¿Han pensado los grandes medios de comunicación, empeñados en inflar hasta el paroxismo el rancio y alienante espíritu nacional de un pueblo asolado por el desempleo, la corrupción de su clase política y la desconfianza, las consecuencias de que el sueño les estalle en la cara?
¿Han pensado los medios cuales puedan ser las consecuencias de tanto energúmeno exaltado que, de repente, el próximo domingo por la noche, sea expulsado de su sueño a patadas?
No es un secreto que hay gente interesada en que el balón virtual esconda las miserias reales de una sociedad aletargada que, por no tener, carece hasta de respuestas. Tampoco sería la primera vez en que un éxito deportivo disimula por un tiempo todas las lacras sociales que asfixian este estado y, en ese sentido, se comprende que a los intereses de quienes administran el mercado, el mundial de fútbol les sirva de coartada para que el espejo nacional nos siga mintiendo su respuesta. Durante algunos días y gracias al fútbol, como reconocía uno de los cuatro millones de parados, su desesperanza no será tan ingrata, tan insoportable. Conforme pase la resaca, la cruda realidad volverá a hacerse presente pero ya para entonces, al margen del tiempo que se haya ganado, otra oportuna ración de pan y circo podrá sedar la ira que vaya despertando.
Así hubiera sido, se ganara o perdiera la final pendiente, si los medios se hubieran conformado con ello, pero no ha sido así y, esta vez, han ido más lejos. No se han limitado a entretener al pueblo con el más habitual de todos los recursos. Han querido afirmar su engañosa identidad transformando una vulgar pelota en la quintaesencia de su ramplón nacionalismo, han insistido hasta el aburrimiento en convertir a cualquier pobre idiota en otro Hernán Cortés en tránsito a la gloria, han llenado de gritos y banderas españolas todos los canales y portadas. Casi es imposible no sintonizar una cadena en la que no aparezca un exaltado botellón vociferando españas…y si lo hace desde el País Vasco o Catalunya tanto mejor. Compiten los medios por ver quien acumula más bufidos nacionales, quien retransmite más vehementes alaridos, más exultantes expresiones de zafio españolismo.
No se han conformado con aumentar las dosis de alienación imprescindibles para que el rebaño bale de contento y siga confiando en el pastor, ahora le han aportado una enseña roja y gualda, un renovado destino de unidad en lo universal para que nunca el sol vuelva a ponerse en ella, en la nueva reserva espiritual de Occidente.
¿Y si gana Holanda?
¿Han pensado los medios cómo conducirán su frustración los derrotados si la sorpresa salta y el balón no entra?
Cámaras y micrófonos han dado licencia a miles de eufóricos descerebrados para que exalten su alcohólico patriotismo, bandera en ristre, en todos los espacios públicos que los ayuntamientos han habilitado para tal fin pero, ¿retransmitirán también su desesperación si el sueño deviene en pesadilla?
Ni siquiera me parece sensato en las presentes circunstancias festejar el espejismo de una victoria por más años que ésta se haya negado, caso de que termine ganando España, pero aún más insensata temo la ebria catarsis nacional que han promovido medios de comunicación y autoridades si Holanda gana.
Y al fin y al cabo, el balón es redondo, la suerte un acertijo y el árbitro es humano.