Coincidiendo con el inicio de las conversaciones de paz entre palestinos e israelíes, la OIEA, dependiente de Naciones Unidas, había pedido a Israel que se adhiera al Tratado de No Proliferación de armas nucleares (TNP) y permita el acceso a sus instalaciones.
La petición responde al profundo malestar de los vecinos árabes de Israel, preocupados por el arsenal atómico del Estado judío en un momento de máxima tensión con Irán.
El riesgo de que Israel apriete el botón nuclear preocupa en todo Oriente Próximo. Los expertos aseguran que sería la última opción israelí, pero sólo el hecho de que se pueda considerar esta posibilidad y sus consecuencias ha suscitado una reacción árabe a través de las organizaciones internacionales.
“La comunidad internacional debería obligar a Israel a aceptar las inspecciones nucleares. No debe tratar a Israel como un caso excepcional, sino como a cualquier otro estado de Oriente Próximo. Y para ello debe admitir que el desarrollo nuclear israelí es una fuente de problemas para la región”, sostiene Isam Majul, ex diputado en la Kneset del partido comunista Hadash.
Se estima que el Estado judío cuenta con más de 200 cabezas atómicas
Expertos israelíes y occidentales han establecido que Israel, con la generosa ayuda de Francia, obtuvo su primera arma nuclear hacia mediados de los años sesenta, y ya contaba con bombas-H operativas cuando desencadenó la guerra de 1967, en la que ocupó el Sinaí, Cisjordania y Gaza. En los años ochenta se estimó que Israel poseía al menos 200 cabezas nucleares.
La censura militar se ha empleado a fondo para evitar que se publique información sobre los dos reactores y las armas atómicas que posee Israel. El mismo libro Israel and the Bomb fue prohibido en este país y su autor padeció los rigores de la persecución cuando regresó a Israel después de una larga estancia en EEUU.
Cohen mantiene que la política de Israel respecto a la opción nuclear ha atravesado cuatro periodos. Comenzó con el “secretismo” de los primeros años cincuenta. Luego, cuando surgieron las sospechas, se inició una etapa de “negación” de las acusaciones que se hacían en la arena internacional. Más tarde pasó a la “ambigüedad”, con la conocida frase de “Israel no será el primer país en introducir la bomba atómica en la región”. Y por último se llegó a la fase de “opacidad”.
Sentimiento de culpa
“Israel ha conseguido suscitar en Occidente un sentimiento de culpa que le permite vincular el Holocausto con las armas nucleares. Además, no hay que olvidar que sin el apoyo financiero, tecnológico y científico de EEUU, Alemania, Reino Unido y Francia, Israel no habría podido llevar a cabo su plan”, dice Guideon Spiro, miembro del Comité Israelí para un Oriente Próximo Libre de Armas Atómicas, Biológicas y Químicas.
La fase de “opacidad” ha continuado hasta nuestros días. Sin embargo, los países árabes han denunciado en varios foros la posible amenaza nuclear de Israel, y estas denuncias se han hecho más frecuentes en los últimos años.
El OIEA ha convocado una conferencia paralela a la Asamblea General de la ONU de septiembre donde está previsto que se vote una resolución iniciada por los países árabes instando a la inspección de las instalaciones nucleares israelíes.
Esta circunstancia y la agresividad israelí con respecto al programa nuclear de Irán provocó que la agencia nuclear de Israel invitara el pasado agosto al director general del OIEA, Yukiya Amano. En un principio, la visita de Amano a Israel trató de mantenerse en secreto, pero más tarde se filtró a la prensa. Algunos expertos creen que el primer ministro Binyamin Netanyahu, que canceló su cita prevista con Amano en Israel, se siente muy seguro con el apoyo incondicional de la Administración de Barack Obama y no teme a la presión árabe.
El peligro de la utilización de armas atómicas es considerable, y también sus repercusiones. Según Cohen, utilizar una bomba atómica es una de las decisiones más difíciles que se pueden tomar y con más consecuencias. Requiere un exhaustivo proceso de deliberación y discusión.
“Sin embargo, estas decisiones tienden a tomarse al margen del proceso democrático”, ha escrito Cohen. Además, “¿quién vigila al guardián? Los guardianes tienen sus propios intereses, que no son necesariamente compatibles con el bien común”.