un empresario pequeño y vernáculo para obtener cualquiera de estos beneficios. A él le cabe además, todo el rigor de la ley que protege a brasileros de otros brasileros, pero que abre el país al exterior.

Recele de las frutas y verduras más bonitas del automercado y del abasto, porque son las que más se contaminan con el empleo de agrotóxicos y fertilizantes químicos. Los alimentos de nuestras mesas están cuestionados por su origen dudoso. Invito a los agrointoxicadores a que den cuenta de los daños ambientales y sanitarios que provocan.

El precio del desinterés (cerrando los ojos) de la población brasilera en las causas públicas podría costar muy caro.