Hoy, cuando la Educación Popular ha sido reconocida e incluso utilizada por los estados, los debates se localizan entre las incógnitas de si la Educación Popular es un movimiento en sí mismo o si es tan solo material de apoyo para los movimientos populares.
Por otra parte, este sistema de ideas que entiende el proceso de construcción de la identidad grupal como un resultado de las interacciones en colectivo, no ha encontrado un nicho certero y la aceptación incondicional de las ciencias sociales, pues de un lado se niega la posibilidad de autoconducción de las organizaciones sociales y de otro, se entiende que sus propuestas pueden ser cisma entre los movimientos populares y las agrupaciones políticas.
Además de que son varios los trabajos que dan fe del aporte de la Educación Popular a la participación política, sus ideas han encontrado cauce más de una vez en metodologías que fomentan la participación y el intercambio de experiencias. Para sus promotores, resulta de vital importancia que, a través del diálogo y el esfuerzo conjunto, cada individuo se conciba como parte de un colectivo, y llegue así a aportar para los demás y reconocer su valor propio.
Los planteamientos expuestos por el fundador Paulo Freire se complementan, entre otros, con los del uruguayo Mario Kaplún, por solo mencionar a dos de los principales ideólogos de la Educación Popular. A la idea desarrollada por el primero sobre el eje de que no hay educando sin ser educador ni educador sin ser educando. Kaplún agrega que esta corriente se alimenta de otras categorías pedagógicas y psicológicas que trascienden la cuestión ética.
En ese sentido, para el tema de la relación sociedad civil-participación ha sido decisivo tener en cuenta el avance de los estudios comunicológicos. Los mecanismos de legitimación ideológica juegan un rol primordial en la reproducción de la hegemonía en tensión o negociación con la existencia de las matrices culturales: “La gente (…) no empieza conociendo y después comunicando lo que conoce, sino que conoce en la medida que lo comunica”, señala el uruguayo.
L as maneras de aplicar los preceptos de la Educación Popular pueden ser tan diversas como las formas y niveles de las luchas populares, la cultura y el contexto político-económico de cada país, aunque se han producido nexos provechosos en este tiempo dentro de la América Latina.
En el caso de Cuba, el tema cobra relevancia cada vez más por sus aportaciones metodológicas y su carácter político, aun cuando no pueda señalarse un conocimiento generalizado del asunto. Esta corriente de estudios, que comenzó a difundirse en la Isla a partir de los años 90, ya cuenta con una trayectoria de dos décadas, iniciada en la Casa de las Américas con la organización de encuentros de educadores populares.
De esos primeros años en que se conocían escasamente algunos de los pilares de esta vertiente pedagógica, a la fecha, pueden mencionarse los logros del Centro Memorial Martin Luther King Jr. en la formación de líderes comunitarios y la promoción de la participación ciudadana.
Cierto es que nuestro país, en el cual se ha estimulado la educación del pueblo en relación con el proceso histórico de transformación socialista, no conoce en gran escala la presencia de la variante educativa. Sin embargo, proliferan numerosos grupos informales, a diferencia lo que ocurre en Latinoamérica.
Otra particularidad de nuestro contexto en relación con las experiencias del resto del área, es la pretensión de lograr una transformación de la conciencia y la organización social a largo plazo y el estímulo de la capacidad crítica de los sujetos, en lugar de influir solamente en el funcionamiento de organizaciones.
De cara al futuro, bien vendría repasar y tomar en cuenta la reflexión de Esther Pérez, pionera de los estudios de Educación Popular en Cuba cuando planteó que esta: “tiene que reconocerse como un proyecto necesariamente inacabado en los marcos de la sociedad —no transformada o en vías de transformación— en que se piensa y actúa, como una educación de y para hombres y mujeres nuevos que se construyen a sí mismos en el proceso de construir una nueva sociedad. Ello supone una creencia radical en la capacidad de autotransformación de los sujetos, una apertura, también radical, a las enseñanzas de la práctica social, y la asunción de ciertos elementos de método que demuestren su utilidad para superar las intencionalidades de sujeción, incrustadas en las prácticas educativas vigentes” [1] .
Notas:
[1] “La promesa de la pedagogía del oprimido”. Revista Temas, No. 31, pp. 39-46, octubre-diciembre de
2002.