Por Germán Gorráiz López
Acuciada por la elevada dependencia energética (más del 50 por ciento), la alta volatilidad de los precios del gas y petróleo debido a factores geopolíticos desestabilizadores y la imperiosa necesidad de la garantía de un aprovisionamiento seguro de energía, la Unión Europea (UE) implementó una estrategia energética basada en los acuerdos preferenciales con Rusia y Argelia para el suministro de gas, en la utilización de obsoletas centrales nucleares en lugar de reactores atómicos de nueva generación EPR2 (European Pressurized Water Reactor) y en el extraordinario impulso de las energías renovables (primer productor mundial), con el objetivo inequívoco de lograr el Autoabastecimiento energético y de recursos hídricos en el horizonte del 2030.
Asimismo, se aprobó el ambicioso Programa Europeo sobre el Cambio Climático en el horizonte del 2030 (el Triple 30), con el compromiso de recortar las emisiones de dióxido de carbono en un 30 por ciento, mejorar la eficiencia energética en otro 30 por ciento y lograr que el 30 por ciento de la energía consumida proceda de fuentes renovables aunado con la Reorientación del Transporte de mercancías terrestres por las nuevas Autopistas del Mar y Vías férreas de Alta Velocidad mediante la imposición de tasas ecológicas al transporte por carretera y a los vehículos sin etiqueta ECO. Sin embargo, según Marie-Helene Fandel, analista del European Policy Centre, «la política energética de la UE adolece de una elevada dependencia del exterior debido a su escasez de recursos y su limitada capacidad de almacenamiento», lo que aunado con la incapacidad de los Veintisiete para desarrollar una verdadera política energética común, ralentizará todo el proceso y hará inviable la utopía de la autodependencia energética europea en el horizonte del 2.030.
Fracaso de las políticas energéticas europeas
La escalada de los precios del gas y la electricidad habría sorprendido a Europa con las reservas de gas en mínimos históricos (60 por ciento) y habría escenificado el fracaso rotundo de las políticas energéticas de una Unión Europea incapaz de lograr la utópica autosuficiencia energética pues el gas ruso abastece en más de un 70 por ciento a naciones como los Países Bálticos, Finlandia, Eslovaquia, Bulgaria, Grecia, Austria, Hungría y República Checa, y más del 80 por ciento del total del gas que la UE importa de Rusia pasa por Ucrania.
Asimismo, la paralización total del proyecto Nord Stream 2 que conecta Rusia con Alemania por el mar Báltico, con una capacidad máxima de transporte de 55.000 millones de metros cúbicos (bcm) de gas al año y con una vigencia de 50 años, ruta vital para Alemania y los Países Nórdicos, forzará a la UE a la fracking dependencia estadounidense. Así, EE.UU. aprovechará la crisis ucraniana para sustituir la ruso dependencia energética europea (40 por ciento del gas que importa la UE procede de Rusia) por la fracking dependencia, inundando el mercado europeo con el GNL (gas natural frackeado en EE.UU. y transportado mediante buques gaseros), con lo que EE.UU. lograría el objetivo que perseguía tras la crisis ucraniana, quedando Francia como isla energética gracias a las centrales nucleares de nueva generación EPR2i.
Europa, ¿dónde la energía verde?
La Agencia Internacional de la Energía (AIE), en un informe titulado «Perspectivas mundiales de inversión en energía», advertía que sería necesario invertir 48 billones de dólares hasta el 2035 para cubrir las crecientes necesidades energéticas mundiales, pero el abrupto desplome del precio del crudo hasta los 50 dólares imposibilitó a los países productores conseguir precios competitivos (rondando los 80 dólares) que permitirían la necesaria inversión en infraestructuras energéticas y búsqueda de nuevas explotaciones, teniendo como efecto colateral la entrada en bancarrota de incontables empresas del shale oil de EE.UU.
El aumento de la demanda energética mundial aunado con el boicot impuesto al crudo ruso y la falta de resolución del contencioso iraní han provocado un déficit diario de 1.6 millones de barriles al día en el 2022 según la AIE y una peligrosa «ansiedad de oferta» para incrementar los inventarios de los países que ha desembocado en una escalada del precio del crudo hasta los 130 dólares el barril y tasas de inflación desbocadas en EE.UU., China y UE que tendrán como efecto colateral el incrementos del precio del dinero por parte de los Bancos Centrales y la asfixia económica de incontables países con una Deuda Pública estratosférica.
En el contexto europeo, en un intento de satisfacer una minimalista demanda energética, países ruso dependientes como los Estados Bálticos, Alemania, Polonia y Rumania procederán a la reactivación de las dormidas centrales térmicas de carbón mientras que otros como Bélgica, España, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia optarán por la ampliación de la vida útil de centrales nucleares aquejadas de una grave menopausia funcional tras cerca de 40 años de vida útil, con el riesgo añadido de un incremento desbocado de las emisiones de CO2 y la posibilidad de reeditar un nuevo Chernóbil.