Philippe Alcoy
Estas últimas semanas, varias empresas farmacéuticas occidentales han anunciado que han desarrollado vacunas contra la covid-19. Es el caso, en particular, de la asociación de empresas Pfizer-BioNTech, de la farmacéutica estadounidense Moderna y de AstraZeneca en colaboración con la Universidad de Oxford. Los Estados imperialistas de uno y otro hemisferio se han apresurado a cursar pedidos y comprar a toda prisa el mayor número posible de dosis, en algunos casos incluso antes de la certificación de las vacunas por los organismos competentes. Esta auténtica rapiña imperialista de las vacunas está aniquilando de hecho las posibilidades de los países de la periferia capitalista de procurarse dosis para hacer frente a la pandemia.
Una actitud de predadores irracionales
Así, según el New York Times, «mientras que numerosos países pobres podrían estar en condiciones de vacunar como máximo al 20 % de su población en 2021, algunos de los países más ricos del mundo han reservado suficientes dosis para vacunar varias veces a sus propias poblaciones […]. Si les suministran todas las dosis que declaran haber pedido, la Unión Europea podría vacunar a sus habitantes dos veces, el Reino Unido y Estados Unidos cuatro veces y Canadá seis veces.» El mismo diario calcula que el número total de dosis que podría llegar a comprar EE UU a las diferentes empresas farmacéuticas asciende a 1.500 millones de unidades. Por su parte, las autoridades europeas afirman que han comprado más dosis de la vacuna «que las que hacen falta para todo el mundo en Europa».
Además del poder financiero de estas potencias imperialistas, el principal argumento político que plantean para justificar esta prioridad de los poderosos es que estos Estados han invertido miles de millones de euros y dólares en apoyo a las investigaciones de las farmacéuticas privadas. Por su parte, países como India y Sudáfrica, a la cabeza de un grupo de países de renta baja o mediana, han solicitado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) una suspensión de los derechos de propiedad intelectual, como las patentes, sobre los productos asociados a la lucha contra la pandemia, informa The Lancet. No obstante, la industria farmacéutica y numerosos países de renta alta, «entre ellos el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Noruega y la UE, lo han rechazado categóricamente, afirmando que el sistema de propiedad intelectual es necesario para estimular nuevas invenciones de vacunas, pruebas de diagnóstico y tratamientos, que podrían estancarse en su ausencia.»
De este modo, en una situación que impone una urgencia al conjunto de la humanidad, estos gobernantes y multinacionales farmacéuticas consideran que únicamente el cebo de la ganancia y el afán de lucro pueden estimular la investigación y la innovación. Una lógica que revela la clase de mundo que defienden, pero que mucha gente combate, inclusive en el sector de la investigación y la innovación tecnológica. Sobre todo, al mostrarse incapaces de renunciar a la carrera por el beneficio en una situación de emergencia sanitaria mundial, los capitalistas obstaculizan la lucha contra la pandemia, demostrando una vez más el carácter absurdo del sistema que defienden.
El problema de la producción: el bluf de la industria farmacéutica
En efecto, la lógica del beneficio y de la propiedad privada está agravando un problema que podría afectar también a los países imperialistas: los límites de capacidad de producción de las empresas. El hecho de no compartir las patentes con los Estados periféricos y semicoloniales reduce la capacidad de producción de dosis de las vacunas, incluidas las demandadas por los países ricos. Así, el artículo del New York Times que ya hemos citado comenta a este respecto:
Ciertas empresas ya han revisado sus proyecciones en función de los problemas de producción. Pfizer declaró primero que produciría 100 millones de dosis de aquí al final del año, para reducir posteriormente esta cifra a la mitad. Novavax ha tenido que aplazar los ensayos clínicos en parte porque no podía producir un número suficiente de dosis. En otros casos, los fabricantes de vacunas o sus socios tal vez han prometido más dosis que las que pueden producir: se anunciaron 3.210 millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca, pero los contratos de fabricación suscritos solo suman 2.860 millones, según Airfinity. Johnson & Johnson prometió 1.300 millones, pero solo ha garantizado la producción de 1.100 millones.
Esto significa que es muy probable que en 2021 no se puedan cumplimentar en su totalidad los pedidos cursados, mientras que, en lo que respecta a los países de la periferia capitalista, ciertas fuentes calculan que muchos de ellos tendrán que esperar hasta 2024 para conseguir vacunar e inmunizar al conjunto de su población. Otros expertos consideran que para entonces mucha gente podrá haberse contagiado y haber adquirido una forma de inmunidad natural, reduciendo la demanda de vacunas. Aunque esta posibilidad fuera real, se trata de un cálculo cínico, en el que se espera que la gente pobre se inmunice naturalmente, eso sí, arriesgando su vida, mientras que la ciudadanía de los países desarrollados esté protegida a base de vacunas cuyo desarrollo y producción han sido posibles en buena parte gracias al expolio de los países semicoloniales por parte de las potencias imperialistas.
Imperialismo y subdesarrollo
Claro que los recursos financieros no explican todo. Hay otros factores, que por mucho que estén vinculados con la cuestión económica, determinan esta desigualdad entre países. En efecto, las vacunas desarrolladas por Pfizer-BioNTech y Moderna tienen una eficacia de más del 90 %, pero estas vacunas tienen que conservarse a temperaturas muy bajas: –70 ºC. Esto implica que los países que adquieren dosis de estas vacunas han de disponer de la infraestructura necesaria para mantenerlas a estas temperaturas, pero normalmente solo los laboratorios de investigación disponen de esta clase de congeladores. Ni los hospitales, ni las farmacias los tienen, ni siquiera en los países capitalistas desarrollados.
En este sentido, Alex Berezow, especialista en ciencias, tecnología y sanidad pública, afirma que «los desafíos logísticos que supone la cadena de frío imposibilitan prácticamente que una vacuna llegue a las regiones cuyas infraestructuras son mediocres y el suministro eléctrico poco fiable». Dicho de otro modo, para muchos países de África, Asia y América Latina, y otras regiones del planeta (incluidas ciertas zonas de los países imperialistas), el almacenamiento de las dosis de vacunas resulta casi imposible, y por tanto también la vacunación de la población.
Desde este punto de vista, la vacuna desarrollada por AstraZeneca presenta una ventaja, ya que puede almacenarse en congeladores como los que suelen emplearse en los hospitales y farmacias, a temperaturas no tan bajas. Sin embargo, la eficacia de esta vacuna es de apenas el 62 %. Por consiguiente, es más que probable que, en el caso de que se resuelva el problema de la producción, será este tipo de vacuna menos eficaz la que llegue primero a los países periféricos y semicoloniales.
Evidentemente, esta situación está lejos de ser una fatalidad, fruto de la suerte de unos países y la desgracia de otros. En realidad, el subdesarrollo de la gran mayoría de países del mundo es el resultado del funcionamiento del propio capitalismo, en que un puñado de potencias se reparten las riquezas producidas en el conjunto del planeta. Su desarrollo depende del subdesarrollo de otros países. Es el imperialismo el que impide el desarrollo de las infraestructuras mínimas que permitan a la población gozar de unas condiciones de vida mínimamente dignas.
Todos contra todos
Pero nos equivocaríamos si pensáramos que existe una especie de entendimiento armonioso entre las diferentes potencias imperialistas contra los países de la periferia capitalista. En realidad, como vimos en las primeras semanas de la pandemia y a lo largo de todos estos meses, las potencias capitalistas compiten encarnizadamente entre ellas, incluso para procurarse productos elementales para hacer frente a la pandemia, como mascarillas, gel antiséptico o respiradores.
Ahora, con la vacuna, un producto mucho más complejo y sofisticado, esta lucha encarnizada prosigue, si cabe con más brutalidad. En efecto, puesto que todo parece indicar que las empresas farmacéuticas no podrán cumplir sus promesas de suministro para el año 2021, es más que probable que las potencias imperialistas se libren a una competencia feroz para hacerse con las dosis de vacunas. No está descartados que asistamos a escenas de piratería moderna, a formas de saqueo a gran escala. Porque más allá del aspecto sanitario, la inmunización de la población constituye una gran baza económica: el país que reciba más dosis de vacunas podrá tratar de relanzar su economía antes y de este modo obtener una ventaja con respecto a los capitalistas de los demás países.
El ejemplo de las vacunas muestra una vez más el carácter devastador y reaccionario del capitalismo. Es esta lógica, guiada por el beneficio, la que alimenta la desconfianza de gran parte de la población con respecto a las vacunas y sirve de caldo de cultivo para las teorías conspiranoicas más absurdas. El hecho es que, de momento, la única solución a esta pandemia parece ser la vacuna. Y en esta situación, los capitalistas actúan como de costumbre: tratando de beneficiarse. Si la clase obrera puede extraer aunque solo sea una lección de toda esta pandemia, es que habría que nacionalizar la industria farmacéutica y la investigación científica, bajo el control de sus trabajadoras y trabajadores, financiadas por elevados impuestos sobre las grandes fortunas. Es así como la lucha contra pandemias como la covid-19, que no será la última, podrá guiarse únicamente por la urgencia sanitaria y no por imperativos económicos.
16/12/2020
Traducción: viento sur