Carmelo Ruiz Marrero
Defensa Territorios
“La agricultura moderna, tal como hoy se practica en el mundo… está explotando excesivamente el suelo, nuestro recurso natural básico, y es insostenible porque hace un uso intensivo tanto de la energía proveniente de los combustibles de origen fósil como del capital, al mismo tiempo que básicamente no tiene en cuenta los efectos externos de su actividad”, declaró Hans Herren, copresidente del IAASTD. “Si seguimos con las actuales tendencias en materia de producción de alimentos agotaremos nuestros recursos naturales y pondremos en peligro el futuro de nuestros hijos.”

La agricultura es la actividad más importante de la humanidad, en términos ecológicos al igual que económicos. Según algunos estimados, el 70% del agua que utilizamos va a cultivos y animales de finca, y la agricultura ocupa más espacio que cualquier otra actividad humana. Según la Organización de las Naciones Unidas para Agricultura y la Alimentación (FAO), la agricultura emplea al menos la mitad de la fuerza trabajadora del planeta, por lo que debemos concluir que no hay ni habrá ninguna actividad económica que genere tantos empleos como el agro. Es por esto que entendemos que la agricultura debe estar en el centro de todo proyecto de cambio social revolucionario, no puede ser una nota al calce ni uno de muchos items de agenda.

La agricultura es el factor más importante en el cambio climático. Según la organización no gubernamental GRAIN: “El modelo de agricultura industrial que abastece al sistema alimentario mundial funciona esencialmente usando petróleo para producir comida y, en el proceso, cantidades enormes de gases con efecto de invernadero. El uso de inmensas cantidades de fertilizantes químicos, la expansión de la industria de la carne, y la destrucción de las sabanas y bosques del mundo para producir mercancías agrícolas son en conjunto responsables de por lo menos el 30% de las emisiones de los gases que causan el cambio climático.

Convertir los alimentos en mercancías mundiales e industriales entraña también una tremenda pérdida de energía fósil al transportarlas por el mundo, procesarlas, almacenarlas, congelarlas y llevarlas adonde las consumen. Todos estos procesos contribuyen a la cuenta climática. Al sumarlas, entendemos que el actual sistema alimentario podría ser responsable de cerca de la mitad de las emisiones de los gases con efecto de invernadero.” (1)

Según “Cocinando el Planeta”, un extenso documento conjunto de varias organizaciones europeas, incluyendo GRAIN y Veterinarios Sin Fronteras: “Cuando consideramos la dupla cambio climático y sistema alimentario, en general pensamos en términos de transporte de alimentos o, en alguna ocasión, a la deforestación asociada a la agroganadería. Pero lo cierto es que pocas veces tomamos conciencia de que el manejo de los suelos agrarios, la utilización de fertilizantes sintéticos, la fabricación de piensos industriales, o la destrucción de los mercados locales de alimentos constituyen el núcleo central de las emisiones planetarias de gases de efecto invernadero. Al mismo tiempo las industrias procesadoras y de distribución de alimentos -que incluyen transporte, empaque, refrigeración y comercialización- son también grandes emisoras. Se calcula que el sistema agroalimentario llega a generar hasta un 50% de estas emisiones. El actual modelo de producción y consumo industrial de alimentos es un gran consumidor de energía, que contribuye significativamente al calentamiento global, además de profundizar la destrucción del medio ambiente y de las comunidades rurales. (2)

Para entender el sistema agroalimentario industrial, los problemas que éste causa y las alternativas que existen es necesario saber lo que fue la revolución verde. En breves palabras, la revolución verde fue la exportación al tercer mundo del modelo industrializado y mecanizado de agricultura de Estados Unidos. Este proceso, que tomó lugar a lo largo de la guerra fría, fue impulsado y financiado por las fundaciones Rockefeller y Ford, el Banco Mundial, el gobierno de Estados Unidos y agencias de la ONU. Según Helena Paul et al: «La revolución verde fue una transformación de la práctica agrícola desarrollada para el Sur por científicos, gobiernos y agencias donantes del Norte. Esencialmente involucró el desarrollo de variedades de ciertos cultivos de mayor importancia- como trigo, arroz y maíz- que en respuesta a insumos aumentados producirían mayores rendimientos.» (3) La revolución verde fue uno de los emprendimientos no militares más grandes del siglo XX. En lo que se refiere a la utilización masiva de recursos humanos, peritaje científico de primera, y fondos públicos, fue comparable con el Proyecto Manhattan y el programa espacial Apolo.

Esta revolución agrícola comenzó en México en la década de 1940 con el Programa Agrícola de México (PAM) de la Fundación Rockefeller. Este programa desarrolló variedades de trigo y maíz de alto rendimiento. Los resultados de este programa fueron espectaculares, las cosechas batieron todas las marcas, y estudiosos y académicos de toda América Latina fueron a México a estudiar las técnicas desarrolladas por el programa. El PAM fue dirigido por el fitopatólogo J. George “Dutch” Harrar, quien luego sería presidente de la Fundación Rockefeller y es recordado como el padre de la revolución verde. Pero el personaje más destacado del programa lo fue el carismático y energético agrónomo Norman Borlaug, quien con el pasar de los años se convirtió en la figura más visible y conocida de la revolución verde. Borlaug, quien ganó el Nobel de la Paz por sus labores, fue el relacionista público número uno de la revolución verde, viajando por el mundo entero predicando las virtudes de la nueva agricultura científica que él propugnaba y solicitando el apoyo de los gobiernos del mundo hasta su muerte en 2009 a la edad de 95.

En 1966 el programa fue transformado en el Centro para el Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), considerado la máxima autoridad mundial en la investigación y desarrollo de ambos cultivos. El CIMMYT, cuyo primer director fue Borlaug, fue el primero de más de una docena de Centros Internacionales de Investigación Agrícola (IARC, en inglés) que fueron establecidos alrededor del mundo para emprender la revolución verde. Estos centros, que usaron el CIMMYT como modelo, incluyen el Centro Internacional de la Papa en Perú y el Instituto Internacional de Investigación del Arroz en Filipinas. En 1971 los financiadores de la revolución verde establecieron un secretariado permanente, el Grupo Consultivo Internacional sobre Investigación Agrícola (CGIAR), para coordinar las operaciones de los IARC.

El periodista e historiador Mark Dowie dedicó un capítulo entero de su libro sobre las fundaciones estadounidenses a la revolución verde. Dice Dowie: «La masiva reestructuración global de la agricultura conocida como la revolución verde es quizás el emprendimiento internacional más ambicioso de la filantropía estadounidense… El programa fue vasto, técnicamente complejo y en muchos modos verdaderamente revolucionario. Sin embargo su meta fue simple: alimentar el mundo. La estrategia… fue bastante predecible: transferir tecnologías agrícolas científicas occidentales a paises ‘subdesarrollados’, aumentando así rendimientos mundiales de cultivos alimentarios básicos y poniendo fin al hambre.» «La historia de este masivo emprendimiento es un valioso estudio de caso de un esfuerzo filantrópico sincero y de largo plazo para resolver un problema complejo y aparentemente insoluble sin atender las razones fundamentales de su existencia.» (4)

Las últimas palabras de esta cita son de máxima importancia. La revolución verde no atendió las causas de la pobreza y el hambre. En varias ocasiones sus administradores y científicos lo admitieron abiertamente. La idea de que se puede erradicar el hambre con simplemente aumentar la productividad agrícola sin atender asuntos de índole social, política y económica fue uno de varios mitos de la revolución verde.

En las palabras del especialista en desarrollo rural Peter Rosset: «El mito de la revolución verde va algo así: las semillas milagrosas de la revolución verde aumentan rendimientos de granos y por lo tanto son claves para poner fin al hambre en el mundo. Rendimientos elevados significan más ingreso para los agricultores pobres, ayudándoles a subir de la pobreza, y más alimento significa menos hambre. Encargarse de las causas en la raíz de la pobreza que contribuyen al hambre toma mucho tiempo y la gente sufre hambre ahora. Así que debemos hacer lo que podemos, aumentar la producción.»(5)

La revolución verde fracasó. Hoy día hay tanta o más gente hambrienta en el mundo que cuando ésta comenzó. Si se tiene en cuenta la vasta cantidad de recursos que ésta gastó, entonces hay que concluir que fue uno de los fracasos más grandes del siglo XX. Y sin embargo, hasta el día de hoy los protagonistas y portavoces de este emprendimiento dicen y repiten de manera obcecada que fue todo un éxito, que fue uno de los esfuerzos humanitarios más nobles y exitosos de todos los tiempos. En vista de la persistencia de este discurso triunfalista que no guarda relación alguna con la realidad, no exageramos al afirmar que la revolución verde fue uno de los mayores fracasos de intelecto y uno de los más grandes engaños del siglo pasado.

Según Pat Mooney y Cary Fowler, ambos ganadores del Nobel Alternativo en 1985, la revolución verde fracasó “porque el problema no era simplemente uno de demasiado de poco alimento y no podía ser resuelto simplemente produciendo más. El problema era y es uno de mala distribución y en última instancia una falta de poder y oportunidad entre los hambrientos en países del tercer mundo para participar en el proceso de producción y consumo de alimentos.»(6)

«Una de las mayores debilidades de la revolución verde fue su estrecho enfoque en la semilla”, plantean Helena Paul et al. “No pudo ver la finca como un sistema complejo, donde la semilla es sólo un elemento que contribuye a la productividad total. Como resultado, áreas enteras de investigación sobre fertilidad de suelos, cultivos mixtos, manejo de agua y otras prácticas sustentables, que posiblemente podrían duplicar los rendimientos, fueron pasadas por alto a medida que los científicos se enfocaban en encontrar la combinación genética perfecta, un enfoque con grandes limitaciones.” (7)

Las críticas a la revolución verde no son nada nuevo ni novedoso. A principios de la década de los 60, Rachel Carson y Murray Bookchin estaban advirtiendo de los peligros a la salud humana y el ambiente de uno de los mayores pilares de la revolución verde: los pesticidas. En la siguiente década los activistas estadounidenses Frances Moore Lappé y Joseph Collins fundaron la organización no gubernamental Institute for Food and Development Policy, conocida comúnmente como Food First, la cual se ha dedicado a producir materiales educativos acerca del hambre, como artículos y libros, con una visión explícitamente crítica hacia la revolución verde y las políticas neoliberales. En 1977 Lappé y Collins, con la colaboración de Cary Fowler, escribieron “Food First: Beyond The Myth of Scarcity” (publicado en español por la editorial Siglo XXI bajo el título “Comer Es Primero: Más Allá del Mito de la Escasez”). Este importante libro fue de los primeros en hacer una atrevida crítica frontal a todos y cada uno de los supuestos de la revolución verde, en especial el cálculo Malthusiano de sobrepoblación y escasez. En 1981 Food First publicó “Circle of Poison”, un libro acerca de los peligros de los pesticidas que llevó a la creación del Pesticide Action Network (Red de Acción sobre Plaguicidas), una red global que hoy está compuesta de más de 600 organizaciones no gubernamentales, instituciones e individuos en 90 países.

A lo largo de las décadas de los 80 y 90 se sumaron nuevas voces a las críticas a la revolución verde, quienes proponen lo que ha llegado a llamarse agricultura orgánica, o ecológica. La Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM), define esta agricultura de la siguiente manera: “La agricultura orgánica es un sistema de producción que sustenta la salud de los suelos, ecosistemas y la gente. Se sirve de procesos ecológicos, la biodiversidad y ciclos adaptados a condiciones locales, y no en el uso de insumos con efectos adversos. La agricultura orgánica combina tradición, innovación y ciencia para beneficiar el ambiente compartido y promover relaciones justas y una buena calidad de vida para todos los involucrados.» (8)

Entre los referentes más importantes en la crítica a la agricultura de revolución verde y el apoyo a la agricultura ecológica cabe mencionar también a las investigaciones pioneras realizadas por Fowler y Mooney (Mooney luego fundó la organización Grupo ETC); el trabajo educativo de la organización internacional GRAIN; el agroecólogo chileno Miguel Altieri; el científico cubano Fernando Funes; la profesora puertorriqueña Ivette Perfecto; la ecofeminista india Vandana Shiva; y un número creciente de organizaciones de pequeños agricultores del Sur y el Norte, agrupados bajo la red mundial Vía Campesina.

Pero los artífices de la revolución verde, viéndose bajo ataque, no soltaron prenda y retaron a los críticos en debate en cada oportunidad que tuvieron. Argumentaron que la agricultura orgánica no es más que un ideal romántico que nunca tendrá los rendimientos necesarios para alimentar un mundo hambriento que urgentemente necesita propuestas prácticas. Borlaug lanzó ataques particularmente vehementes y acérbicos a los proponentes de la producción orgánica. Dijo al New York Times que algunos ambientalistas “son elitistas. Nunca han experimentado la sensación física del hambre. Hacen su cabildeo desde cómodas oficinas en Washington o Bruselas. Si vivieran sólo un mes entre la miseria del mundo en vías de desarrollo, como yo lo he hecho por 50 años, estarían pidiendo a gritos tractores y canales de irrigación y estarían escandalizados por elitistas de moda que están tratando de negarles esas cosas.” (9)

El debate continuó tras el comienzo de un nuevo siglo, y en 2002 la ONU y el Banco Mundial anunciaron que convocarían un cuerpo investigativo de alto nivel que realizaría una minuciosa evaluación de la ciencia y tecnología agrícolas, la cual adjudicaría la controversia revolución verde vs. orgánico de una vez y por todas. El informe final de este esfuerzo, titulado Evaluación Internacional del Conocimiento Agrícola, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD), es comúnmente conocido por su nombre corto: la Evaluación Agrícola, y fue publicado en 2008.

Este informe es el resultado de un estudio concienzudo, basado estrictamente en evidencias, que se propuso encontrarle respuesta a la pregunta: “¿Qué debemos hacer para conquistar la pobreza y el hambre, lograr desarrollo sustentable y equitativo, y sostener una agricultura productiva y resistente frente a las crisis ambientales?” Se propone nada menos que determinar la agenda de la agricultura mundial para los próximos 50 años.

“A la Evaluación se le asignó la ambiciosa tarea de contestar la pregunta central de cómo la agricultura en el año 2050 contribuirá a una humanidad bien alimentada y saludable a pesar de los retos de vasta degradación ambiental, crecimiento poblacional y cambio climático, y que lo haga de modo que el potencial para producir alimento no se haya perdido debido a cómo hacemos agricultura”, dice Jack Heinemann, profesor de genética y biología molecular de Nueva Zelanda. “La manera como hacemos agricultura ahora fracasará en hacernos llegar a esta meta. Cómo deberíamos hacer agricultura no era una pregunta fácil de contestar.” (10) Esta exhaustiva evaluación es a la agricultura mundial lo que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) es al clima. La similitud entre ambos emprendimientos es más que casual. El director del IAASTD fue Robert Watson, quien presidió el IPCC de 1997 a 2002.

El IAASTD fue redactado por sobre 400 expertos -de agencias internacionales, la comunidad científica, organizaciones no gubernamentales y la empresa privada- que recopilaron datos e informaciones de miles de otros colegas de todas partes del mundo, y fue sometido a dos procesos independientes de revisión por los pares. La evaluación fue financiada por organismos intergubernamentales como el Banco Mundial, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, la UNESCO y la FAO.

El proceso de realizar el informe fue uno sin precedentes pues los gobiernos, instituciones de investigación, la industria y la sociedad civil todos compartieron igual responsabilidad por su diseño y redacción. “El éxito de este experimento da apoyo al valor de la participación de la sociedad civil como socios en condición de igualdad en procesos intergubernamentales y futuras evaluaciones internacionales”, según Lim Li Ching, científica del programa de bioseguridad de la Red del Tercer Mundo y uno de los principales autores del IAASTD (11).

En resumidas cuentas, el informe concluye que el modelo dominante de agricultura moderna está devorando el patrimonio del planeta y poniendo en peligro el futuro de la humanidad. “La agricultura moderna, tal como hoy se practica en el mundo… está explotando excesivamente el suelo, nuestro recurso natural básico, y es insostenible porque hace un uso intensivo tanto de la energía proveniente de los combustibles de origen fósil como del capital, al mismo tiempo que básicamente no tiene en cuenta los efectos externos de su actividad”, declaró Hans Herren, co-presidente del IAASTD. “Si seguimos con las actuales tendencias en materia de producción de alimentos agotaremos nuestros recursos naturales y pondremos en peligro el futuro de nuestros niños.”

Al ser publicado el informe en una actividad en Johannesburgo, Robert Watson declaró categóricamente que mantener el estatus quo en la agricultura no es una opción. “Nuestro cometido era el de analizar no sólo la producción de alimentos aisladamente sino también en relación al hambre, la pobreza, el ambiente y la equidad en relación”, explica Herren. “De modo que nos propusimos estudiar de qué modo la sabiduría agrícola acumulada de la humanidad –conocimientos, ciencia y tecnología- nos ha conducido durante el último medio siglo a la actual situación. También debíamos sugerir opciones para enfrentar los conocidos desafíos de cómo alimentarnos de un modo sostenible tanto social como ambientalmente en los próximos 50 años. Hemos llegado a la conclusión de que sin cambios radicales en el modo en el que el mundo produce sus alimentos el planeta sufrirá daños duraderos.” (12)

La Evaluación Agrícola “enfatiza la importancia de enfoques localmente basados y agroecológicos a la agricultura”, comenta Eric Holt-Giménez, director ejecutivo de Food First. “Las ventajas claves de este modo de agricultura- aparte de su bajo impacto ambiental- son que provee alimento al igual que empleo a los pobres del mundo, además de un excedente para el mercado. Calculando libras por acre estas pequeñas granjas familiares han demostrado ser más productivas que fincas industriales a gran escala. Y usan menos petróleo, especialmente si la comida es comerciada localmente o sub-regionalmente. Estas alternativas, que están creciendo por todo el mundo, son como pequeñas islas de sustentabilidad en mares que cada vez son más peligrosos en lo económico y lo ecológico. A medida que la agricultura industrializada y los regímenes de libre comercio vayan fallándonos, estos enfoques serán las claves para brindar resiliencia a un sistema mundial de alimentos disfuncional”. (13)

“El informe IAASTD pide una redirección sistemática de la inversión, financiamiento, investigación y enfoque de política pública hacia las necesidades de los pequeños agricultores”, dice Lim Li Ching. “Esto involucra el crear espacio para diversas voces y perspectivas, particularmente aquellas que han sido marginalizadas en el pasado, incluyendo los pequeños agricultores y las mujeres. El informe IAASTD dice que se necesita un mayor énfasis en salvaguardar los recursos naturales y prácticas agroecológicas, al igual que en utilizar la amplia gama de conocimiento tradicional que mantienen las comunidades locales y agricultores, que pueden funcionar en asociación con la ciencia y tecnología formales. La agricultura sustentable que es basada en la biodiversidad, incluyendo la agroecología y la agricultura orgánica, es beneficiosa para los agricultores pobres, y necesita obtener el apoyo de marcos apropiados de política pública y regulación. (14)

“El informe refleja un creciente consenso entre la comunidad científica global y la mayoría de los gobiernos de que el viejo paradigma de agricultura industrial, intensiva en energía y tóxica es un concepto del pasado”, dice una declaración conjunta de varias organizaciones de sociedad civil, incluyendo IFOAM, la Red de Acción sobre Plaguicidas y Greenpeace. “El mensaje clave del informe es que los agricultores de pequeña escala y los métodos agroecológicos proveen el mejor camino hacia adelante para evitar la corriente crisis de alimentos y satisfacer las necesidades de las comunidades locales. Por primera vez una evaluación global independiente reconoce que la agricultura tiene una diversidad de funciones ambientales y sociales y que las naciones y los pueblos tienen el derecho a democráticamente determinar las mejores políticas alimentarias y agrícolas. (15)

Hablamos de la revolución verde en tiempo pasado porque desde la década de 1990 hemos estado presenciando lo que podríamos clasificar como una segunda revolución verde. Es importante distinguir las similitudes y diferencias entre ambas. La primera revolución verde se fundamentó sobre semillas convencionales híbridas distribuidas libre de costo, mientras que la nueva revolución verde se sirve de semillas transgénicas patentadas. La primera fue llevada a cabo por instituciones del sector público y fundaciones filantrópicas, mientras que la segunda es obra de corporaciones transnacionales motivadas solamente por el lucro. La líder de estas corporaciones es la estadounidense Monsanto, actualmente la compañía de semillas más grande del mundo, que tiene alrededor del 90% del mercado mundial de semilla transgénica; y están además un pequeño puñado de competidores: las estadounidenses Dow Agroscience y Dupont-Pioneer, y las europeas Bayer Cropscience y Syngenta. A esto hay que añadir la llegada de un nuevo actor en la escena: la Fundación Bill y Melinda Gates, la cual está canalizando grandes sumas de dinero a la agricultura en el Sur, especialmente en el continente africano.

La nueva revolución verde no surge en oposición a la primera. Al contrario, pretende complementarla y adelantarla. Sus artífices y portavoces aceptan el mito del éxito de la primera revolución verde, y las instituciones de ambas revoluciones agrícolas a menudo trabajan en conjunto. El más destacado ejemplo de esta cooperación es la Alianza por una Revolución Verde en África (AGRA), la cual surge de una colaboración entre las fundaciones Gates y Rockefeller. Las instituciones de la primera revolución verde aún existen y continúan haciendo su labor, pero hoy con menos ímpetu que en el siglo pasado. Hoy día el CGIAR y sus centros de investigación agrícola sufren una crisis de financiamiento, al igual que las demás instituciones del sector público en estos tiempos de neoliberalismo. En respuesta, están estableciendo alianzas público privadas con corporaciones de biotecnología. Estos arreglos no están exentos de controversia, pues implican entre otras cosas el patentamiento de colecciones de semilla y el abandono de la investigación y desarrollo de semillas convencionales en favor de las transgénicas.

El gran debate sobre la agricultura continúa. Los aliados de la revolución verde siguen polemizando en la academia y los medios noticiosos a favor de ésta y en pro de las nuevas biotecnologías transgénicas, que son vistas como la continuación lógica de la agricultura industrializada. Están empeñados en condenar los importantes hallazgos de la Evaluación Agrícola al silencio y al olvido. Tan recientemente como en julio de 2011 el blog de la prestigiosa revista Scientific American publicó un artículo que ataca la agricultura ecológica con viejos argumentos e ignorando el IAASTD y numerosas otras referencias valiosas que apuntan a la necesidad y viabilidad práctica de una nueva agricultura ecológica (16).

En conclusión, no hay actividad humana tan importante como la agricultura. Por lo tanto, los esfuerzos por la protección ambiental- en especial contrarrestar el cambio climático- y los movimientos alternativos que procuran transformar las relaciones sociales y económicas tienen que otorgarle máxima importancia. La evidencia muestra abundantemente que el modelo actual de agricultura industrializada está literalmente poniendo en peligro el planeta entero y lejos de ayudar a combatir el hambre ha hecho lo contrario. Y por otro lado existen alternativas ecológicas viables y prácticas para enfrentar con éxito los retos gemelos del ambiente y de alimentar el mundo.

www.ecoportal.net

Carmelo Ruiz Marrero es periodista investigativo, educador ambiental y director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico (http://bioseguridad.blogspot.com/). Es autor de “Balada Transgénica: Biotecnología, Globalización y el Choque de Paradigmas”.

Notas:

1- GRAIN. «El fracaso del sistema alimentario transnacional» Revista Biodiversidad, Sustento y Culturas, octubre 2009. http://www.grain.org/…

2- GRAIN, Entrepueblos y la Campaña «No Te Comas el Mundo», conformada por el Observatori del Deute en la Globalizació, la Xarxa de Consum Solidari y Veterinarios Sin Fronteras. «Cocinando el planeta» 13 de noviembre 2009 http://www.biodiversidadla.org/…

3- Helena Paul y Ricarda Steinbrecher con Devlin Kuyek y Lucy Michaels. “Hungry Corporations” Transnational Biotech Companies Colonise the Food Chain” Zed Books, 2003.

4- Mark Dowie “American Foundations: An Investigative History” MIT Press, 2002.

5- Peter Rosset et al. Citado en H. Paul et al, página 4.

6- Pat Mooney y Cary Fowler. Citados en H. Paul et al, página 14.

7- Helena Paul et al.

8- IFOAM. Definición de agricultura orgánica. http://www.ifoam.org/…

9- Citado en John Tierney. «Greens and Hunger». New York Times, 19 de mayo 2008. http://tierneylab.blogs.nytimes.com/…

10- Jack Heinemann. “Hope Not Hype: The Future of Agriculture Guided by the IAASTD”. Third World Network, 2009.

11- Lim Li Ching. «Overhaul of agriculture systems needed» South-North Development Monitor #6457, 17 de abril 2008.

12- Hans Herren. «La agricultura moderna conduce al desastre ecológico y humano» Agencia IPS, 24 de abril 2008 http://other-news.info/….

13- Eric Holt-Gimenez. «Pouring fuel on the food» Food First, 16 de abril 2008 http://www.foodfirst.org/….

14- Lim Li Ching. «Overhaul of agriculture systems needed» South-North Development Monitor #6457, 17 de abril 2008.

15- «Civil society statement from Johannesburg, South Africa: A new era of agriculture begins today» 12 de abril 2008

16- Christie Wilcox. «Mythbusting 101: Organic Farming > Industrial Agriculture» 18 de julio 2011 http://blogs.scientificamerican.com/…; Tom Philpott «3 ways Scientific American got the organic ag story wrong» 25 de julio 2011 http://motherjones.com/…; Pesticide Action Network «Scientific American fact-checkers on holiday» 25 de julio 2011.http://www.panna.org/….

Fuente original: http://www.defensaterritorios.org/index.php?option=com_content&view=article&id=9291:el-gran-debate-de-la-agricultura-mundial&catid=77:personal-tech&Itemid=182