Jimena Arnolfi
Entrevista a Leandro Ipiña. El director de Revolución, el cruce de Los Andes habla de una de las realizaciones más importantes de los últimos años del cine nacional: la epopeya del General José de San Martín.

Revolución. El cruce de Los Andes es el primer largometraje de Leandro Ipiña. Se trata de una de las películas más caras y arriesgadas del cine nacional en cuanto a producción: escenas de combate con caballos, espadas, armas, escenas de acción y efectos especiales. El filme es una coproducción entre Canal 7, Canal Encuentro y el Incaa, financiada también por la Televisión Española (TVE), el Gobierno de San Juan y la administración de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
Si bien hay referentes antiguos como La Guerra Gaucha (1942, Dir: Lucas Demare) y Pampa Bárbara (1945, Dir: Lucas Demare), de acá al último tiempo, no se trata de un género que haya sido explorado en el país. Junto con Revolución. El cruce de Los Andes, la otra película argentina con gran despliegue de batalla es Iluminados por el fuego (2005, Dir: Tristán Bauer) donde Ipiña trabajó como ayudante en la dirección.
Revolución. El cruce de Los Andes está protagonizada por Rodrigo De la Serna y narra el cruce de la cordillera de San Martín y su Ejército en 1817. Junto con De la Serna, participan 15 actores más en roles secundarios y alrededor de 1.400 extras que intervienen en distintos momentos a lo largo de las escenas del rodaje. La mayor parte del filme fue filmado en el pueblo de Barreal, ubicado al sudeste de la provincia de San Juan, en el Valle de Calingasta, aunque también se rodaron escenas en la Ciudad de Buenos Aires.
La idea del proyecto que ahora se encuentra en posproducción surge hace poco más de 5 años, antes de la creación del Canal Encuentro, donde hoy Ipiña ejerce el rol de Director Artístico. En 5 años, el proyecto fue mutando. En principio fueron los programas especiales sobre las batallas, unos capítulos de docu-ficción que luego devinieron en ficción con El Combate de San Lorenzo en 2008 para Encuentro y El Cruce de Los Andes ahora con la película.

–¿Cómo surge tu interés por la figura de San Martín?
–En principio me apasiona el siglo XIX, creo que es el más intenso de nuestra historia. Hay una revolución muy fuerte, que lleva muchos años y que es la de la independencia. Hay una guerra civil que ha sido una de las más cruentas de todos los países, una guerra civil entre unitarios y federales que dura muchísima cantidad de años y se lleva muchísimas víctimas. A eso le sumamos una figura enigmática e impresionante como fue San Martín. Un tipo que cristalizó la revolución. La cristalización de la revolución no la puede hacer cualquier persona, sino alguien que entiende el momento exacto y la gente con la cual cuenta para poder llevar adelante una guerra por la independencia, una guerra revolucionaria. San Martín era un estratega político maravilloso y no sólo un militar como quería hacer creer la Generación del ’80. Agarrar un grupo de gente en un lugar perdido como Cuyo y generar de ahí un ejército prácticamente solo, sin apoyo del gobierno central, eso es voluntad política.
–Solemos bautizar a San Martín como el Padre de la Patria. ¿Cuál es la significación que le das hoy después de haber trabajado tanto?
–La película se llama Revolución por eso mismo. ¿Qué es la patria? ¿Qué significa? ¿A qué se le llama patria? ¿Padre de cuál patria es en realidad? ¿Padre de la Argentina? No existía Argentina, eran las Provincias Unidas del Río de la Plata. ¿Patria de Perú o Chile? ¿Padre de cuál patria? Ésa es una interpretación posterior que se hace, probablemente en el siglo XX.
–¿Entonces cuál debe ser la verdadera interpretación sobre San Martín?
–La figura de San Martín es gigantesca y nombrarlo como “Padre de la Patria” habla de un reduccionismo, una forma de no entregarle a San Martín toda la dimensión gigantesca que tiene. San Martín es un padre latinoamericano, el gran capitán latinoamericano y el otro sería Bolívar. San Martín es la persona que motoriza la revolución cuando ya estaba perdida. Fue un héroe latinoamericano, un revolucionario de una talla gigantesca.
–Difícilmente en las escuelas se aprenda la historia de San Martín desde la óptica del “héroe revolucionario”.
–Y no… en general no se aprende que San Martín fue un revolucionario a secas. La guerra es el vehículo de la revolución. Pero siempre opera la pereza a la hora de transmitir los conocimientos. Es mucho más fácil acercarse a una lámina y a los hechos sin ningún tipo de crítica o pensamiento o análisis crítico. Es más difícil eso que enseñar y venerar a una estampita. También hay algo muy importante que tiene que ver con la Generación del ’80, hay una intención de lavar la revolución: “No fue tan así, no fue tan revolucionario, el Plan de Operaciones de Mariano Moreno no existió, cuando San Martín decía de cortar cabezas de los godos, en realidad se refería a algo metafórico”.
–Licuar la revolución es construir un héroe políticamente correcto.
–Exacto. Es algo que está muy claro a la hora de biografiar a San Martín. Se lo pone como un gran estratega militar y un político mediocre o un no político, como si la causa de la emancipación latinoamericana fuese simplemente noble y pura y no hubiese tenido entredichos, internas y diferencias entre los patriotas. El problema lo tenemos nosotros. Es muy interesante cómo la revolución pasó a ser un hecho que sí o sí debía suceder. Cuando uno lee que la Revolución de Mayo sucedió de tal manera, pareciera que los tipos levantaron el dedo, votaron y estaban todos felices y sí o sí tenía que pasar. Cada detalle va ayudando a que se vaya lavando la historia y transformando en algo bastante soso, en algo no muy interesante y fuera de cualquier sesgo ideológico. Es una pena porque no es necesario estar totalmente de acuerdo con la ideología pero sí es necesario que haya ideología para poder generar un debate, crecer, ir hacia delante. Lo estático, lo prehecho, no genera evolución.
–El héroe de estampita también es retratado de manera errada teniendo en cuenta el estado de salud que tenía San Martín a la hora de cruzar Los Andes.
–El tipo era un nervioso y tenía una muy mala salud. Tenía úlceras, hemorroides. Imagino que usar 24 días la mula con hemorroides debe ser de lo peor. Tenía una úlcera sangrante, escupía sangre todo el tiempo. Se culpa a la escuela pero también revistas como Billiken ayudaron a que haya una idea tergiversada. El primer biógrafo, la primera biografía importante de San Martín –muy extensa y muy linda de leer– es la de Mitre. Ahí no se omite un sólo detalle. Lo impoluto, el San Martín sobre el caballo blanco, etcétera, es una especie de iconografía realizada con un romanticismo bastante mediocre, un artista muy mediocre que hizo esa imagen que quedó en el recuerdo a fuerza de ponerlo y ponerlo. Napoleón, Federico El Grande, todos tienen su retrato en el caballo blanco en su gesta más importante. Es un retrato romántico que nosotros tomamos como una realidad. Es la imbecilidad nuestra de tomar como realidad una convención de un retratista del romanticismo. Acá, desde Encuentro, desde el Ministerio de Educación, tenemos la intención de abarcar la historia argentina en su totalidad. El dudar visualmente, al imaginario o a la imagen de nuestra historia es para nosotros una clave en el canal.
–¿Cómo queda De la Serna en el papel de San Martín?
–Rodrigo fue nuestra opción número 1, pero nunca pensamos que iba a aceptar. Rodrigo es el mejor actor argentino, latinoamericano y probablemente el mejor actor de habla hispana. Luego de trabajar con semejantes directores, estuvo trabajando con Walter Salles, con Coppola, pensamos que podría llegar a estar en un lugar donde era difícil para él aceptar. Para nuestra sorpresa dijo que sí al instante, me imagino que para un actor interpretar a San Martín es casi el sueño del pibe. Lo de Rodrigo fue maravilloso, le dio a San Martín una dimensión que no habíamos imaginado.
–¿Qué le aportó?
–Una visceralidad y una naturalidad que difícilmente hubiese podido lograr otro actor. Creó un San Martín muy intenso. Es justamente lo necesario para un momento como ése, un tipo que estuvo preparándose durante años para cruzar Los Andes y después resulta que puede ser que todo se le vaya al bombo. Tenemos un personaje en el límite de sus fuerzas, de su capacidad, con una tensión permanente, tensando la cuerda permanentemente.
–¿Qué elementos de la realidad militar de la época se encargaron de retratar durante la batalla?
–Por ejemplo, hay un cambio de vestuario de San Martín que significa un quiebre en la batalla y lo convierte en el gran general. En el siglo XIX era fundamental que un capitán, general o comandante sea más vistoso del resto para que el soldado viera quién daba la orden y no era cualquier salame, sino el tipo que tenía la pluma más alta o estaba más engalanado. Era el que uno veía y si este tipo me dice que me voy a morir, me voy a morir porque es el gran capitán. En un momento, San Martín pasa de la austeridad del granadero que fue como se lo caracterizaba, al general en jefe del Ejército de Los Andes. Él dice que va a entrar en la historia y el tipo que entra no lo hace de pantuflas, sino engalanado, con todos sus brillos, plumajes… Fue interesante poder hacer justo el cambio del personaje, de vestuario, en el momento que deja de ser el San Martín que se conoce a lo largo de la película para ser el que vamos a terminar de conocer nosotros a través de la historia.
–¿Y qué cuestiones se tuvieron en cuenta para contrarrestar los combatientes que se muestran en los manuales?
– Tratamos de darle un tono general a la película que signifique lo siguiente: los personajes que están yendo son patriotas revolucionarios y gente del bajo pueblo, gente que no tuvo comodidades ni las va a tener. En algún punto, da la sensación de que este grupo de gente bastante menesterosa, de una zona extremadamente pobre, de una región alejada del globo como eran las Provincias Unidas del Río de la Plata, una zona tan pobre como Cuyo, terminaron dándole la libertad a un continente. Es como un grupo de pordioseros, campesinos, esclavos y oficiales en muy bajo rango que terminan cambiando el curso de la historia.
–Eso que fue desvirtuado por Billiken y el colegio.
–Exactamente. Cuando se habla de Cuyo, se habla de las damas patricias que dieron sus joyas, pero no se habla de la cantidad de mujeres que cocieron los uniformes, la cantidad de hombres que labraron para que el ejército tuviera comida para llevar, la cantidad de hombres que estuvieron poniendo gratis las cabalgaduras, las carretas para transportar cosas del ejército. No se habla de los hombres que voluntariamente se suman al ejército por el alimento, la casa, para poder sumarse al ejército desde los 14 a los 50 años. Esas son las cosas que yo creo importantes y que traté de retratar en la película.
–En el relato, la revolución se decidió en un cuartucho. ¿Cómo te imaginaste ese momento de la historia? ¿Por qué un cuartucho?
–Yo soy de San Luis, así que conozco bastante la zona de Cuyo. Si uno recorre distintos puntos del país, habrá algún cabildo, pero después la mayoría de las casas eran ranchos con paja, con vinchucas, con chinches, pulgas, rancho de adobe con techos de paja. ¿En qué otro lugar podría haber estado San Martín y su ejército si no es pasando de cuartucho en cuartucho? Que la revolución americana se haya decidido en lugares pobres no destinados a grandes fines, pero que después terminan siendo destinatarios de grandes fines, a mi me conmueve, me parece de una belleza extrema.
–¿Cómo explicás esta especie de tendencia a la revisión histórica desde los contenidos audiovisuales?
–Creo que después de los ’90, cuando tuvimos una especie de fiesta menemista donde todos viajamos a Miami y veíamos que nos queríamos comprar una licuadora y el televisor de 25 pulgadas, todos nos vestíamos con remeras estadounidenses, con un modelo que fracasó estrepitosamente, necesitamos ver qué es lo que somos para saber dónde estamos. Creo que la revisión histórica en este momento es necesaria porque empieza con la indignación permanente de la clase media de “esto siempre fue así, este país es tremendo”. Después se pasa a una profundización, un entendimiento y una necesidad de aprender. Me parece que eso es lo que ha pasado ahora y probablemente lo que pasa cada tanto. Hay un alejamiento de una base, digamos, nacional, que después necesita una revisión. No podemos cambiar lo que somos.