Detroit-Michigan, ciudad industrial que llega hasta los bordes del límite fronterizo con la República de Canadá, está cargada de imponentes edificios levantados en épocas de esplendor del capitalismo manufacturero, cuya expresión fue su industria automovilística, hoy en decadencia. Se aprecia en aquella urbe el derroche de lujo en varios rascacielos que exhiben especulares rasgos griegos y romanos tomados de la antigüedad, que muestran no sólo el arte de calidad, sino la vanidad y ostentación de un viejo imperio automotriz, sin signos de levantarse de nuevo. De ese esplendor, baste un botón como nuestra. Un colosal como gigante edificio reviste forma de catedral medioeval de elevada imaginación, saturado con motivos ornamentales modernos y un derroche sin límite de materiales, componentes y colores de gusto exquisito, envidiable a cualquier otro del mundo.
En mi recorrido encontré también, en forma paralela, áreas de edificios, ya viejos como sucios, que nada tienen de belleza porque sólo persiguen el negocio de aprovechar espacios al máximo. Aéreas íntegras de barrios de vivienda se encuentran desocupadas por la crisis laboral que ya ha expulsado a la calle a más de un tercio de la población trabajadora. Se nota cierto deterioro en las obras públicas, posiblemente por la falta de recursos para reparaciones, incluyendo varias áreas públicas, fuera del centro, donde el pasto llegó ya a cincuenta centímetros de altura. Mendigos los hay en todas partes donde puedan captar recursos para sobrevivir, principalmente en áreas centrales, casinos, restaurants, comercio y hoteles. Y a propósito de la hotelería, agotados los espacios por la multitud participante en la Conferencia, no me quedó otra cosa que aceptar una cortés invitación personal de hospedaje en un hotel-casino, impresionante por su elegancia e inversiones. Contaba con varios bloques adicionales de parqueo vehicular cómodo para quienes gastan dinero en el juego donde, en cierto momento, me tomé el trabajo de contar su capacidad por nivel. Cada plano vertical albergaba a quinientas unidades.
Volvamos al tema central. Veía y escuchaba a miles de participantes a expresar su descontento con la situación político social. Hasta el propio Partido Demócrata de los EE.UU. tenía sus rebeldes en la Conferencia, a lo cual se sumaban innumerables entidades, como Amnistía Internacional y otras de influencia claramente reconocida. Las comisiones y talleres de temas se hicieron innumerables, y todo aquello dividido en temas específicos. Los temas políticos agrupaban desde la política internacional hasta la discriminación racial y los temas educativos concretaban la abierta resistencia legal, sin temor al sistema. Se enseñaban estrategias para evitar el engaño de los grandes medios de comunicación. Se trataron problemas del medioambiente, la conducta destructiva que ejercen las corporaciones que dominan el mundo, el problema de la guerra y como desalentar el reclutamiento militar. No pudo escapar tampoco el problema palestino, menos el de Irak o Afganistán, ni el problema de los indígenas.
Eran tantos los talleres que hubo de editarse previamente una revista sobre las 1.086 comisiones y lugares de reunión, donde no hubo materia que resulte ignorada. La participación de la intelectualidad norteamericana fue profusa en sus materiales escritos (libros, revistas, boletines, manifiestos) y en brillantes exposiciones verbales. Nadie tenía el temor de sostener, con franqueza, el pensamiento que representaba. Los había anarquistas, socialistas moderados, socialistas radicales, comunistas de toda línea ideológica, revolucionarios sin grupo, demócratas liberales anti dominación internacional, creyentes de distintas religiones, catedráticos universitarios sin filiación, ex reclutas soldados, organizaciones internacionales, agrupaciones de defensa de los Derechos Humanos, y todo lo que el pensamiento pueda añadir.
Nunca anteriormente presencié tanta infinidad de formas de expresión contra el neoliberalismo de la sociedad mundial: desde racionales formas de slogan hasta burlonas como picantes frases que expresaban duras realidades con pocas palabras. Una de las expresiones más serias se expresaba como sigue: “Otro mundo es posible, otro EE.UU. es necesario, otro Detroit ya se está realizando”. No le faltó racionalidad a este último texto; aquella ciudad es la cruda expresión donde ya no existe el mito del sueño americano y la pobreza que existe ha generado una alta dosis de delincuencia, a plena luz del día, donde la gente local expresa sus temores de salir a las calles, sin compañía.
Se instaló una plaza de contactos en el lugar más adecuado del Centro de Congresos, donde la actividad se hizo febril: intercambio de materiales de toda índole, libros, revistas, materiales gráficos, más otras formas de expresión clara e ingeniosa en gráfico y audio. Y a este propósito, la inteligencia artística diseñó, en un solo cuadro de aproximadamente seis metros cuadrados, una condensación casi todas las formas de destrucción terrestre, engranadas entre sí como causa y efecto, que una narradora explicaba y aclaraba.
Las expresiones de protesta salieron a las calles, pero esta vez en grupos de sectores concretos y sobre temas de urgente importancia, al extremo de que la gente no sólo mostraba haber perdido el miedo, sino que han desaparecido los tibios y calculadores. El último día, una fiesta auspiciada por los socialistas llegó a reunir más de ocho mil personas, al extremo de acabarse el espacio.
La situación creada por el Foro Social de los EE.UU. (USSF), mostró una masa humana física, moral e intelectualmente robustecida para la creación de un movimiento nacional concreto y sólido que se haga cargo y enfrente directamente el cambio del sistema.