- En un planeta de más de seis mil quinientos (6.500) millones de habitantes que viven bajo un modo de producción (capitalista) donde la inmensa mayoría padece los rigores más perversos, criminales y antihumanos de la pobreza y el dolor y la más reducida minoría disfruta de la riqueza, el privilegio y, lo que es peor, se burla de la primera, pareciera una parodia pero no lo es el hecho de que la inmensa mayoría de los explotados y oprimidos (incluyendo a la mayor parte del proletariado) siga siendo resignada a vivir bajo las leyes del capitalismo oponiéndose al único modo de producción que garantiza, de verdad verdad, su emancipación social: el comunismo.
- A pesar de esa cruda realidad en que -demostrado está- el capitalismo ya no posee ninguna fórmula económicosocial para crear un modo de vida con verdadera justicia social para toda la humanidad, la clase proletaria (fundamental productora de la riqueza social y sometida a denigrantes métodos de explotación) siga aferrada a las concepciones nacionalistas o socialpatriotismo haciendo que exista verdadera ausencia de dirección revolucionaria, lo cual se convierte en un elemento principal para la continuidad de la esclavitud social en perjuicio de la lucha de clase revolucionaria contra el capitalismo y por el socialismo.
La llamada globalización capitalista salvaje no es otra cosa que: a. la universalización de la pobreza y el dolor para la mayoría aplastante de la humanidad; y b. la concentración de la riqueza y el privilegio en el menor número de manos posible. Aún cuando hasta los ciegos y los sordos saben que eso es así, se hace muy lamentable que el capitalismo y, especialmente, el imperialista, siga siendo dominante en el planeta y no corra riesgo inmediato de ser derrocado. El proletariado, por lo menos su mayoría, de los países capitalistas altamente desarrollados no ha entendido o no ha querido entender que la gran contradicción real de este mundo es el choque antagónico entre las fuerzas productivas con las relaciones de producción capitalista (especialmente de propiedad privada) y con las fronteras de Estados que demarcan las naciones que componen el mundo actual.
Con un solo ojo, el del corazón y poniéndonos la mano (no importa si la derecha o la izquierda) en el pecho, analicemos la siguiente verdad o realidad súper objetiva: basta para medir los fines de la globalización capitalista salvaje: que tres mil millones (3.000.000.000) de seres humanos devengan y viven de un salario diario menor a los dos (2) dólares estadounidense. ¿Quién puede vivir con justicia y dignidad con ese miserable salario? Mil doscientos (1.200.000.000) millones de seres humanos, hechos ya prácticamente esqueletos, devengan y viven de un salario diario de apenas un (1) dólar. ¿Quién puede ni siquiera medio sobrevivir con ese denigrante salario? Si tomamos en cuenta, sufriendo unos y llorando de tristeza otros y no pocos muriéndose de hambre, que el mercado impone precios caros, mercancías de baja calidad y salarios muy bajos, y que para una vida digna se necesita poseer buena salud, hábitat de vivienda confortable, tener trabajo como carga no pesada, gozar de educación y recreación, ¿cómo vivir y en qué país con salarios diarios de la naturaleza anterior, cuando poquísimos ricos, financieros, banqueros, comerciantes y empresarios ganan miles de millones de dólares por día dejando en la bancarrota a la aplastante mayoría de la humanidad?. ¿Es eso justicia divina, democracia duradera o libertad eterna, como lo ofrecen los explotadores y opresores para que se dejen las mayorías explotar y oprimir sumisamente por el gran capital? Entonces, ¿será posible que la globalización del capitalismo imperialista salvaje genere justicia, democracia y libertad, cuando todo su cuerpo y su alma vomitan injusticias para los muchísimos y riqueza y privilegio para los poquísimos que gobiernan, explotan y oprimen el mundo? ¿Será que piensan que los pueblos no se dan cuenta de esa verdad y realidad? ¡Por Dios y todos los santos y las tres divinas personas y los propios hombres y mujeres de este mundo!, que al estar todas las fuentes de la riqueza y todos los servicios públicos privatizados, todas las familias privatizadas, no le quedaría casi o ninguna oportunidad de vida a la mayoría de la humanidad. ¿Tendría con qué pagar lo que demanda para vivir? ¿Hasta cuándo estará la mayoría dispuesta a calarse, en silencio y en conformismo, esas tropelías y perversidades del capitalismo? ¿Cómo vivirá este mundo entre unos pocos años más si la mayoría no se rebela contra la globalización del capitalismo imperialista salvaje y la masa de seres sigue creciendo con anarquía en los sectores más explotados y oprimidos?
Dijo Jean-Marie Harribey, profesor de la Universidad de Burdeos y que no es `precisamente Marx, que “… la concentración de las riquezas en un extremo genera la tentación de la abundancia inaccesible de miles de millones de personas ubicadas en el otro extremo y, cuyas raíces culturales son lentamente destruidas”. Eso es completamente cierto. También nos dice que el desarrollo necesario de los más pobres implica la renuncia al desarrollo ilimitado de los ricos. Es así, pero la globalización del capitalismo salvaje, y ya lo es mientras exista y domine, no lo permitirá salvo que la humanidad, su mayoría, más por las malas que por las buenas, decida emanciparse. Sólo derrotando a la globalización capitalista, aniquilándola por la fuerza mayoritaria de los explotados y oprimidos, se podrá construir una nueva humanidad; podrá transformarse el mundo, desapareciendo algunos factores de poder en la transición del capitalismo al socialismo, extinguiéndose otros para pasar del socialismo al comunismo, de la sociedad vieja a la sociedad nueva. Así sí se podrá salvar el mundo de grandes y costosas hecatombes sociales, evitar que desaparezca la mitad más un cuarto de la humanidad, de que las nuevas generaciones dejen de tenerle más miedo a la vida que a la muerte. Tenemos el sagrado deber de decir con José Martí, que “los sueños de hoy son las realidades del mañana”, y con los estudiantes de la reforma de Córdoba, gritar que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.
Este mundo, pleno de injusticias y desigualdades en casi todas sus partes y en su generalidad, es tan cruel y perverso incluso hasta en la pronunciación del verbo que conjuga globalizando la miseria y el martirio para los muchos y desglobalizando o concentrando la riqueza y el privilegio para los poquísimos que mal gobiernan el planeta. Así nos dijo que había llegado el fin de las ideologías, pero se olvidó decirnos de ¿cuáles ideologías? Y que es la respuesta que tenemos la obligación necesaria de dar la mayoría de la humanidad, porque detrás de ese vaticinio o sentencia, lo sabemos, en la manga de su arma de conquista porta el registro de un régimen atroz y perverso de neocolonización del mundo y neoesclavización de casi toda la humanidad. El método de conquista, ya puesto a prueba en Afganistán y en Irak, no es otro que el de terrorismo de Estado imperialista a la más alta escala de la violencia social.
Tal vez para unos cuantos de los pocos lectores que paseen sus ojos por este artículo o documento, todo lo dicho anteriormente no tenga valor alguno como argumento y eso lo respeto. Sin embargo, en varias oportunidades anteriores, sin ser el único ni tampoco el primero que lo haya dicho, he señalado que la globalización capitalista salvaje para reinar uno o dos o más siglos requiere, de manera indubitable, que desaparezca de la faz de la Tierra, por lo menos, un tercio de la población; es decir, más de dos mil (2.000) millones de habitantes. Los métodos criminales (guerras imperialistas, terrorismo de Estado, contaminación ambiental, epidemias planificadas en laboratorios, provocaciones conscientes de desastres naturales, por señalar algunos) serán variados de acuerdo al momento, lugar y circunstancias concretas para hacer realidad su criminalidad. Pero habrá uno que se va a materializar si sigue su dominación la globalización capitalista salvaje que va a causar estupor y seguramente se convertirá en un ejemplo a seguir por multitudes desesperadas y desorientadas por el hambre y la sed. Ese método será, especialmente, el suicidio colectivo. No se trata del suicidio de un terrorista para cumplir una misión de exterminio de algo y creer que va derechito a vivir al lado de su Dios convencido que ha liberado a su pueblo de los impostores que lo oprimen. No, se trata o tratará, precisamente, de millones y millones de personas que se van a convencer que el capitalismo les ha matado su futuro y ya nada tienen que hacer en el presente en este mundo. Por eso buscarán en el suicidio –forma muy rápida de morir- la solución a su caótica situación socioeconómica. No nos olvidemos, por supuesto que por otras razones o motivos, la gran obra literaria de ese extraordinario intelectual y literato conocido mundialmente como Goethe: “Fausto”, estimuló a muchos a suicidarse. El hambre y la sed en extremo serán causas o razones infinitamente mucho más superiores que las disidencias del amor entre parejas para el suicidio.
En uno de estos días pasados, cerquita de la navidad, en la Hungría que hace pocas décadas atrás juraba que vivía las generosidades y solidaridades del socialismo y actualmente el capitalismo le controla hasta su garganta, un hombre, desesperado por las necesidades de un hijo enfermo, decidió lanzarse –para suicidarse– al vacío en presencia de los miembros del Congreso de esa República como un acto de protesta por la situación socioeconómica que no sólo vive él sino, igualmente, la aplastante mayoría del pueblo húngaro. Está vivo y ojalá no muera, pero causó conmoción en los diputados al punto que algunos dejaron correr por sus mejillas unas cuantas lágrimas. No sé si realmente nacidas de sentimientos humanitarios o de cocodrilo, pero fueron lágrimas que deben llamar a la reflexión, fundamentalmente, de los húngaros si el capitalismo es lo que les conviene como modo de vida o recuperar el ideal del socialismo pero en la dirección de Marx y de Lenin y no en la de Bela Kun, Vargas y Pepper.
Lo cierto es que el hombre que quiso suicidarse en presencia de los legisladores de su país, llevaba una consigna escrita en su franela: “Nos han matado el futuro”. En verdad el capitalismo ya ha mnatado el futuro de la inmensa mayoría dela humanidad, pero no es el suicidio el método para defender un futuro distinto donde reinen la justicia y la libertad. El método es el de la lucha de clase revolucionaria para derrocar al capitalismo y sobre lo más valioso de su legado (especialmente el desarrollo de las fuerzas productivas y el avance científico) construir el socialismo. No olvidemos que el Premio Nóbel de Literatura de 1921, Anatole France, dijo: “Los niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando en su madurez conservan esa facultad maravillosa se dice de ellos que son locos o poetas”. Bueno, es la hora en que locos y poetas y los pueblos son, en determinadas condiciones de tensión política, locos y poetas que en vez de ir a vivir en siquiátricas y ponerse a escribir versos, toman las calles o los campos abiertos y en los escenarios de la lucha de clases, hacen su revolución quitándose la camisa de fuerza y colocándosela a los pocos que mal gobiernan el mundo.
Es hora de cambiar de piel, quitarnos la de esclavo y ponernos la de ser libre para que nadie, en nombre de Dios ni de la humanidad ni del hombre, nos la rasgue y nos haga verter sangre y dolor. Es hora de los atrevidos, de los indispensables que tienen que ser muchísimos contra los poquísimos, de los que quieren y aman la libertad y la justicia contra quienes viven y disfrutan del despotismo y la explotación del hombre por el hombre.
¡No más silencio!, ¡no más dolor sino el deber de romper cadenas del opresor!, ¡no más esclavitud!, ¡no más colonialismo y exterminio sociales!, ¡no más tontos útiles para servir al capital!, ¡no más buenos esclavos, fieles esclavos y esclavos esclavos de nadie!