El fútbol no forma parte de la agenda de reuniones, estos días, en ese augusto organismo. Es política, pura y maligna, en el búnker de la FIFA. Eso, y una buena dosis de corrupción. Es el resultado automático de que se asegure que la posición máxima en el fútbol del mundo siga en manos de veteranos políticos, hombres (y son hombres) que siguen siendo inmunes a las sutilezas y complejidades del juego, pero son totalmente conscientes respecto al instinto de supervivencia. Para los soñadores que afirman que existe una división entre la política y el deporte: observad y aprended.
La corrupción es una criatura difícil, escurridiza, difícil de precisar. La literatura para definirla es vaga. La OCDE, el Consejo de Europa y las convenciones de las Naciones Unidas evitan toda definición. Se concentran en el castigo de delitos establecidos –soborno, tráfico de influencias, desfalco, obstrucción de la justicia, y apropiación indebida. Los suizos no se preocupan por ninguno de ellos, y aseguran exenciones de los tratados contra la corrupción para organismos como la FIFA.
Un estándar sugerido, por lo menos en el contexto deportivo, es la característica de no competencia. Las decisiones de administración son hechas sobre la base de favores, derechos adjudicados en términos de contratos, lugares para realizar los eventos o derechos de transmisión. El árbitro es comprado o eliminado en la ecuación.
En el caso de la FIFA, las ofensas son ciertamente más fáciles de definir. Los favores son distribuidos regularmente, y la competencia es sofocada. 10 de los 24 miembros del comité ejecutivo de la FIFA han sido acusados, suspendidos o investigados por acusaciones de corrupción. Jack Warner y Mohammed bin Hammam recibieron sus avisos de despido del comité de ética de la FIFA por suministrar 1 millón de dólares en sobornos a 24 asociaciones caribeñas en una reunión del 10 y 11 de mayo en Trinidad. Blatter se encuentra ante la supervisión de un gran juego de engaño.
Pocos sacrificios obligatorios han sido determinados para limpiar una pizarra bastante abarrotada. Warner y bin Hammam son precisamente eso, pero son solo partes del mobiliario en una sala repleta de funcionarios y favores. La ironía en este caso es que Blatter hizo que la competencia fuera eliminada de un solo golpe. Sigue siendo elegible precisamente porque el sistema se ha convertido en una imagen del líder, un culto a la personalidad que es inescrutable para los intrusos.
Por cierto Warner no lo está aceptando sin protestar, y ve que todo el edificio podrido se derrumba frente a él. Sus palabras al Trinidad Express fueron de mal agüero: “Os diré algo, en los próximos días veréis un tsunami futbolístico que impactará a la FIFA y al mundo y os estremecerá. Ha llegado el momento en el que debo dejar de hacerme el muerto, así que lo veréis, ya viene, podéis estar seguros lo veréis ahora y el lunes. He estado aquí durante 29 años y lo peor pasa [sic], lo peor pasa [sic]”
Si el tsunami predicho por Warner produce un impulso de reestructuración de la FIFA, será bienvenido por muchos, y temido por pocos. El COI estuvo en un lío parecido después de ser sacado a la luz por el affaire de Salt Lake City. Varios gobiernos tomaron la iniciativa de amenazar al organismo con una reforma.
Las organizaciones británicas decidieron tomar la iniciativa de irritar a Blatter. El presidente de la Asociación Inglesa de Fútbol, David Bernstein, fue particularmente elocuente: “Una coronación sin un oponente crea un mandato deficiente”. La reacción del dirigente reelegido ha sido descartar cualesquiera afirmaciones de corrupción como “mentiras inglesas”. Costakis Koutsokoumnis de la Asociación de Fútbol de Chipre fue escéptico: “Qué hermosa palabra inglesa, afirmaciones”. Una condena semejante es difícilmente útil, considerando que los propios sponsors de la FIFA, como ser Adidas, Coca-Cola, Emirates y Visa han expresado todos su preocupación en diversos grados.
Blatter también se ha presentado como un hombre del humor más negro, al sugerir que uno de los mayores mentirosos políticos de la historia, el ex secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, tome un puesto en un escuadrón contra la corrupción, un autoproclamado “equipo de ensueño” de personalidades del fútbol con escobas supuestamente inmensas para el esfuerzo de limpieza. “Será una comisión de sabios”, proclama Blatter. “A Kissinger le encanta el fútbol: formará parte”. Sabio no es probablemente el término adecuado, pero uno se pregunta a qué se parecerá la institución después de su reestructuración en las manos nefastas de Henry. Blatter se ha dado cuatro años. La podredumbre, sin embargo, continuará.
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Binoy Kampmark fue Erudito del Commonwealth en Selwyn College, Cambridge. Actualmente enseña en la Universidad RMIT, Melbourne. Correo: bkampmark@gmail.com