Luis Zhu
En lucha
El pasado mes de mayo, una serie de once suicidios en la empresa Foxconn, firma taiwanesa que emplea a más de 800.000 trabajadores, provocó una de las mayores oleadas de huelgas en la historia reciente de China. Casi como fichas de dominó, las huelgas de varios días de duración se sucedieron a lo largo y ancho de la costa sureste china, donde se concentran las mayores factorías del país que proveen a multinacionales como Honda o Toyota. Conocidos mundialmente como mano de obra barata y servil, ahora la clase trabajadora china se ha puesto en pie de guerra para conseguir lo que es suyo y ya empieza a ser reconocida por su combatividad y determinación.
Todo empezó cuando una decena de empleados de Foxconn en la enorme planta de Shenzhen, donde fabrican entre otras cosas Ipods y Iphones, se suicidaron a causa del estrés y la angustia que les provocaban unas condiciones laborales decimonónicas: doce horas de trabajo, régimen disciplinario pseudomilitar, presión constante, etc. Estos actos desesperados conmocionaron al país y encendieron la pólvora que explotaría en forma de decenas de huelgas en toda la costa sur y este y algunos puntos del interior de China.
La mayoría de estas huelgas perseguían mejoras salariales, en un país cuyo salario mínimo medio se sitúa alrededor de los 800 yuans (80 euros aproximadamente) —lo justo para llegar a fin de mes— y que lleva dos años acumulando una inflación de más del 3%. En este sentido, las huelgas han obtenido un éxito rotundo, ya que han conseguido que hasta 14 provincias subieran el salario mínimo y que la mayoría de las empresas paralizadas hayan tenido que subir los sueldos, como en Honda (un 40%) o Foxconn (un 67%).
La actitud del gobierno chino ha sido en todo momento sorprendentemente tolerante. Ha habido poca represión contra los huelguistas en comparación con otras ocasiones, e incluso han mostrado su apoyo a las huelgas, como cuando el primer ministro chino, Wen Jiabao, pidió mejoras retributivas para los obreros poco cualificados.
Varias condiciones explican este súbito ‘obrerismo’ del Partido Comunista Chino (PCCh).
Por una parte, las huelgas han tenido lugar en empresas privadas, extranjeras y nacionales, que suministran a multinacionales foráneas, sobre las que el gobierno no tiene ninguna responsabilidad directa.
Por otra, en el contexto de la crisis internacional, el PCCh se ha dado cuenta de que no puede depender eternamente de las exportaciones; necesita un mercado interior sobre el que apoyarse cuando la demanda exterior cae.
Y, por último, es consciente de que necesita realizar concesiones a la clase trabajadora china para que continúe confiando en el partido para resolver las grandes desigualdades sociales del capitalismo chino: según el profesor de economía de la Universidad de Tecnología de Beijing, Hu Xingdu, el 0,4% de la población acumula el 70% de la riqueza del país.
Aunque la mayoría de la clase trabajadora china todavía no cuestiona políticamente al PCCh, existe una minoría concienciada que ya no confía en el partido para conseguir mejoras en sus condiciones de vida; ahora confían en las y los trabajadores organizados para luchar por ellas.
Es el caso de la planta de Honda Lock en Guangdong, en la que el 50% son mujeres, que fueron a la huelga no sólo por aumentos salariales, sino que además pidieron la negociación colectiva, convenios legales y sindicatos independientes.
Este cambio cualitativo puede ser crucial en los próximos años, ya que, como bien expresó una huelguista, luchaban “no sólo por los 1.800 trabajadores de la fábrica, sino también por los derechos y los intereses de todos los trabajadores chinos”.