Samuel
Quilombo
En el Mundial de fútbol de Sudáfrica, televisiones y jugadores visitantes han encontrado en las vuvuzelas un enemigo común. Las vuvuzelas (en zulú) o lepatatas (en setsuana) son las ruidosas trompetas, generalmente de plástico, que hacen sonar los aficionados sudafricanos durante los partidos y que también son muy populares en Botswana.

A las cadenas de televisión internacionales les preocupa que el estruendo producido por miles de vuvuzelas espante a una audiencia que, según parece, se muestra hipersensible ante las cornetas, aunque sea mucho más tolerante con la publicidad. La BBC sopesa incluso retransmitir los partidos alterando el sonido ambiente. De esta manera silenciaría el bramido de las trompetas zulúes que abruma a los británicos con el recuerdo de viejos agravios coloniales. Algunos jugadores se han quejado de que las vuvuzelas les dejan «medio sordos» (Lionel Messi) y les impide concentrarse y comunicarse con sus entrenadores. Los más afectados, por su cercanía con las gradas, parecen ser los porteros. Y ha sido un inglés, el portero Robert Green, el que ha cometido la pifia más sonada hasta ahora.

Ignoro si hay grandes diferencias entre el sonido que transmite una vuvuzela sudafricana y una bocina española, pero me da que lo que importa es que en Sudáfrica es todo un enjambre humano el que emite un zumbido constante, entre danzas y festejos que recuerdan al carnaval. Vista la efectividad de estos conciertos multitudinarios a la hora de poner de los nervios a los participantes y a los organizadores del acontecimiento mediático y comercial del año, y teniendo en cuenta la cantidad de aficionados que volverán a sus países con una vuvuzela de recuerdo, sugiero emplear estos instrumentos de forma masiva para ahogar otra transmisión, la de los mensajes nocivos que nos llegan desde el poder.

En las ruedas de prensa de los políticos profesionales y en las declaraciones de sus asesores, cuando mencionen las palabras «reforma», «recorte», «ajuste», «déficit», «crisis», «responsabilidad», «deberes», «empleo», «terrorismo» y otras por el estilo.

En las clases magistrales de ex presidentes con un notorio historial criminal y en las de economistas con un notorio desprecio por el prójimo.

En los desfiles militares.

En las reuniones de Davos, Bildelberg y equivalentes (como los desayunos-coloquio que organizan los empresarios y donde ministros y secretarios de Estado rinden cuentas y pleitesía).

En la sesión de apertura de las bolsas y en las juntas de accionistas de las grandes corporaciones.

En las pequeñas manifestaciones y en los piquetes informativos durante las huelgas. Unos pocos centenares de personas no serán muy visibles, pero pueden llegar a ser muy ruidosos si todos disponen del instrumento adecuado.

En las grandes manifestaciones las vuvuzelas pueden convertirse en un arma de confusión masiva.

Cuando veamos un reportero de la BBC.

Frente a los muros que erigen los Estados, las barreras policiales y los cercamientos de la inteligencia colectiva, para intentar replicar lo que dicen que lograron, hace miles de años, unos trompetistas en la vieja ciudad de Jericó.

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/vuvuzelas