El jueves 10 de febrero un avión de la Fuerza Aérea estadounidense aterrizó en el Aeropuerto de Ezeiza. La misión de su tripulación era brindar un curso sobre manejo de crisis y toma de rehenes al Grupo Especial de Operaciones Especiales de la Policía Federal. Pero al arribar, los organismos de control encontraron que parte del cargamento que traía la aeronave no estaba declarado, por lo que el gobierno nacional impidió su ingreso. Se trataba de armas de guerra, equipos de comunicación encriptada, programas informáticos y drogas narcóticas y estupefacientes que los norteamericanos obviaron mencionar en la lista que habían entregado de antemano.
A pesar de la clara infracción del código aduanero por parte de la primera potencia mundial, desde la mayoría de la oposición y los medios hegemónicos criticaron el operativo y se reprodujo el “malestar” de Estados Unidos. El más elocuente fue, cuando no, el jefe de gobierno porteño y precandidato presidencial, Mauricio Macri: “Tenemos que tener buenas relaciones con Estados Unidos y el mundo entero, y esto que sucedió no nos beneficia”. Honestidad brutal: para el jefe Pro, no importa vulnerar las normas si eso trae beneficios.
El Peronismo Federal sufrió un brote de nostalgia por las “relaciones carnales” de los noventa . Su bloque de diputados pidió informes al Poder Ejecutivo para conocer detalles del material incautado y, rendida ante su majestad, se preguntó si la Cancillería Argentina “considera que hubiese sido posible resolver este incidente a través de un diálogo de buena voluntad con el Gobierno norteamericano”.
El periodista del diario La Nación, Joaquín Morales Solá, sensible a defender los intereses de “La embajada” desde los días de la dictadura, como lo corroboró un cable desclasificado publicado por esta revista, manifestó su preocupación por lo sucedido en una editorial del 16 de febrero, titulada “Tensión sin precedentes”. Allí, sentenció: “La recomposición de la relación con Washington llevará tiempo aún cuando haya un cambio de gobierno en diciembre. Los norteamericanos ya no desconfían sólo de un gobierno, sino de las condiciones culturales de la dirigencia de un país.”
Otro espadachín Pro, Diego Guelar, recurrió a su experiencia como embajador ante Estados Unidos durante el menemato. “Si bien hay que controlar todo lo que entra y sale de nuestras aduanas (…) también es cierto que se trata de un país amigo (…) –escribió– Pero sin lugar a dudas podría haberse manejado el tema a plena satisfacción de ambas partes para evitar todo altercado diplomático”.
Consultado por Veintitrés, el prestigioso politólogo Atilio Borón fue contundente: “Me he sentido profundamente indignado por cómo reaccionaron los medios y la gran mayoría de la oposición. Son nostálgicos de las relaciones carnales. Es gente que realmente tiene una vocación de sumisión y genuflexión ante el imperialismo.”
Jauretche había anticipado que el comportamiento cipayo de la dirigencia social era una plaga difícil de erradicar. Una circunstancia menor como la del avión norteamericano lo deja a la vista.