James Petras
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez

Mientras los progresistas y los izquierdistas escriben sobre las «crisis del capitalismo», los productores, las empresas petrolíferas, los banqueros y casi todas las demás empresas grandes de ambos lados de la costa del Atlántico y el Pacífico no dejan de reírse camino del banco.

Desde el primer trimestre de este año los beneficios empresariales se han disparado más de un 100 por cien (The Financial Times, 10 de agosto de 2010, p. 7). En realidad, los beneficios empresariales han aumentado más que antes del inicio de la recesión en 2008 (Money Morning, 31 de marzo de 2010). Contrariamente a lo que dicen los blogueros progresistas, las tasas de beneficio aumentan, no disminuyen, sobre todo entre las empresas más grandes (Consensus Economics, 12 de agosto de 2010). La solidez de los beneficios empresariales es una consecuencia directa de las crisis agudas de la clase trabajadora, los empleados públicos y privados y las pequeñas y medianas empresas.

Con el estallido de la recesión, los grandes capitales destruyeron millones de puestos de trabajo (uno de cada cuatro estadounidenses ha estado sin empleo en 2010), obtuvieron contrapartidas de los líderes sindicales, gozaron de exenciones fiscales y recibieron subsidios y préstamos casi sin interés de los gobiernos locales, estatales y federales.

Cuando la recesión tocó fondo provisionalmente, las grandes empresas duplicaron la producción con la mano de obra existente, lo que supuso intensificar la explotación (más producción por trabajador), y redujeron costes trasladando a la clase trabajadora una cuota muy superior de los gastos de seguros sociales y pensiones con la conformidad de las autoridades sindicales multimillonarias. El resultado es que, aunque los ingresos descendieron, los beneficios aumentaron y las cuentas de resultados mejoraron (The Financial Times, 10 de agosto de 2010). Por paradójico que resulte, los consejeros delegados de las empresas han utilizado el pretexto y la retórica de las «crisis» extrayéndolos de los periodistas progresistas para impedir que los trabajadores exigieran una cuota mayor de unos beneficios rampantes, ayudados por la siempre creciente batería de trabajadores sin empleo o subempleados susceptibles de ejercer de «sustitutos» (esquiroles) en caso de huelga.

La actual expansión de los beneficios no ha repercutido en todos los sectores del capitalismo: las ganancias imprevistas se han acumulado de forma abrumadora en las empresas más grandes. En cambio, entre las pequeñas y medianas empresas se ha disparado la tasa de quiebras y de pérdidas, lo que las ha convertido en presas baratas y fáciles de adquirir para las «hermanas mayores» (The Financial Times, 1 de agosto de 2020). Las crisis del capital intermedio han desembocado en la concentración y centralización de capital y han contribuido a elevar la tasa de beneficios de las empresas más grandes.

Los errores de diagnóstico de las crisis capitalistas en que han incurrido la izquierda y los progresistas ha sido un problema permanente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando nos dijeron que el capitalismo se había «estancado» y se precipitaba hacia el derrumbamiento final. Los últimos profetas del apocalipsis vieron en la recesión de 2008-2009 la quiebra absoluta y definitiva del sistema capitalista mundial. Cegados por el etnocentrismo euroamericano, no lograron apreciar que el capital asiático no ha entrado nunca en la «crisis final» y América Latina padecía una versión tibia y pasajera (The Financial Times, 9 de junio de 2010, p. 9). Los falsos profetas no acertaron a reconocer que los diferentes tipos de capitalismo son más o menos susceptibles a las crisis… y que algunas variantes suelen experimentar recuperaciones rápidas (Asia, América Latina, Alemania), mientras que otras (Estados Unidos, Gran Bretaña, Europa oriental y meridional) son más propensas a experimentar recuperaciones endebles y precarias.

Mientras Exxon-Mobile registraba un aumento de los beneficios superior al 100 por cien en el año 2010 y los fabricantes de automóviles obtenían sus mayores beneficios en los últimos años, los salarios y el nivel de vida de los trabajadores descendía y los empleados del sector público padecían recortes salariales y de plantilla masivos. Está claro que la recuperación del beneficio empresarial se basa en el recrudecimiento de la explotación de la mano de obra y en el incremento de transferencias de recursos públicos a las grandes empresas privadas. El Estado capitalista, con el Presidente demócrata Obama a la cabeza, ha transferido miles de millones de dólares al gran capital a través de operaciones de rescate directas, préstamos casi sin intereses, reducciones de impuestos y presiones a la mano de obra para que acepte salarios más bajos y retrocesos en el ámbito de la salud y las pensiones. El plan de la Casa Blanca para la «recuperación» ha superado con creces las expectativas: los beneficios empresariales se han recuperado; «sólo» la inmensa mayoría de los trabajadores se ha hundido más en las crisis.

Las predicciones fallidas de los progresistas al respecto del ocaso del capitalismo son consecuencia de haber subestimado el extremo hasta el cual la Casa Blanca y el Congreso serían capaces de saquear las arcas públicas para resucitar al capital. Subestimaron el extremo hasta el cual se había ayudado al capital para desplazar la totalidad de la carga de la recuperación de beneficios sobre las espaldas de la mano de obra. En ese aspecto, la retórica progresista sobre la «resistencia de la mano de obra» y el «movimiento sindical» reflejaban no entender que prácticamente no ha habido resistencia al retroceso de los salarios sociales y monetarios porque no existe mano de obra organizada. Lo que pasa por serlo está absolutamente anquilosado y actúa al servicio de los defensores de Wall Street del Partido Demócrata en la Casa Blanca.

Lo que revela el actual impacto desigual y no equitativo del sistema capitalista es que los capitalistas sólo pueden superar las crisis acentuando la explotación y haciendo retroceder décadas de «conquistas sociales». No obstante, el proceso en curso de recuperación del beneficio es enormemente precario porque se basa en la explotación de existencias previas, en tasas de interés muy bajas y en la reducción de los costes laborales (The Financial Times, 10 de agosto de 2010, p. 7). No se basa en inversiones privadas nuevas y dinámicas, ni en el incremento de la capacidad productiva. En otras palabras, son «conquistas caídas del cielo»; no beneficios derivados de los ingresos por un aumento de las ventas, ni por la expansión de los mercados de consumidores. ¿Cómo podría ser de otra manera, si los salarios descienden y la mano de obra desempleada, subempleada o desaparecida es superior al 22 por ciento? Sin duda, esta expansión de los beneficios a corto plazo, basada en ventajas políticas y sociales y en privilegios de poder, no es sostenible. El despido masivo de empleados públicos y la obtención de beneficios de la producción a base de intensificar la explotación de la mano de obra tienen límites… habrá que sacrificar algo. Una cosa está clara: el sistema capitalista no desaparecerá ni será sustituido a causa de su podredumbre o sus «contradicciones» internas.