Pablo Cristián Giménez
El imperialismo en todas sus dimensiones de acción ha sabido a lo largo de la historia ejercer un sistema amplio, profundo y efectivo en términos de dominación y control de sus aliados y sus presas.
Luego del descubrimiento del petróleo y con ello, el desarrollo de la segunda revolución industrial a principios del 1900, todo territorio conteniendo bajo su subsuelo hidrocarburos convertibles en energía han sido sometidos a penetración, control, bloqueo, golpe y/o invasión militar. Al mismo tiempo aceleró su expansión y acrecentó sus ganancias industrializando los países centrales y ampliando en más de 80 veces a una, la brecha entre países ricos y pobres.
Actualmente y bajo la tercer revolución científico-tecnológica, el imperio norteamericano y sus aliados está invadiendo militarmente Irak, Afganistán y Libia, controlando a casi todos los países del Medio Oriente, África, Asia (menos China y nor-Corea), con marcada presencia a través de sus empresas transnacionales y embajadas golpistas en toda Latinoamérica y El Caribe.
Los denominados gobiernos revolucionarios de América Latina están en realidad atravesando por un equilibrio inestable que produce en estos países grandes tensiones políticas, económicas y sociales: una guerra de baja intensidad permanente que se incrementa cada vez que hay un signo de debilidad por parte de estos gobiernos.
El intento frustrado de suba de tarifas en Bolivia en una economía dependiente del gas o la fuerte devaluación de 2.15 a 4.30 bolívares fuertes por dólar en una Venezuela dependiente del petróleo con bajo nivel de industria diversificada hacen de estos dos países blancos predilectos de las transnacionales, CIA y el Departamento de Estado para quebrar las propuestas libertarias de ALBA o cualquier bloque similar en construcción.
Negociar y pactar con el imperio o sus peones, es sin dudas un error táctico que puede provocar consecuencias inimaginables en la política interna de cada uno de los países que así lo hagan. Argentina, Ecuador y Honduras también fueron blancos de movimientos desestabilizadores desde los agroganaderos, la policía o el parlamento-ejercito, respectivamente.
El imperio va moldeando y activa los mecanismos golpeando a partir de los errores (o provocándolos) de los gobernantes “revolucionarios” que permanecen controlados por el imperio a control remoto.
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