La última reunión celebrada en Bangkok (28 de setiembre a 9 de octubre pasados) aumentó dudas respecto a las posibilidades de alcanzar un acuerdo en Copenhague. Los países desarrollados quieren terminar con el “enfoque de dos vías” que ha venido rigiendo el camino de las discusiones hasta ahora conocidos como el de “cooperación a largo plazo” y el de “Protocolo de Kioto”. Este grupo de países prefiere un acuerdo único que pueda incorporar a Estados Unidos (que aún no ha ratificado el Protocolo de Kioto y por lo tanto es difícil incluirlo en una continuidad de este) y en el que todos los países, incluso los países en desarrollo, asuman compromisos de mitigación. Estos por su parte intentarán mantener las dos vías de discusión pues entienden que un acuerdo común que ponga en un mismo nivel a países desarrollados y en desarrollo va en contra del principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas que establece la Convención. Pare ellos el objetivo es lograr mayores compromisos de reducción de emisiones por parte de los países desarrollados y una amplia provisión de fondos para adaptación y desarrollo.
La única noticia esperanzadora en Bangkok la había dado Noruega cuando comunicó en el plenario su decisión de reducir un 20% sus emisiones para el año 2020. Sin embargo en general el cuadro resultaba poco alentador: la suma de los compromisos de reducción de los países del Anexo 1 (industrializados) arrojaba un promedio de entre 11% y 18% cuando el mínimo exigible para evitar el cambio climático peligroso es una reducción de entre el 25% y el 40%.
Si bien se ha logrado reducir en algo el número de opciones en debate en los diferentes temas el paquete de desacuerdos sigue siendo voluminoso. En alguno de ellos como tecnología, adaptación y creación de capacidades se ha logrado algún avance. Pero en mitigación y mecanismos financieros la negociación está completamente estancada.
Hace una semana el Secretario General Ban Ki-moon estableció sus cuatro puntos de referencia para el éxito en las negociaciones en Copenahague en un artículo publicado por The New York Times. En primer lugar, que todos los países – desarrollados y en desarrollo – deben hacer todo lo posible para reducir drásticamente las emisiones de todas las fuentes. Segundo, el acuerdo debe fortalecer la capacidad de los países para hacer frente a un clima que ya está cambiando, afirmando que «el apoyo para la adaptación no es sólo un imperativo ético, sino que es una inversión inteligente en un mundo más estable, seguro». En tercer lugar, cualquier acuerdo debe ser respaldado por la financiación para permitir que los países más pobres a la transición a una economía baja en carbono. Por último, el Secretario General recordó que las naciones deben ponerse de acuerdo sobre una estructura equitativa de la gobernanza mundial.
La participación latinoamericana
América Latina no ha estado unida ni mucho menos a lo largo de todo el proceso de negociaciones internacionales de cambio climático. Las necesidades y características de cada país los posicionan de distintas maneras en estos temas. Entre los países latinoamericanos hay países exportadores de petróleo, países con grandes bosques que están siendo deforestados generando importantes emisiones de dióxido de carbono, países exportadores de materias primas agropecuarias que es el sector de mayor nivel de emisiones en la región, etc. Cada una de estas particularidades genera oportunidades y desafíos diferentes.
Durante la discusión del Protocolo de Kioto y sus acuerdos posteriores (Marrakech) América Latina tampoco había actuado unida. La principal división parecía girar en torno a la manera de incluir en los acuerdos la emisión y captación de carbono del sector forestal y bosques. En este proceso hacia Copenhague la principal división parece ser política. Hay una tendencia a que los países del ALBA y “allegados” (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Ecuador, Paraguay) adopten posiciones comunes y en franca oposición a los países desarrollados. Otro grupo de países parece asumir posiciones menos confrontativas y más proclives a buscar caminos de entendimiento que incluyan soluciones aceptables para todas las partes. En este grupo se incluyen Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Perú y Uruguay.
En general hay acuerdo entre los países de América Latina respecto a la necesidad de ver avances en Barcelona respecto a los compromisos de transferencia de recursos hacia los países en desarrollo y mayores niveles de reducción de emisiones por parte de los países desarrollados. Pero en otros temas principales no hay tanta unanimidad. Por ejemplo en asumir alguna forma de compromisos de mitigación, en el papel del mercado de carbono y del Mecanismo de Desarrollo Limpio, en cómo integrar la agricultura y la conservación de bosques en los acuerdos, en el reconocimiento de la deuda ecológica, etc. Es probable que en esta reunión de Barcelona las diferencias entre los países latinoamericanos tiendan a profundizarse. En la medida en que las posiciones más extremas en la Convención se sigan polarizando, las diferencias entre los países de la región más proclives a la negociación se irán distanciando de aquellos otros más intransigentes.
De nunca acabar
Y este proceso tendrá aún más tiempo por delante para desarrollarse. Ya se está hablando en Barcelona de la posible “continuación” de la COP 15 (Copenhague) en algún momento durante 2010 pasando a una especie de cuarto intermedio al finalizar la reunión de Copenhague. Esto no es nuevo en la Convención de Cambio Climático. Una situación similar se vivió en la COP 6 de la Haya en el año 2000 que concluyó seis meses después en Bonn en lo que se llamó en aquel momento la “COP 6 bis”.
Al final de esta reunión en Barcelona el próximo viernes podrá tenerse una idea más aproximada acerca de la viabilidad de alcanzar algún acuerdo en la COP 15 de Copenhague o aún en una eventual COP 15 bis.
– Gerardo Honty es analista en energía y cambio climático de CLAES (Centro Latinoamericano de Ecología Social). Observador en la reunión de la Convención de Cambio Climático en Barcelona.