Pensar que actualmente la comida sirve para alimentarnos es una ilusión. Los alimentos se han convertido en un negocio para unos cuantos, la minoría convocada hace unos días en Reus. Como afirmaba Isaac Sanromà, presidente de la Cámara de Comercio y de la Lonja de Reus: «El viernes [29 de octubre] se cerrarán muchos negocios sobre cereales en esta sala. ¿Subirá o bajará el precio internacionalmente después de estos acuerdos? Se tendrá que esperar».
¿Pero a quiénes afectan estas oscilaciones en el precio de los cereales? ¿Quién se beneficia? La crisis alimentaria del año 2007 y 2008, que hizo aumentar el número de hambrientos en el mundo a 925 millones, lo deja bien claro.
En este periodo, el precio de los cereales básicos creció espectacularmente. El trigo aumentó un 130%, la soja un 87% y el arroz un 74%, convirtiéndolos en inaccesibles para amplias capas de la población, especialmente, en los países del Sur, donde se destina entre uno 60 y un 80% de los ingresos a comprar comida. Paradójicamente, hoy la producción de alimentos es más alta que nunca con un crecimiento del 2% anual, mientras que la población lo hace un ritmo del 1,14%. Alimentos hay para todo el mundo, el problema son los mecanismos de producción, distribución y consumo al servicio de los intereses privados.
Es interesante observar como en este mismo periodo, los ingresos de las principales empresas comercializadoras de cereales crecieron considerablemente: Cargill un 86%, el primer trimestre del 2008; Bunge un 77%, el último trimestre del 2007; y ADM un 67%, en el 2007. Por lo tanto, hay quien sabe beneficiarse con el hambre.
Una de las causas más importantes de este aumento de los precios de los alimentos fue, precisamente la inversión especulativa en materias primas. Después de la caída del mercado de créditos hipotecarios de alto riesgo en los Estados Unidos, inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondo de inversión, etc.) buscaron lugares más seguros y con más rentabilidad en qué invertir, como por ejemplo los mercados de futuro alimentario, empujando, así, el precio de los cereales al alza.
En la actualidad, los especuladores son quienes tienen más peso en los mercados de futuros, aunque sus transacciones de compra y venta no tienen nada que ver con la oferta y la demanda real, sino con sus intereses económicos. Estas transacciones se llevan a cabo en las bolsas de valores, la más importante de las cuales, a nivel mundial, es la Bolsa de Comercio de Chicago. Cómo decía Baudouin Delforge, presidente del Sindicato General de la Bolsa de Comercio de París: «Viernes [29 de octubre] la capital mundial del comercio de cereales no será Chicago. Será Reus». Más claro imposible.
Hoy se calcula que una parte significativa de la inversión financiera en el sector agrícola tiene carácter especulativo. Según los datos más conservadores, esta cifra significaría un 55% del total, un volumen que aumenta en la medida en que se profundiza en la liberalización de la producción agrícola.
Los mercados de futuros, tal como los conocemos actualmente, fechan de mediados del siglo XIX, cuando empezaron a funcionar en los Estados Unidos. Los contratos de futuros son acuerdos legales estandarizados para hacer transacciones de mercancías físicas en un tiempo futuro establecido previamente. Éstos han sido un mecanismo para garantizar un precio mínimo al productor ante las oscilaciones del mercado, pero este mismo mecanismo es utilizado hoy en día por los especuladores para hacer negocio.
Lo que nos tendría que preocupar es que desde las administraciones catalanas se congratulen de que estas transacciones hayan tenido lugar en Reus. No en vano el modelo agrícola catalán apuesta por la industria agroalimentaria, transgénica, intensiva, petrodependiente, deslocalizada. ¿Adónde nos conduce todo esto? Hoy en Cataluña poco más del 2% de la población activa es campesina. Nosotros comemos cada día, pero ¿quién nos alimentará? Los señores reunidos, hace unos días, en Reus lo tienen muy claro.