Por María Daniela Yaccar
“Estamos en un umbral que puede durar años”, sentencia Franco “Bifo” Berardi, escritor, filósofo y activista italiano, en diálogo con Página/12. En un momento que «no es para conclusiones», analiza el escenario y prevé alternativas. Escribe, en un extenso mail, que “el caos es el dominador de la época”, y que son posibles “un colapso final del orden económico global” y un despliegue de comunidades autónomas con eje en la igualdad. Descree del poder del Estado. El verdadero poder, para él, está en el capitalismo. Recorre varios temas que hacen a este hecho total que es la pandemia. Vacuna, medio ambiente, virtualidad, vínculos humanos hundidos en una «epidemia de soledad».
En cuarentena, aparte de pintar, Bifo ha escrito un texto muy original y literario llamado Crónica de la psicodeflación, que contiene una definición del coronavirus: «virus semiótico», «fijación psicótica» que “prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global» y ha bloqueado “el funcionamiento abstracto de la economía”. Está disponible en la web de la editorial Caja Negra, que también publicó los títulos Futurabilidad y Fenomenología del fin. Luego, Bifo escribió Más allá del colapso. El escritor nacido en Bolonia en 1949 tiene historia. Ha participado de las revueltas juveniles del ’68, fue amigo de Félix Guattari, frecuentó a Foucault. Fundó revistas, creó radios alternativas y señales de TV comunitarias. Algunos de sus libros destacados son La fábrica de la infelicidad, Generación post-alfa, Félix y La sublevación.Tinta Limón Ediciones está a punto de lanzarEl Umbral. Crónicas y Meditaciones. Actualmente es profesor de Historia Social de los Medios en la Academia de Brera, en Milán.
-Con el coronavirus la filosofía ha quedado en el centro de la escena. ¿Cuál es su misión en esta pandemia?
-Es
la misma desde hace miles de años: entender, concebir, disponer el
pensamiento colectivo. El filósofo intenta transformar lo que percibimos
en la experiencia común en conceptos que permitan iluminar el camino.
Es muy simple, pero tal vez el ejercicio se hace problemático. Si lo que
entendemos de la realidad implica que no hay salida ética, política ni
científica de una situación, si la imaginación filosófica no logra
imaginar otra salida que la barbarie, otro horizonte que la extinción,
el trabajo se vuelve muy duro. Tenemos que reconocer y
contar lo que nos parece inevitable desde el punto de vista del
entendimiento, pero al mismo tiempo siempre recordar que tal vez el
imprevisto subvierte los planos del inevitable. Esa es la misión de la filosofía: imaginar lo imprevisible, producirlo, provocarlo, organizarlo.
-En Más allá del colapso plantea
dos escenarios: “Lo que queda del poder capitalista intentará imponer
un sistema de control tecno-totalitario. Pero la alternativa está aquí
ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y
crecimiento económico”. ¿De qué manera podría construirse una
alternativa?
-Las consecuencias actuales de la pandemia y del lockdown
(confinamiento) son muy contradictorias. Hay tendencias divergentes,
hasta opuestas, en la esfera económica, la del poder. De un lado
asistimos al desmoronamiento de los nudos estructurales de la economía.
El colapso de la demanda, del consumo, una deflación de largo plazo que
alimenta la crisis de la producción y el desempleo, en una espiral que
podemos definir como depresión, pero es algo más que una depresión económica. Es el fin del modelo capitalista, la explosión de muchos conceptos y estructuras que mantienen juntas a las sociedades. Al mismo tiempo asistimos al enorme fortalecimiento del capitalismo de las plataformas y las empresas digitales en su conjunto.
La relación entre sistema financiero y desmoronamiento de la economía
productiva aparece incomprensible: Wall Street confirma su tendencia
positiva, casi triunfal. ¿Se está produciendo una enorme burbuja
económica que en el futuro próximo podría explotar? ¿O, al contrario,
eso significa que la abstracción financiera se ha hecho totalmente
independiente de la realidad de la economía social? Creo que en el próximo año asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica. Un caos que el capitalismo no puede someter.
No hay una alternativa política visible en el futuro próximo. Hay
revueltas. Las habrá. Pero no se puede imaginar una estrategia política
unificante.
-Ha escrito que la igualdad, “destruida en la
imaginación política en los últimos 40 años”, podría ganar protagonismo.
¿No contrasta esta idea con lo que está sucediendo aquí y ahora? El
virus profundizó la pobreza, el desempleo, la desigualdad.
-En
la situación caótica que se puede desplegar van a proliferar las
comunidades autónomas, las experimentaciones igualitarias de
supervivencia. Claro que hoy se manifiesta un tentativo de las fuerzas
empresariales, mafiosas, neoliberales de apoderarse lo más posible de la
riqueza social, los recursos físicos y monetarios. Pero eso no va
estabilizar nada. Todas las medidas de estabilización que están
intentando las fuerzas políticas de gobierno en Europa como en otros
lugares no pueden estabilizar nada en el largo plazo. El crecimiento no volverá mañana ni nunca.
La Ecosfera terrestre no lo permitirá; no lo está permitiendo. La
demanda no subirá, no solo porque el salario va disminuyendo, sino
también porque la crisis producida por el virus no es solo económica. Es esencialmente psíquica, mental: es una crisis de las esperanzas de futuro. En
esta situación tenemos que imaginar formas de vida autónoma
post-económicas, de auto-producción de lo necesario, de auto-defensa
armada contra el poder, de coordinación informática global.
-¿Qué cree que significa esta pandemia para el ordenamiento geopolítico mundial?
-El caos toma el lugar de comando. No existe de manera objetiva. Hay
caos cuando los acontecimientos que interesan nuestra existencia son
demasiado complejos, rápidos, intensos para una elaboración emocional y
consciente. El virus, invisible e ingobernable, ha llevado al caos a un nivel definitivo.
No puedo prever los puntos donde el desmoronamiento produzca efectos
más notables. Lo que me parece muy probable es un proceso de guerra
civil en los Estados Unidos. Según un artículo publicado en el Dallas News
hace algunos días no habrá guerra civil, sino una situación caótica de
terror permanente. Los ciudadanos americanos siguen comprando armas de
fuego, si bien ya hay más de un arma por cada ciudadano, incluidos niños
y abuelos. El trumpismo no ha sido una locura provisional. Es la
expresión del alma blanca de un país que nació y prosperó gracias al
genocidio, la deportación, la esclavitud masiva. Los efectos globales de
la desintegración de los Estados Unidos no se pueden prever.
-Una
vez que aparezca una vacuna, ¿cree que la humanidad se relajará y el
daño ecológico volverá a profundizarse o se podrá repensar la relación
con el medio ambiente? ¿Existe el riesgo de una vida en estado pandémico
permanente?
-Claro que existe. El Covid ha sido solo uno de los
virus que pueden proliferar contagiosamente. No puedo explayarme sobre
la posibilidad de una vacuna eficaz porque no soy biólogo, pero no creo que la experiencia del coronavirus termine con la vacuna. La pandemia 2020 sólo ha sido el comienzo de una época de catástrofes globales, a nivel biológico, ambiental y militar. El
efecto de la pandemia sobre el medio ambiente es contradictorio
también. De un lado ha habido una reducción de los consumos de energía
fósil, un bloqueo de la polución industrial y urbana. Del otro, la situación económica obliga a la sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones de largo plazo.
Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos
del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos
imaginar (y proponer) la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de provecho y acumulación. Comunidades del sobrevivir frugal.
-Maristella
Svampa, socióloga argentina, postula que la metáfora del enemigo
invisible en el discurso político oculta la dimensión medio ambiental
del virus. ¿Coincide?
-Coincido. El Covid-19 es una emergencia particular del colapso ambiental. Las elites políticas no me parecen a la altura del problema, lo que dicen no me parece muy importante. La
política en su conjunto es impotente. ¿Qué hacen los políticos “buenos”
(como Conte en Italia)? Aplican la disciplina sanitaria obligatoria, se
pliegan a la decisión científica, que toma el lugar de la decisión
política. ¿Qué hacen los malos (Bolsonaro, Trump….)? Se niegan a la
decisión científica y afirman la autonomía de la política. Pero la
política se ha vuelto un juego sin razón, sin conocimiento. La potencia
del político es la locura, la venganza, la rabia contra la impotencia. Si la política ha sido durante la edad moderna una expresión de la voluntad, ahora está muerta porque la voluntad humana ha perdido su eficacia sobre el proceso real.
-¿Cómo imagina que serán los vínculos después de la pandemia? ¿Cómo son ahora?
-La pandemia marca una ruptura antropológica de una profundidad
abismal. Pensemos en el acto más humano de todos: el beso, el acercarse
de los labios, el acariciar paulatino y dulce de la lengua al interior
de la boca de otro ser humano. Este acto se ha vuelto el más peligroso y
anti-social que se pueda imaginar. ¿Qué efecto va a producir esta
novedad en el inconsciente colectivo? Una sensibilización fóbica al
cuerpo y la piel del otro. Una epidemia de soledad, y por tanto, de
depresión. A nivel social el distanciamiento implica el fin de toda
solidaridad. A nivel del inconsciente equivale a la bomba atómica.
Tenemos que reinventar la afectividad, el deseo, el tocamiento, el sexo,
pero… ¿tenemos la fuerza psíquica para hacerlo? No me parece. Pero lo
repito con fuerza: estamos en un umbral, no podemos saber cómo saldremos
de la oscilación en la que el inconsciente está capturado.
-Agamben
ha escrito sobre la limitación de la libertad, “aceptada en nombre de
un deseo de seguridad inducido por los mismos gobiernos que ahora
intervienen para satisfacerlo”. ¿Qué piensa sobre el control del Estado
con la pandemia como trasfondo?
-El Estado se identifica cada
vez más con las grandes agencias de control informático, de captura de
enormes cantidades de datos. No existe más como entidad política,
territorial. Sigue existiendo en la cabeza de los soberanistas de
derecha y de izquierda. No existe la política, ha perdido toda su
potencia; no existe el Estado como organización de la voluntad
colectiva, no existe la democracia. Son todas palabras que han perdido
su sentido. El Estado es el conjunto de la disciplina sanitaria
obligatoria, de los automatismos tecno-financieros, y de la organización
violenta de la represión contra los movimientos del trabajo. El
lugar del poder no es el Estado, una realidad moderna que se acabó con
el fin de la modernidad. El lugar del poder es el capitalismo en su
forma semiótica, psíquica, militar, financiera: las grandes empresas de
dominio sobre la mente humana y la actividad social.
-En los
países de Latinoamérica, la dicotomía que se plantea en los textos
filosóficos europeos (capitalismo-comunismo) no resuena del mismo modo.
Aquí pensamos más en términos de un Estado presente. ¿Qué lectura hace
de la pandemia respecto de dos escenarios con diferencias estructurales
como América latina y Europa?
-En América latina ha habido una
fuerza particular, un discurso neo-soberanista de izquierda, lo que
podríamos llamar populismo de izquierda, según la versión de Laclau,
Jorge Alemán y otros. La experiencia lulista, la kirchnerista, la de Evo
en Bolivia y el chavismo son experimentos de soberanía popular,
democráticos, con intentos sociales. Han sido valiosos, tal vez más o
menos exitosos. Pero al final todos han fracasado, porque la
complejidad de la globalización capitalista no deja espacios de maniobra
a nivel nacional, provocando la violencia de la reacción. La pandemia es una prueba de la imposibilidad de actuar en la dimensión nacional.
Claro que puede haber una gestión racional de la pandemia, como la de
Argentina, y una manera irresponsable y genocida como la de Brasil. Pero
al final la pandemia está provocando un apocalipsis global que ninguna
política racional puede evitar. Marca también el fracaso final de toda
hipótesis soberanista, de izquierda y de derecha.
-¿Qué piensa de los movimientos “anticuarentena”? ¿La idea de la libertad ha sido cooptada por la extrema derecha?
-La
palabra “libertad” es un malentendido de la filosofía moderna y del
pensamiento político. Los que hablan de libertad en la época de los
automatismos tecno-financieros no saben de qué están hablando. El
enemigo de la libertad no es el tirano político, sino los vínculos
matemáticos de las finanzas y los digitales de la conexión obligatoria.
Hay una libertad ontológica que significa que Dios decidió de no
determinar la dirección de la vida humana, dejando así el libre albedrío
a los humanos. Pero la materia de que los organismos son compuestos
determina profundamente la posibilidad de actuación del organismo. Y la
materia social, la economía, la enfermedad, la proliferación viral son
verdaderos matadores de la libertad. La modernidad ha sido capaz de
inventar un espacio de libertad verdadero: la potencia de la política
moderna (desde Maquiavelo hasta Lenin) ha sido la capacidad de elegir
estratégicamente y actuar tácticamente de manera tal de plegar no toda
la realidad, pero sí espacios relevantes de la realidad social, técnica,
hasta médica. El fin de la modernidad marca también el fin de esta
libertad marginal: la creación de automatismos tecno-financieros ha
destrozado la potencia política de la voluntad; ha matado la democracia.
La palabra libertad hoy significa solo libertad de explotar a los que
no pueden defenderse, de hacer esclavos a los otros, de matar a los
africanos que quieren sobrevivir migrando en Europa. Libertad hoy es una palabra asesina. Solo igualdad es una palabra que puede restablecer algo de humano entre los humanos.
-“Creo que la pandemia actual marca la salida definitiva de la
época moderna de la expansión y el ingreso en la época de la
extinción”, escribió. ¿Se ha puesto a imaginar cuánto tiempo nos queda?
¿La extinción es inevitable?
-Antes que nada no soy un adivino.
Cuando digo que entramos en la época de la extinción quiero decir que en
el horizonte futuro la sola conclusión lineal de las tendencias
existentes (sobrepoblación, polución, calentamiento global, reducción
del espacio habitable, multiplicación de los gastos militares,
proliferación de las guerras, epidemia psicótica) no implica otra
perspectiva realista que la extinción de la civilidad humana (que ya se
está manifestando) y de la especie humana (que parece cada vez más
probable). Pero soy convencido de que el inevitable muchas veces no se
realiza porque el imprevisible tiende a prevalecer.
El regreso de la muerte
-Una de las tantas cosas que el virus modifica es cómo se viven la muerte y los duelos. En Más allá del colapso usted se refiere al regreso de la muerte a la escena del discurso filosófico. ¿Cómo puede leerse este cambio?
-La muerte ha sido removida, denegada, borrada en la escena imaginaria de la modernidad. El capitalismo ha sido el intento más exitoso de alcanzar la inmortalidad. La acumulación de capital es inmortal. La vida humana se identifica con su producto abstracto y logra vivir immortalmente en la abstracción. En consecuencia, rechazamos la idea de nuestra mortalidad individual, porque consideramos a la vida como propiedad privada que no se puede acabar. La destrucción sistemática del medio ambiente es la prueba de que no creemos en la mortalidad: no importa si matamos la naturaleza, porque es la sola manera de realizar la acumulación de capital, nuestra eternidad. Pero la pandemia nos obliga a reconocer que la muerte existe, que es el destino de cada ser viviente. La abstracción ha perdido su potencia, el dinero no puede nada frente a la muerte. El problema es que no estamos hablando (sólo) de la individual, estamos hablando de la extinción del género humano como horizonte de nuestra época.
Enfermedad virtual
-“Cuando la pandemia finalmente se disipe (suponiendo que lo haga), es posible que se haya impuesto una nueva identificación psicológica: online equivale a enfermedad”, escribió. ¿Puede explayarse sobre esto, y sobre qué lugar le quedará al cuerpo?
-Se podría verificar algo muy interesante: después de un largo plazo de tiempo en que la relación corpórea ha sido remplazada por la online podría verificarse una identificación psíquica de la dimensión online con la enfermedad, con un período de soledad y miedo.¿Cómo se resolverá la oscilación? ¿Con una epidemia de autismo suicida o con una explosión de deseo liberatorio? No lo sabemos, pero podemos reflexionar sobre las alternativas que se van designando en el umbral.