El impase se había gestado en el intermezzo de la Cumbre de la APEC en Papúa Nueva Guinea, otro foro disfuncional en vías de desaparición, adonde no asistieron en forma conspicua ni Putin ni Trump, cuando el mandatario chino, Xi Jinping, se enfrascó en un duelo retórico con el muy agresivo vicepresidente de EE.UU., Mike Pence. En forma todavía más conspicua, la cumbre desangelada y fallida de la APEC concluyó sin haber podido fraguar un comunicado conjunto por primera vez en su historia.
En la APEC, Xi mostró su asertividad y prácticamente dio a entender que estaba preparado para cualquier eventualidad: “la humanidad ha llegado una vez más a una encrucijada. ¿Qué dirección debemos escoger? ¿Cooperación o confrontación? ¿Apertura o aislamiento? ¿Una situación ganar-ganar o un juego de suma cero?”, cuando la “historia ha demostrado que la confrontación, sea en la forma de una guerra fría, de una guerra caliente o de una guerra comercial, no producirá ningún vencedor”.
Según Global Times, las “empresas chinas están preparadas para una tensión extensa en el comercio entre China y EE.UU.”, por lo que las “firmas domésticas chinas no serán intimidadas” cuando la guerra comercial afecte en forma significativa al sector manufacturero.
Ya antes de Trump, hace seis años, EE.UU. había emprendido investigaciones antidumping y antisubsidiarias con los productos fotovoltaicos solares, lo que orilló a China a recurrir a otros mercados como Alemania y Tailandia.
Algunos empresarios chinos esperan avances durante la Cumbre del G20 en Buenos Aires entre los mandatarios de EE.UU. y China, “pero no esperan un inminente fin a la guerra comercial”. A juicio del anterior viceministro chino de Comercio, Wei Jianguo, “aunque China enfrenta presiones negativas en su economía, su política de apertura ha tenido efecto en forma gradual. Conforme pasa el tiempo, China tendrá menos dificultades, mientras que EEUU se encontrará en una situación más dura”.
Queda claro que mientras Trump apuesta por el plazo corto, China juega al mediano y largo plazo con sus dos grandes proyectos de China 2025 y las tres Rutas de la Seda: continental/marítima/polar. Hasta el primer israelí, Benjamín Netanyahu, íntimo aliado de Trump, se ha sumado al proyecto de la Ruta de la Seda de China al grado de haber cedido dos de sus tres puertos para el manejo chino, además de la participación de Pekín en proyectos de infraestructura del Estado judío.
Ya los mandatarios de EE.UU. y Rusia se habían reunido una media hora en París, según filtraciones australianas, también al margen de la ceremonia del 100 aniversario de la Gran Guerra, donde se notó la química mutua expresada por el lenguaje corporal de Trump y Putin, pese a que el presidente galo, Emmanuel Macron, se había opuesto a la celebración de una cumbre formal en suelo parisino entre los mandatarios de EE.UU. y Rusia con el fin de no eclipsar la ceremonia programada.
En paralelo, como había apuntado con antelación, se ha descongelado la guerra comercial de Trump y Xi a grado tal que el presidente estadunidense tomó la iniciativa de conversar con su homólogo chino y de invitarlo a cenar en forma privada al margen de la disfuncional Cumbre del G20, que desde su creación hace 10 años no ha resuelto nada de los objetivos para los que fue gestada.
Resalta que en la cena de marras de los mandatarios de EE.UU. y China cada uno seleccionará respectivamente a seis funcionarios. Del lado estadounidense no asistirá el súper halcón sinófobo Peter Navarro, lo cual impactó en forma positiva las cotizaciones de las bolsas de valores globales. El sinófobo Peter Navarro había llegado a grados delirantes, similares en entonación a la histeria rusófoba de los círculos bélicos del Complejo Militar Industrial de EE.UU., para impedir las negociaciones con China: desde Henry Kissinger, pasando por Goldman Sachs, hasta el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin.
Por su parte, Larry Kudlow, jefe del Consejo Económico de Trump, confesó en una entrevista con Fox Business News que “Trump cree que China desearía tener un arreglo” cuando “muy detalladas comunicaciones” tienen lugar en todos los niveles del Gobierno. En forma inusitada, Kudlow llegó hasta desacreditar al boquifloja Peter Navarro quien “le hizo un mal servicio” a Trump. Ahora resulta, según Kudlow, que un “arreglo comercial con China debe ser en el mejor interés de EE.UU.”.
La confrontación de EE.UU. y China había llegado a grados prevolcánicos que abarcaron temas inalienables para China como el de la provincia renegada de Taiwán y el mar del Sur de China, donde dos barcos de guerra de China y EE.UU. estuvieron a punto de colisionar.
Más allá de la guerra comercial de las dos superpotencias geoeconómicas del planeta, su confrontación multidimensional ha afectado la seguridad nacional y a la economía global cuando están en juego miles de millones de dólares del comercio internacional.
En las antípodas de Washington, Zhou Xin —del South China Morning Post, portal de Alibaba— comenta que el formato de negociación 1+6, es decir, de los mandatarios más seis de sus funcionarios, es susceptible de mejorar la atmósfera del encuentro entre Trump y Xi. Zhou Xin cita a Liu Weidong, especialista en asuntos de China y EE.UU. de la Academia de Ciencias Sociales de China, quien comenta que “un lado trata de maximizar sus ganancias, y el otro lado trata de minimizar sus pérdidas”, en clara alusión a Trump y Xi respectivamente. No faltan analistas que juzguen que, en caso de no existir un arreglo sustancial, es probable que concreten un ‘cese al fuego’ para dar tiempo a la profundización de las negociaciones que contienen varios temas delicados.
A mi juicio, es probable que Trump —según su manual ‘El arte de negociar’, en su etapa de ‘casinero’ y magnate inmobiliario— haya endurecido su postura antimigratoria y militarizada con México para salvar las apariencias (cuando no salió airoso para nada en su guerra que alebrestó a los multimillonarios globalistas de Wall Street) y así encubrir su voluntad de negociar con China a la que no puede someter como a cualquier país bananero.