Elegimos la foto que ustedes pueden ver en la apertura de este artículo porque representa a uno de los líderes del poder económico concentrado que en Argentina encabeza el proceso abierto en la región y que denominamos intentos de restauración neoliberal.
Sin embargo, la imagen de Hugo Biolcati, titular de la Sociedad Rural vernácula, pudo haber sido reemplazada por muchas otras; por la un dirigente de la derecha del Oriente boliviano, o por uno de la oposición venezolana o ecuatoriana, y por supuesto por la de cualquiera de los jefes civiles y militares del reciente golpe de Estado en Honduras.
Y ello es así porque la estrategia de la derecha latinoamericana va dirigida a todos los países del área que, en mayor o en menor grado, y con distintos niveles de profundidad y decisión, procuran consolidar modelos políticos alterativos del paradigma dominante de la etapa actual del sistema capitalista-imperialista, que definimos como Imperio Global Privatizado (IGP).
Las variantes son muchas y dependen de cada teatro de operaciones en concreto. En Bolivia, por ejemplo, fracasaron provisoiramente con el programa separatista de los sectores más reaccionarios y racistas de la Media Luna, pero allí siguen al acecho. En Venezuela y en Ecuador no cejan ni cejarán con políticas de aislamiento y deslegitimación de los actuales gobiernos.
En Argentina, pese a las vacilaciones y errores del oficialismo a la hora de recorrer un camino alternativo, los capitanes del agro y de las empresas industriales y de servicios se abroquelan con un conglomerado político variopinto contra la continuidad del gobierno de Cristina Fernández. En Honduras, hasta ahora, la restauración se impone con sus técnicas más descarnadas, las del golpe blando o neogolpe de Estado.
La presente edición de la Agencia Periodística de Mercosur (APM) dedica sus espacios centrales a tratar el tema, con notas referidas a algunos de los escenarios que acabamos de mencionar y con un texto elaborado por el Observatorio de Medios de Argentina sobre el rol que juega el conglomerado mediático oligopolizado como vector fundamental de la estrategia restauradora.
En el primer párrafo aludimos a la etapa actual del modelo hegemónico. Los libros “Bush & Ben Laden S.A.” (Ego Ducrot, Víctor; Norma; Buenos Aires; 2001) y “Recolonización o Independencia: América Latina en el siglo XXI” (Calloni Stella y Ego Ducrot, Víctor; Norma; Buenos Aires; 2004) intentan explicar que el Imperio Global Privatizado (IGP) se caracteriza por el poder sin límites del sector financiero corporativizado a escala global y por la asunción directa de las grandes transnacionales a la dirección y gestión de los Estados –“países atendidos por su dueños”, como dijera una vez la presidente argentina-, modelo éste que a los países latinoamericanos condiciona una vez más como proveedores sistémicos de materias primas, y sobre todo de recursos naturales.
La imposición del IGP, que con el Consenso de Washington tuvo años de auge durante la pasada década del ’90, requirió de un sistema de organización política, social y cultural acorde con los nuevos tiempos de explosión tecnológica global y, en ese sentido fue que caducó el esquema de dictaduras militares clásicas conforme se preveían en la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional.
Los actores del bloque hegemónico, con una suerte de mando estratégico en el nudo corporativo del aparato de poder de Estados Unidos (que en la actualidad prescinde de quien ocupe en forma provisoria la Casa Blanca) impulsaron entonces el concepto de democracias vigiladas o controladas, según el cual en América Latina deben regir sistemas democráticos formales pero con una característica liminar: en la puja por el gobierno dentro de esos regímenes sólo pueden participar las distintas facciones locales del bloque hegemónico, a través de sus partidos políticos y organizaciones patronales.
La irrupción de Hugo Chávez en Venezuela, la llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia y de Rafael Correa en Ecuador, e incluso la de Lula en Brasil y los caminos que recorrió el abanico político de Argentina tras la crisis de diciembre de 2001, implicaron la apertura de nuevos escenarios, con la activa participación de sujetos y actores sociales y políticos no deseados dentro del esquema de democracias vigiladas o controladas.
Ante esa nueva realidad, en los escenarios más álgidos comenzaron a registrarse tendencias políticas desestabilizadoras, deslegitimantes o decididamente destituyentes de los gobiernos que, en algunos casos más allá de sus últimas intenciones, no favorecen la vigencia del modelo institucional controlado o vigilado. Cabe reparar que las fuerzas restauradoras se oponen en bloque a un hecho común de los procesos democráticos más avanzados del área, que es la apelación a reformas constitucionales que destraben el andamiaje legal del neoliberalismo.
Lo anunciado hasta aquí compone el elemento central de marco teórico desde el que proponemos analizar lo que en el título de este artículo definimos como restauración neoliberal.