El crecimiento de ambos se dio a partir del conflicto de las corporaciones agrarias con el gobierno nacional, durante el primer semestre de 2008. Inasibles y con poco apego a las construcciones colectivas fue ese acontecimiento, tan imprevisto como extraordinario, el que les dio vuelo propio. Cobos, dirimiendo el entuerto en contra del Gobierno del que formaba parte, gracias al histórico voto “no positivo”. De Narváez, convirtiéndose en el emergente mediático que amenazaba con erosionar la base social del kirchnerismo. Las elecciones de junio de 2009 confirmaron el momento de gracia de ambos. El vicepresidente ganó en Mendoza, sin ser él mismo candidato, pero con una lista que tenía su impronta. Y lo hizo frente a los postulantes que dispuso el Ejecutivo nacional. El empresario, en tanto, se dio el gusto de derrotar, en la gran sorpresa de la jornada, al propio Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado del país.
Desde entonces y por un tiempo, tanto Cobos como De Narváez quedaron en condiciones inmejorables para ampliar preferencias y situarse con expectativas crecientes en el largo tránsito a octubre de 2011. Incluso, como parte de una misma estrategia, como algunos aventuraban. El escenario político actual muestra cuán apresurados eran esos vaticinios. Los aliados de entonces, en ambos casos, dieron vuelta la página en busca de otras opciones o, simplemente, se alejaron. La exposición en los grandes medios cayó a medida que sus eslóganes de campaña perdieron eficacia y, sobre todo, a medida que los Kirchner fueron recuperando la iniciativa política. Y las adhesiones sociales, cuantificables en intención de votos o imagen positiva, retrocedieron de manera ostensible. Las de Cobos, más vinculadas a su decisión de persistir en el “doble rol” de vicepresidente y denodado opositor. Las de De Narváez, más ligadas a los límites de las estrategias mediáticas y el marketing político.
Vice en apuros
El vicepresidente Cobos arrancó el año en las playas de Brasil, meditando sobre su futuro. La decisión del radicalismo de adelantar las primarias y convertirlas en elecciones cerradas, lo dejó mal parado y con menos margen de maniobra. Pero, sobre todo, mostró la poca ascendencia que tiene sobre las primeras y segundas líneas del partido. Atrás quedaron los tiempos en que los “boinas blancas” mostraron su indulgencia, le perdonaron su breve estadía en el kirchnerismo y, luego de expulsarlo de por vida, le abrieron de nuevo sus puertas con los brazos abiertos. La oportunidad de aprovechar el shock de respaldo social que significó aquel voto a favor del “campo” se desvaneció al poco tiempo y con ello reaparecieron los viejos resquemores.
De hecho, el núcleo duro que impulsaba su candidatura, vinculado a dirigentes históricos del partido, hace rato le bajó el pulgar y el cobismo no encuentra cómo reemplazarlo, circunscripto a su círculo más íntimo. Pero no sólo Enrique “Coti” Nosiglia y los cuadros de la legendaria Coordinadora (Jesús Rodríguez, incluido) dejaron pronto su entusiasmo, sino también referentes como Oscar Aguad, que hasta hace pocos días era un promotor ferviente de Cobos 2011. Unos ahora acompañan a Ernesto Sanz, en la cruzada por instalar su candidatura; a Aguad, en tanto, ya pudo vérselo acompañando a Ricardo Alfonsín en sus primeros aprestos de campaña.
“La historia me juzgará” , dijo la madrugada del 18 de julio de 2008. “No sé cómo ”, agregó, antes de desempatar la larga disputa por las retenciones móviles. Fue el momento cúlmine de su carrera y su paso al estrellato. Fugaz, visto desde el presente. Pero estrellato al fin. Los medios más concentrados, implicados en una férrea unidad de intereses con el complejo de agronegocios, lo convirtieron en cuestión de días en una especie de paladín de la paz social e hicieron de su moderación exasperante, una virtud digna de imitar. El regreso a su Mendoza natal, en automóvil, cruzando el país y deteniéndose en cada pueblo de la extensa región pampeana lo mostraron, desde el inicio, dispuesto a protagonizar ese juego. La especie de road movie que impusieron esos medios como cobertura de aquel trayecto, en tanto, anticipaba el rol que jugarían en ese reposicionamiento.
Lo que vino después fue una serie de sobreactuaciones que le permitieron construir la contracara de Néstor Kirchner que tanto le demandaban. Su convocatoria a los principales referentes de la oposición para dar una fuerte señal política contra el proyecto que reformaría la vieja Ley de Radiodifusión, por ejemplo, fue uno de esos hitos. Lo más granado de la oposición estuvo por esos días en su despacho del Senado. Francisco de Narváez y Felipe Solá, por el peronismo disidente; Mauricio Macri y Gabriela Michetti, por el PRO y Ernesto Sanz, por la UCR posaron para la foto y le permitieron legitimar esa sobreactuación. Pero también se recuerda su amable recepción al representante de la administración estadounidense para América Latina, Arturo Valenzuela, a contramano del desaire de la Presidenta; su desempate a favor de la postura opositora en la discusión por el 82 por ciento móvil; y su oposición a cada una de las medidas importantes del gobierno, ya fueran éstas la estatización del sistema de jubilaciones privadas o la nacionalización de Aerolíneas Argentinas.
Pero, sin duda, el punto de más alto de su posición contraria al gobierno (luego de la 125, claro) fue su rol durante esa especie de “rebeldía institucional” que significó la negativa del entonces presidente del Banco Central, Martín Redrado, a cumplir la orden de la Presidenta de pagar con reservas parte de la deuda externa.
Fue una de sus jugadas más osadas. Y, a su vez, un punto de inflexión en su relación con la sociedad y en relación con sus nuevos-viejos aliados. Su voto a favor del reemplazo de Redrado, luego de promover su actitud de amotinamiento, selló su suerte. “ El radicalismo le había aconsejado otra cuestión para su voto en la bicameral. A Cobos este año le va a tocar desempatar muchas veces; espero que tengamos coincidencias” , le recriminó Sanz, ante el hecho consumado. “El vicepresidente quiere ser presidente antes de 2011 ”, había dicho Cristina Fernández unos días antes.
Para entonces quedaba claro que Cobos ya no sacaba rédito de su desafío permanente al Gobierno, ni que le servía seguir victimizándose ante cada nuevo destrato del oficialismo. El extraño “doble rol” que desempeñaba había dejado de rendirle frutos y, con él, aparecieron más voces, en el interior del radicalismo, cuestionando la pertinencia de subordinar la estrategia del partido a un candidato impredecible, que no podía asegurar el triunfo y que, de paso, venía dejando jirones de popularidad por el camino. Así empezaron a alumbrar alternativas. En primer lugar, Alfonsín. Más tarde, Sanz. Y así empezó Cobos a perder respaldos.
Como se dijo, la decisión radical de adelantar las internas para abril próximo lo sorprendió y, de alguna manera, lo puso contra las cuerdas, con la necesidad de apurar las decisiones. Una vez llegado de sus vacaciones abrió el juego. Primero, consideró la jugada como “impracticable” y amenazó con judicializarla. Luego, dio a entender que miraría de afuera la disputa con la esperanza de sacar provecho de la vocación autodestructiva del radicalismo cada vez que diputa poder hacia adentro y que, de paso, intentaría sumar a su proyecto a los “heridos” que fueran quedando por el camino. Según se supo, le propuso a Graciela Ocaña ser su candidata en la Ciudad, luego del rechazo de Rodolfo Terragno. Y según se pudo ver, ya tiene lema de campaña. “Argentina en paz”, dicen los primeros carteles callejeros con su firma.
Cuarto de hora colorado
También De Narváez tuvo su cuarto de hora. Trascurrió entre el conflicto del “campo” y las elecciones del 28 de junio último. A partir de entonces, su figura se fue desdibujando y perdió el aura de figura taquillera. Sumado a eso, la alianza política que había conseguido construir ya no existe como tal y se duda que pueda llegar a reeditarse. Mauricio Macri sigue con sus aspiraciones (y el sello PRO) por su lado; y Felipe Solá deambula a disgusto entre los márgenes del Peronismo Federal. Mientras tanto, De Narváez juega al misterio. Desde hace tiempo sostiene su vocación de ser candidato a gobernador, pero dejando entrever que podría dar un salto en sus aspiraciones buscando la presidencia. La ausencia de un candidato propio que dispute la primera magistratura lo perturba. Y mucho. Apostaba por Carlos Reutemann y aún no sale de su desconcierto ante los vaivenes del ex piloto.
No hace mucho, lo que marcaba los límites a sus aspiraciones presidenciales era la lectura estricta del artículo 89 de la Constitución Nacional, que lo inhabilitaba taxativamente. Ahora, los límites pasan más por la pérdida de densidad política y el retroceso en las encuestas de opinión. La muerte Néstor Kirchner y la recuperación del gobierno nacional, a su vez, lo afectó en términos de proyección. Pensaba presentarse ante el votante independiente como la única figura que podía doblegar al ex presidente, dado el antecedente de 2009, pero ya no será posible.
A eso hay que sumarle el poco rédito que le trajo asumir sin complejos su pertenencia peronista, luego de la estrategia de “desperonización” que le impuso el consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba, durante la última campaña. Varios de los referentes territoriales que tenía, los fue perdiendo. Y los que pensaba sumar, rechazaron de manera contundente romper lanzas con el kirchnerismo. Que Emilio Monzó, ex ministro de Daniel Scioli, haya dejado el denarvaísmo para sumarse al equipo de campaña de Mauricio Macri es un indicador de este retroceso. El principio de acuerdo entre Jorge Macri y el peronismo disidente, representado por Graciela Camaño, para confluir electoralmente en la provincia, es otro indicador de ese paso atrás. Más contundente, quizá.
Aislados, sin estructuras partidarias que les den anclaje y en baja en las encuestas, en definitiva, Cobos y De Narváez empezaron el año cuesta arriba. Extrañando tiempos mejores. Mitigando, como se pueda, el dolor de ya no ser.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.