El ex titular de la Cámara de Fabricantes de Maquinaria Agrícola asegura que las 40 empresas que participaron de la operación “tenían la opción de no firmar con Palmat, pero coincidieron en que era la mejor alternativa”.
Raúl Kollmann
Página12
“Fue una operación extraordinaria, limpia, histórica para los que fabricamos maquinaria agrícola. En un solo año, hubo fábricas que colocaron en Venezuela lo que tardaban cuatro años en vender en la Argentina. Y la comisión que se le pagó a Palmat fue de lo más normal, el 15 por ciento sobre el valor ex works, que es el valor de la máquina al salir de nuestra fábrica. Las cuarenta empresas que participaron tenían la opción de no firmar con Palmat, pero todos coincidimos en que era la mejor alternativa, entre otras cosas porque aportaba un elemento importantísimo en la operación: una garantía de bancos o compañías de seguros que requería Venezuela para adelantarnos el 30 por ciento del total de cada máquina a exportar.” De otro lado del teléfono, Jorge Médica, ex titular de la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola, el hombre que protagonizó la firma de los acuerdos de exportación, se indigna porque “inventan fantasmas donde no los hay. Lo único que hacen es servirles en bandeja las cosas a los fabricantes brasileños”.
–¿Cómo empezó toda la operación de la exportación de maquinaria agrícola a Venezuela?
–La posibilidad de exportar maquinaria se inició gracias al acuerdo que hicieron los gobiernos de Argentina y Venezuela. Casi un trueque, del estilo de la antigüedad: combustible por alimentos, fierros y lo que pudiéramos darles a cambio. Fue una oportunidad extraordinaria para no-sotros. Había fábricas que vendieron a Venezuela en un año lo que vendían en la Argentina en cuatro. Y, además, era un momento de crisis.
–¿Cuál es el significado del mail en el que usted dice “lamentablemente los acontecimientos se han precipitado, porque Argentina y Venezuela van a firmar el contrato el día 6. Esto implica aceptar la designación de la trading Palmat que ha fijado sus honorarios en un 15 por ciento. Somos conscientes que esto implica un riesgo, pero realmente no nos queda margen para ajustar el contrato a nuestro parecer”?
–Hay que ponerse en ese momento. Eramos 40 empresas y eso no sólo significa 40 voces, sino muchas más. En varias empresas había distintos socios. Lo que existían eran 100 opiniones. Pero, ojo, no se discutía para nada el nivel de la comisión. Lo que no nos gustaba era que el contrato era por cinco años, que le dábamos la representación a Palmat por todo ese tiempo. Lo de la comisión era habitual. Mire, a nuestros concesionarios, acá en Argentina, les damos entre el 15 y el 20 por ciento. Y a veces un adicional de otro 5, o sea que una comisión del 20,5 por ciento no es inhabitual y menos entonces lo que nos cobraba Palmat, que era el 15. Por eso no me sorprendió lo publicado por Página/12: que la ejecutiva de Iveco, la empresa de camiones de FIAT, declaró en la causa judicial que ellos pagaron una comisión del 20 por ciento a su trader.
–¿Qué otro elemento quiere señalar de aquel mail?
–Uno muy importante. En ese mail nosotros decimos: “Vamos para adelante con el acuerdo de exportación así como está y con Palmat”, pero en el texto dice claramente que cada empresa tenía libertad para decidir. Eso demuestra que lo de Palmat no era un imposición de nadie. La Cámara sugirió que ése era el mejor arreglo posible, pero que cada empresa podía hacer lo que quería. Y, por otra parte, en ese momento, nuestra única alternativa era Palmat.
–¿Por qué?
–Era la mejor exportación de toda la historia de la industria de la maquinaria agrícola argentina. Pero tenía una condición que Palmat nos solucionaba. Venezuela entregaba un 30 por ciento de adelanto en la operación, pero había que entregar garantías. De un banco o una compañía de seguros de Venezuela. Es lógico que ellos quisieran garantizarse lo que se llamaba “fiel cumplimiento”. Palmat conseguía esas garantías. No era fácil. Le insisto, había empresas de nuestra Cámara que no tenían ni el patrimonio ni el volumen de negocios que le permitieran conseguir semejante garantía. Palmat fue fundamental y lo que digo en aquel mail es eso: aprovechemos las cosas así como están, vamos para adelante, es cierto que corremos algún riesgo porque el contrato es demasiado largo y no sabemos cuándo vamos a cobrar, pero era una oportunidad histórica.
–Quienes los acusan dicen que Palmat era una condición del Ministerio de Planificación. ¿Cómo llegaron ustedes a Palmat?
–Porque la gente de Ghirardi, que vendía cosechadoras en Venezuela hacía años, usaba a Palmat. Ellos nos hicieron la recomendación. Nadie jamás nos planteó la exigencia de que las operaciones se hicieran con Palmat. En la feria en la expusimos los productos apareció también la brasileña Cotia. Habló con seis o siete de nuestros industriales. Pero ninguno de nosotros quería una trader brasileña, porque justamente competíamos con los fabricantes brasileños. Para terminar de perfeccionar los contratos con Palmat, le encargamos el tema a un estudio de abogados de Córdoba, Kessman y Parino. El que piensa que con la comisión de Palmat estábamos pagando una coima que note que fuimos 40 empresas, todas distintas, en algunos casos con varios socios. Es imposible que todos hayamos acordado una coima. Y, como le dije, la comisión del 15 por ciento es normal en la venta de maquinaria. Empresas multinacionales como John Deere pagan comisiones como ésas. Cada empresa tenía autonomía, el que no quería, no firmaba con Palmat.
–¿Volvería a firmar exactamente lo mismo?
–Seguro que los contratos se pueden mejorar, pero en la misma situación, elegiría el camino que tomamos. Fue el mejor camino y lo tomaría otra vez. Lo que logramos fue extraordinario. Ahora, con la campaña en contra que se está haciendo, se les sirven en bandeja las cosas a los brasileños. Porque los venezolanos empiezan a ver que cualquier operación con empresarios argentinos es cuestionada, problemática. Hace unos años, cuando las relaciones entre Venezuela y Colombia eran buenas, Venezuela le compraba anualmente 7 mil millones de dólares en alimentos y maquinarias a Colombia. El distanciamiento entre Caracas y Bogotá deja un mercado extraordinario para que lo aprovechemos. Quieren inventar fantasmas donde no los hay, y las consecuencias son muy graves: perdemos la chance de darle más trabajo a nuestra gente.