Eduardo Anguita

Tiempo Argentino

En las últimas dos semanas, Daniel Scioli reforzó su instalación como referente para 2011. Lo inquietante no es sólo la ambigüedad respecto de si su ambición es continuar al frente de la gobernación o si, como dicen los voceros del establishment, Scioli se postula como una alternativa para las presidenciales de octubre. Su aparición el jueves en Mar del Plata junto a dirigentes claramente kirchneristas fue parte de un juego pendular. La ratificación de “lealtad a Cristina” es apenas una fórmula más de su armado electoralista.
El tema tiene sumo interés porque el armado político bonaerense sigue siendo, como más de una vez se dijo, la madre de todas las batallas. El gobernador, una vez más, centró su instalación mediática en el retrógrado concepto de inseguridad basado en la versión caníbal a medida de C5N, Clarín y La Nación. Un concepto que se basa en la percepción de que “te pueden matar al salir de tu casa” y que se necesita saturar de policías la provincia para que los ciudadanos estén protegidos. Solidario con este concepto, Scioli volvió a buscar la fórmula mágica de que es preciso imputar penalmente a los adolescentes desde los 14 años y no desde los 16, como rige actualmente.
La pregunta que se hacen muchos dirigentes kirchneristas es si el peso electoral de Scioli es tanto como para no marcar la cancha en la ideología y la práctica del gobernador. Dicho de otro modo, si la conveniencia de mantener a Scioli como un protagonista de peso aliado a la Presidenta implica dejar de lado el debate sobre si la seguridad es un conjunto de derechos sociales o la mera percepción de la sociedad de poder ser víctima de un ataque delictivo. Precisamente, la manipulación de los medios concentrados sobre la inseguridad es directamente proporcional al profundo cambio que se vive en la Argentina respecto del rol de los grupos económicos concentrados. Scioli es funcional a ese discurso de los medios. Sus voceros pretenden que el gobernador no tiene la culpa de ello y niegan que ese discurso sea fruto de la lectura de encuestas. Pretenden que se trata de la visión sincera y descarnada de Scioli. Hay algo más grave todavía: eluden de modo explícito reconocer que esa visión de la seguridad es tributaria del pensamiento duhaldista sobre “la mejor policía del mundo” que justifica el desmantelamiento de las reformas en el Ministerio de Seguridad promovidas y llevadas a cabo durante la gestión de León Arslanian mientras era gobernador Felipe Solá. Y este tema no puede ser eludido en el momento en el que la Presidenta decidió crear el Ministerio de Seguridad y poner al frente a Nilda Garré, quien convocó, entre otros, a Martha Arriola, quien tras ser funcionaria de Arslanian en la estratégica Secretaría de Relaciones con la Comunidad, fue desplazada a la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia por orden de Scioli en 2007. Arriola reportaba a Daniel Arroyo, quien era ministro de Desarrollo Humano de Scioli en ese entonces. La realidad fue que Arriola no pudo contar con ningún recurso, que Arroyo le negó todo pero no por su propia decisión sino por una condición expresa de los jefes policiales que contó con el cálido apoyo del ministro de Seguridad de entonces, Carlos Stornelli. Arriola tuvo que renunciar a fines de 2008 por el recrudecimiento de la estigmatización de los menores por parte de Scioli. La reemplazó Cristina Tabolaro, con amplia experiencia en la materia también durante la gestión de Solá. Pero con el tiempo, Arroyo tuvo que renunciar y también Tabolaro siguió el mismo camino. Bien lo sabe el director general de Escuelas, Mario Oporto, que tuvo relación con Tabolaro cuando ejercía el cargo de jefe de Gabinete de Solá. Oporto le hizo un pequeño espacio a Tabolaro en el área de Educación y está completamente desaprovechada. Bien lo sabe Oporto, que justificó la decisión de Scioli de mandar policías a las escuelas bonaerenses el primer día de clases. Según Oporto, se trata de algo tan normal como mandar bomberos o médicos a visitar los establecimientos educativos. Esto lo dijo el jueves en declaraciones radiales. El día anterior, Página/12 había publicado una enrevista a Oporto en la que el ministro de Scioli adhería a la postura de la Presidenta respecto de la edad de imputabilidad en el sentido de que su baja “no resuelve el problema”. Pese a que Oporto no se había opuesto totalmente al discurso troglodita de Scioli, ese mismo miércoles al mediodía recibió en su despacho un llamado del ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal. Como Oporto no estaba habló con un allegado suyo a quien le transmitió que “tenemos que alinear el discurso y decir todos lo mismo”.

La maldita policía. Cuando Scioli tiene que resolver temas de seguridad habla directamente con el comisario general Juan Carlos Paggi. No es que Casal sea una figura decorativa, pero la realidad es que la conducción de la Policía Bonaerense es algo exclusivo de los jefes uniformados. La semana pasada, la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, tuvo una reunión con las Madres del Paco de Lomas de Zamora, que le transmitieron con crudeza el retroceso del control de los negocios de droga en la zona cercana a La Salada en ese distrito. Los cambios que se habían producido durante la gestión de Arslanian con el control de los negocios que vinculaban a “kiosqueros de paco” con uniformados habían sido una política clara: en los lugares donde había kioscos el gobierno provincial había impulsado microemprendimientos. El desmantelamiento del control civil en la Bonaerense, en el caso relatado por las Madres del Paco a Garré, llevó a que en la actualidad “en cada una de las 132 manzanas (de este barrio) hay un kiosco y la policía en vez de controlar tiene negocios con ellos”, es la dura versión que le transmitieron a Garré.
Este ejemplo es parte de las preocupaciones que el Gobierno Nacional tiene en cuenta para definir la necesidad del Ministerio de Seguridad. La idea que perdura en esta nueva dependencia es que subsiste todavía una trama compleja de negocios regenteados por uniformados en connivencia con civiles. En ese sentido, de la descentralización diseñada por Arslanian en 32 distritos (para evitar los negociados desde la cúpula), la Bonaerense en la actualidad tiene a Paggi como jefe y a cinco comisarios como manera de centralización absoluta de la fuerza.
¿Qué piensan en el Ministerio de Seguridad nacional sobre Scioli? Que su política es evitar –al menos– meterse en un tema que considera difícil de modificar. En consecuencia, Scioli alguna vez admitió “tener las manos atadas”.

La seguridad y la política. Buena parte de los comunicadores y militantes del pensamiento nacional saben lo inconveniente que sería la deserción de Scioli del espacio conducido por Cristina Kirchner. Sin candidatos con chances, la gran construcción mediática opositora es que Scioli puede correr para presidente en 2011. Lo más descarado fue la tapa de Noticias del 22 de enero: sin ninguna sutileza, photoshop mediante, Scioli tiene un serrucho en su mano derecha y el título fue “El plan para desplazar a Cristina”. Ningún jefe de prensa o vocero puede dejar de llamar a otros medios para despegar al gobernador de esa burda operación. Salvo, por supuesto, que resulte útil a los propios proyectos.
¿Piensa realmente Scioli en la candidatura presidencial? Desde ya, nada indica que así sea, y no es conveniente alimentar fantasmas. Pero está claro que eso responde a una lectura básica de quién tracciona votos a quién. Y todas las encuestas indican que hoy la percepción de los bonaerenses es más favorable a Cristina que al gobernador. Es cierto que no se trata de una percepción contrapuesta, pero sí de una diferencia de imagen positiva y de adhesión a Cristina. Hay algo que no está en las encuestas: cada acto público en la provincia de Buenos Aires, especialmente después del 27 de octubre pasado, se convirtió en un aliento emotivo a la Presidenta. Ella concita una adhesión popular explícita –especialmente entre mujeres y jóvenes– que no tiene precedentes en los últimos años. La intención de Scioli es tener un peso decisivo en el armado de los cargos para llenar las boletas de cara a octubre. No sólo para la vicegobernación sino para todos los cargos electivos del primer distrito electoral de la Argentina. Y eso es una ambición lícita en política, máximo para alguien que, como Scioli, fue un fiel aliado a Kirchner desde 2003. Pero esa ambición tiene que conjugarse con la ideología de quienes lideran el proyecto nacional. Tiene que conjugarse con la necesidad de darles a los dirigentes bonaerenses kirchneristas un papel decisivo en ese armado. La ausencia de Alberto Balestrini, quien desde abril de 2010 quedó postrado, dejó vacante la estratégica vicegobernación desde la cual reportaba a Néstor Kirchner como su jefe político. Peor aún fue la muerte de Kirchner seis meses después, dado que el mismo Néstor lo cruzó a Scioli en un acto público y le pidió que explicara quién le ataba las manos al gobernador. No es un secreto para nadie que los recursos de la provincia de Buenos Aires fueron incrementados de modo exponencial por aportes nacionales, tanto para Educación, Vivienda, Seguridad, Saneamiento Ambiental y muchísimos otros rubros en los que las inauguraciones fueron hechas por autoridades bonaerenses y las nacionales siempre junto a las autoridades comunales. La realidad de una provincia inmensa con 127 intendencias lleva a una lógica de armado político muy compleja. El cambio vivido en esa provincia en estos siete años desafía cualquier manual de Ciencia Política: la reversión de la desocupación y las mejoras sociales funcionan con éxito. Pero a pesar de y no gracias a la burocracia provincial y sus lados oscuros. Está claro que la provincia necesita una reforma política. Tan claro como que no será este año electoral el de esa reforma.
Sí puede ser, en cambio, el año en el que el kirchnerismo logre avanzar de modo decisivo en ese distrito. Por eso, la conveniencia de un debate abierto con todos los protagonistas del espacio nacional. Con colectoras para que Martín Sabbatella pueda llevar la boleta de Cristina y ser candidato a gobernador. Para que el vicegobernador sea un hombre o una mujer que pueda acompañar fielmente las transformaciones llevadas por el gobierno de Cristina y también las que vendrán en el próximo mandato, si es que el electorado la reafirma en octubre próximo.

 

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