Tras recibir el permiso correspondiente de Estados Unidos, tres países del Báltico anunciaron este viernes que suministrarán armamento de fabricación estadounidense al Gobierno ucraniano. «La guerra en Ucrania continúa y es importante apoyar a Ucrania en todo lo que podamos para que pueda resistir al agresor», argumentó el ministro de Defensa de Estonia, Kalle Laaner, este viernes.

Retomando el discurso sobre el peligro de la inminente «invasión» de Rusia —especulaciones que el Kremlin rechaza—, los ministros de Defensa de las naciones bálticas confirmaron que Estonia proveerá a las Fuerzas Armadas de Ucrania misiles antitanque Javelin, mientras que Letonia y Lituania enviarán misiles antiaéreos Stinger. Lituania, además, enviará gratuitamente a Kiev 24 termovisores.

Washington, que tan solo el año pasado destinó 650 millones de dólares a la ayuda militar para Ucrania —y un total de 2.700 millones de dólares desde 2014—, continúa lo que califica de asistencia a la seguridad de Kiev, hecho que Moscú considera una militarización que solo empeora el conflicto interno ucraniano en la región de Donbass, en el este del país, donde los dirigentes de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk se niegan a entregar al Gobierno central sus territorios después de los acontecimientos de 2014.

«Estos suministros están en curso incluso hoy en día«, confirmó la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, en una rueda de prensa de este viernes. Así, la Administración de Biden notificó ya al Congreso su intención de entregar a Ucrania helicópteros Mi-17, agregó la funcionaria, luego de que diversos medios reportaran los planes de EE.UU. de enviar cinco helicópteros de ese modelo.

«Además de la asistencia tradicional en materia de seguridad, como es la iniciativa de asistencia en materia de seguridad para Ucrania, el presidente ha dictado una orden de potestad presidencial para facilitar ayuda letal y satisfacer las necesidades de defensa de emergencia de Ucrania», señaló Psaki, refiriéndose a facultades especiales que le permiten al mandatario tomar ciertas decisiones en situaciones de emergencia, sin necesidad de aprobación de otras instancias gubernamentales.

Aunque sostuvo el jueves que Vladímir Putin va a «intervenir» en Ucrania, el propio Biden admitió que todavía no está decidido sobre qué hacer y que podría sopesar una «incursión menor» en el país vecino.

Entretanto, España notificó el mismo día su decisión de enviar al mar Negro la fragata Blas en los próximos tres o cuatro días. Ya el lunes, el país europeo envió a la región su buque Meteoro. Al transmitir la posición de España, que espera que la «desescalada» entre Moscú y la OTAN en torno a Ucrania se dé de manera «diplomática», la ministra de Defensa, Margarita Robles, señaló también que se baraja la posibilidad de que haya un despliegue aéreo en Bulgaria, en el que participe España con el envío de cazas del Ejército del Aire.

El Reino Unido, a su vez, envió a Kiev alrededor de 2.000 sistemas de misiles antitanque de corto alcance y 30 especialistas británicos para enseñar a los soldados ucranianos cómo utilizar ese armamento.

Por su parte, el Ejército ucraniano realizó un ejercicio en la provincia de Jersón, cerca de la frontera con la región de Crimea. Los militares llevaron a cabo misiones de combate con lanzacohetes múltiples BM-21 Grad y cumplieron su tarea de suprimir y destruir la potencia de fuego, los vehículos blindados y las tropas de un enemigo simulado.

«Quién amenaza a quién»: conflicto de intereses y acusaciones mutuas

El Gobierno ruso insiste en que no ha amenazado nunca al pueblo ucraniano, en ningún lugar, a la vez que denuncia la «histeria rusófoba» y reitera que las especulaciones sobre presuntos preparativos de Moscú para una agresión militar contra Ucrania no se corresponden con la realidad.

Mientras Occidente se muestra indignado por la presencia de unos 100.000 efectivos rusos cerca de la frontera, el Kremlin subraya que cualquier despliegue militar en su propio territorio es su derecho soberano, y lo justifica ante la creación de tensiones en la región por parte de la OTAN, denunciando que la expansión de la Alianza Atlántica hacia el este y sus fronteras amenaza la seguridad nacional de Rusia.

Además, Moscú manifiesta preocupaciones por el destino de los residentes de Donbass, que denuncian el aumento de disparos por parte del Ejército ucraniano en la línea de contacto, y acusa a Occidente de hacer caso omiso a los actos de agresión militar y sabotaje hacia la región y contra los acuerdos de Minsk. El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, calificó este viernes las acciones del Gobierno ucraniano en la zona de conflicto como «terrorismo de Estado del régimen de Kiev«.

«Así que quién amenaza a quién y en qué pueden desembocar estas amenazas, es una gran pregunta», declaró Lavrov, quien recordó que el presidente ucraniano Vladímir Zelenski ha instado públicamente a sus conciudadanos que se sientan rusos a «irse a Rusia» y ha tildado de «escoria» a quienes se oponen a las políticas de Kiev en Donbass.

El Gobierno ruso critica a Kiev por emprender «la guerra contra sus propios ciudadanos, aquellos de los que tanto hablan y en los que piensan únicamente a la hora de firmar los presupuestos militares», y lamenta el apoyo de los países de la OTAN a la «cruzada» del Gobierno ucraniano en contra de los residentes de Donbass.

Embajada de Rusia en EE.UU. insta a parar la "histeria" y no alentar a Kiev a "nuevas provocaciones" en Donbass

A la espera de resolver las tensiones de manera diplomática, Rusia se ha sentado a la mesa de diálogo tanto con la OTAN como con EE.UU. y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). La última reunión de alto nivel, sobre garantías de seguridad mutuas en la región europea, tuvo lugar en Ginebra entre el canciller ruso y el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken.

En diciembre del año pasado, Rusia presentó dos proyectos de acuerdos que quiere alcanzar con EE.UU. y la OTAN sobre garantías de seguridad. Ahora, tras la reunión del viernes, espera respuestas por escrito de la parte estadounidense. Entre sus planteamientos, Moscú exige que la Alianza Atlántica detenga su expansión hacia el este y que Ucrania no se adhiera a ella, un punto sobre el que las dos partes mantienen opiniones opuestas.

Blinken reiteró el apoyo de Washington a la soberanía de Ucrania y aseveró que «si cualquier fuerza militar rusa cruza la frontera, eso sería una invasión y sería respondida de forma severa». En su opinión, Rusia debería comenzar a retirar sus tropas de la frontera con Ucrania «si quiere convencer al mundo de una ausencia de planes agresivos».

Por su parte, el secretario general de las Naciones Unidas no comparte el pesimismo de Occidente. «No creo que Rusia invada Ucrania, y espero que mi creencia sea correcta», manifestó António Guterres este jueves. «Espero firmemente que la desescalada y el diálogo permitan una solución que evite el tipo de confrontación que tendría inevitablemente consecuencias terribles», indicó.

Mientras Moscú percibe como una amenaza la presencia de armamentos y fuerzas de la OTAN en los países que se encuentran cerca de sus fronteras, y argumenta que su propio despliegue militar en las zonas fronterizas se realiza por motivos de defensa, Occidente utiliza ese mismo hecho para sostener que la OTAN es una alianza únicamente defensiva y que no amenaza a nadie.

En medio de las acusaciones mutuas y la visión opuesta sobre el derecho de Ucrania de recibir armas de los países que considere aliados, así como sobre su aparente intención de resolver el conflicto interno de Donbass por la fuerza, las tensiones continúan.