Con voz tranquila, Chomsky cuidadosamente devastó los mitos del llamado libre mercado, y documentó de manera sintética las múltiples crisis –la financiera y económica, la del militarismo, la del medio ambiente y la alimentaria, entre otras– y sus hilos en común, construyendo una radiografía de un sistema que se enmascara como «democracia», pero que al fin tiene el objetivo de socializar costos y privatizar ganancias y defender el privilegio de la cada vez más reducida minoría rica, con consecuencias cada vez más siniestras para las mayorías y el propio planeta.
Es necesario «desmantelar el edificio de ilusiones» que se vende como democracia de libre mercado para que el ser humano sobreviva, y para hacerlo se requiere un enfrentamiento con el modelo que busca proteger los intereses de «la minoría de la opulencia contra las mayorías», aseveró.
«El pueblo paga los costos»
Chomsky habló el pasado viernes, ante unas mil 500 personas, desde el podio famoso de la iglesia Riverside –el mismo en que Martin Luther King Jr ofreció su histórico discurso de 1967 contra la guerra de Vietnam y el sistema imperial estadunidense, donde también se ha escuchado a Nelson Mandela, y más recientemente a Arundhati Roy–, en un acto organizado por el Brecht Forum, centro independiente de estudios de izquierda.
Y Chomsky, como siempre, ofreció ejemplo tras ejemplo, documentando la historia. Habló de la historia de Haití, desde los franceses y la invasión estadunidense de Woodrow Wilson, hasta el manejo que hizo Washimgton del desafío de Jean Bertrand Aristide, tanto por el republicano George Bush (padre) como por el demócrata Bill Clinton, imponiendo el modelo neoliberal, con el resultado inevitable de «destruir la soberanía económica» de ese país, el cual ahora está en las primeras filas de la crisis alimentaria.
«Esa historia es muy parecida por todo el mundo», agregó, señalando a Bangladesh y decenas de ejemplos más.
«La raíz común de las crisis de hoy en el Sur y el Norte es el giro hacia el neoliberalismo que se da en los años setenta», declaró. Eso marcó el fin del crecimiento sostenido de la era de posguerra, conocido como la «edad de oro del capitalismo», con su estado de bienestar y sus incrementos en niveles de ingreso y derechos, lo que fue un «capitalismo de Estado».
Hoy día, «el libre flujo del capital crea un Senado virtual que realiza un referendo instantáneo que vota en contra de intentos de beneficiar a las mayorías a costa de sus intereses».
Ahora, con la crisis actual que afecta a los ricos, se adopta la misma estrategia de siempre: «la población paga los costos y asume el riesgo, mientras las ganancias son privatizadas».
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Desde el púlpito de la iglesia Riverside de Nueva York, Noam Chomsky dijo el fin de semana que ante las crisis existentes el sistema neoliberal protege a las minorías opulentas en detrimento de las mayoríasFoto Elizabeth Coll
También se enfocó en el plano de la política exterior, indicando que Washington no desea abandonar tan rápidamente su presencia en Irak, y advirtió que el nuevo enfoque sobre Pakistán y Afganistán es un juego muy peligroso, ya que amenaza la paz mundial y la supervivencia humana, por las armas nucleares que están ahí.
Añadió que es alarmante que un «asesino miembro de las fuerzas especiales de ojos enloquecidos», el general Stanley McChrystal, haya sido nombrado comandante de las fuerzas estadunidenses en Afganistán.
Por otro lado, señaló que ahora es momento clave para definir la sobrevivencia humana ante la crisis climática.
«Tenemos que enfrentar tal vez lo más importante: cómo revertir el modelo corporativo-estatal establecido durante la posguerra», promovido por las empresas automotrices, petroleras y llanteras, entre otras, que ha llevado a esta crisis ambiental y otras.
En su repaso de las crisis del mundo, expresó que para imponer políticas que no reflejan el interés de las mayorías en Estados Unidos y en otros países, se recurrió menos a la fuerza que «al control de la opinión pública a través de la industria de relaciones públicas, con el fin de crear la manufactura del consenso».
Resaltó la resistencia popular para enfrentar el proyecto de la elite, y subrayó que las rebeliones de los años sesenta «tuvieron un efecto civilizador». Agregó que siempre se han lanzado «ataques de la elite contra la democracia» y que el modelo de libre mercado corporativo permanece como el «obstáculo a la eficiencia y la toma racional de decisiones».
«No hay razón para permanecer pasivos», comentó a su público de izquierda. «¿Por qué no ocupar una planta (en referencia a los recortes de General Motors) para convertirla en centro de producción de transporte masivo? No es un planteamiento exótico. Que los trabajadores controlen sus plantas es tan típicamente estadunidense como la tarta de manzana.»
De hecho, abundó, parte del objetivo de los administradores del sistema actual es «borrar toda memoria de las luchas» sociales, pero advirtió que sospecha que estas tendencias «siguen latentes» en los de abajo y «pueden ser despertadas. Éste es un momento propicio para hacerlo».
La tarea, añadió, es superar «el déficit democrático» y «promover una sociedad democrática que funcione en realidad». Entre las claves para lograrlo identificó la renovación de los sindicatos, la lucha educativa y cultural y lo necesario para «desmantelar el edificio de ilusiones» por la minoría que gobierna en las llamadas democracias formales.
La crisis fundamental hoy día, resumió, es tal vez la del «déficit democrático», esa brecha que existe entre los intereses de las grandes mayorías y las políticas de los gobernantes.