Barack Obama, designado gerente político del imperio (entrelazando la conveniencia circunstancial del grupo dominante con el anhelo popular de cambio) para lavarle la cara luego del siniestro desgobierno anterior, y también en vista de la terrible crisis que aqueja al sistema, viene con una sonrisa, una mano extendida y un discurso inteligente en busca de deshacer entuertos. Algunos logros ha obtenido, fundamentalmente expresados en la “obamomanía”, y su ambición no confesada pero evidente es ser reconocido como un segundo Franklyn Roosevelt. Pero el entramado fundamental, hecho para jugar duro, está dispuesto a marcar el camino. El “negrito” –vaya el lenguaje del doméstico alzado– quiere demostrar que su “modo” es más efectivo, aunque dejando claro, Afganistán es la carta de muestra, que no desdeña utilizar los cañones.
Desde el primer momento del golpe en Honduras fijó la dirección de su jugada: “a las partes implicadas les corresponde solucionar sus desacuerdos”. Sabía que los halcones manejaron y siguen manejando el tablero de la nunca desbautizada “banana republic”, mas quiere ganarles la partida devolviendo al infortunado país hermano nuestro la democracia, una democracia, por supuesto, en sus términos, bien lavadita y representativa. Luego de tascar el freno bajo las decisiones de la OEA, refrendadas por la ONU y diversas organizaciones internacionales, y de conseguir tiempo, bueno para los golpistas pero también para el barajo propio (esas setenta y dos horas…), llegó a donde había apuntado: las partes están reunidas para un “diálogo”, con la “mediación” de un inconfundible “hombre de Washington”. Ha sido una jugada maestra, pero…
El pero deviene del otro entramado, el que los pueblos del lado abajo del Río Bravo han venido montando a partir del desencadenamiento de la Revolución Bolivariana. Nacida de la impronta libertaria de ésta y de la combatiente sabiduría de la Revolución Cubana, el ALBA, fantasma que ahora recorre nuestra América, plantea la democracia participativa y protagónica, y esa opción es acogida por las masas populares, cansadas de tanta mentira, miseria y explotación, y se traduce en la aparición de algunos gobiernos elegidos por ellas para bregar por la justicia, en la lucha por otros, en el respeto de algunos que observan la expectativa de los pueblos y, caso singular de Honduras, en la asunción de sus principios, a punta de honradez y espíritu justiciero, por un mandatario de ascendencia derechista. Este paso desligó al presidente Zelaya del grueso del conglomerado político, empresarial, militar, eclesiástico y mediático que conforma la oligarquía pro imperialista de la nación centroamericana, convirtiendo a su gobierno en el eslabón más débil de la cadena de regímenes progresistas del continente. Por eso fue el sitio escogido por los halcones, que pretenden demostrar que pueden volver a meternos a todos en su puño reviviendo la orgía de los sargentones sangrientos, ahora con civiles genuflexos. Sólo que aquel desligamiento de Zelaya significó unirlo firmemente a su pueblo. Y es esta unión, si el Presidente no retrocede, porque el pueblo no retrocederá, la que puede dar la solución democrática profunda al problema, con la victoria del pueblo hondureño y la derrota de la doble táctica del imperio. ¡Presidente Zelaya, los pueblos confían en usted!