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Brasil va a las urnas este domingo para elegir a su nuevo presidente. Será una elección atípica, nerviosa y tensa, porque está envasada por la intolerancia y el odio y, también, porque está tutelada por una justicia vergonzosamente partidarizada, que sacó del pueblo el derecho de votar al candidato de su preferencia. Con una acción política abrupta, punteada por maniobras escandalosas, hombres y mujeres de toga se empeñaron en mantener ilegalmente en la cárcel el mayor líder político del país, el ex presidente Lula, para impedirlo, hasta con la restauración de la censura de prensa, de influir en el proceso sucesorio presidencial. Con la valiosa ayuda de los medios, en especial de la Globo, la más alta Corte de Justicia del país creó, con ese comportamiento condenado por juristas nacionales e internacionales, las condiciones ideales para la implantación del fascismo en el territorio patrio, favoreciendo la candidatura extremista de Jair Bolsonaro, peligro percibido hasta por la prensa mundial.

Los brasileños, por lo tanto, se sumergen en las urnas este domingo para elegir no sólo al Presidente, gobernadores, senadores y diputados sino, principalmente, a elegir el tipo de régimen que regirá en el país a partir del próximo año, si el democrático o el autoritario, si la paz o la violencia. En el fondo, un plebiscito sobre el golpe de mayo de 2016, que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, y sobre el gobierno Temer, que destruyó la legislación laboral, programas sociales y entregó nuestro petróleo a las multinacionales extranjeras. De ese escrutinio, en realidad, aún no saldrá el nuevo Presidente, sino los dos candidatos que seguirán para la segunda vuelta, cuando la batalla será más encarnizada. Con base en las encuestas de intención de voto ya es posible afirmar que van a la segunda fase a los candidatos Fernando Haddad, del PT, y Jair Bolsonaro, del PSL. El primero, indicado por Lula, representa la paz y el progreso, y el segundo, que defiende el uso de armas para solucionar los problemas nacionales, representa el retroceso, el retraso, el fascismo, la continuidad del gobierno Temer.

Las elecciones de este domingo se revisten de gran importancia, no sólo para los brasileños, sino también para el mundo, dada la relevancia de Brasil como el mayor país de América Latina y, también, gracias al espacio conquistado entre las grandes potencias del planeta por el mismo gobierno de Lula. Por eso, la prensa mundial acompaña con mucho interés nuestro pleito, visiblemente preocupado por la posibilidad de victoria del candidato de la extrema derecha, porque el resultado producirá inevitables reflejos en la comunidad internacional. El más interesado en nuestras elecciones, nadie tiene dudas, son Estados Unidos, que tendrán a Brasil de nuevo a sus pies con Bolsonaro en la Presidencia de la República. Los norteamericanos, que participaron decisivamente en la conspiración que culminó con el golpe de 2016 y actuaron en sociedad con Lava-Jato para garantizar la detención del ex presidente Lula, para impedir su retorno al gobierno, también interfirieron en estas elecciones con el objetivo de asegurar la victoria del ex capitán. En el caso de que se trate de una de las más importantes de la historia,

Las fake news, en realidad, turbinaron la candidatura fascista, desafiando al Tribunal Superior Electoral que, bajo la presidencia del ministro Luiz Fux, prometió combatirlas. El TSE no movió un músculo para contener la ola de noticias falsas contra el candidato del PT que se apoderó de las redes sociales. La Corte, que barrió la candidatura de Lula, ni siquiera soltó un gemido cuando Bolsonaro concedió una entrevista aislada a la TV Record, ausentándose del debate en la Globo con un certificado médico que sólo servía para la emisora ​​de los Marinos. Es la misma justicia que impide a Lula de votar, dar entrevistas y recibir visitas. La escandalosa persecución de la justicia a Lula y al PT, que prosigue abancarse después de su arresto ilegal, forma parte del proyecto norteamericano de impedirle de volver al poder, para evitar, de todos modos, que Brasil se vea alinea a Rusia ya China, de cuyas naciones se acercó al gobierno petista. Los norteamericanos quieren a Brasil de nuevo bajo su dominio, de donde fue arrancado por Lula. Y, también, nuestro petróleo, con Petrobrás y todo, que FHC había prometido a ellos durante su gobierno. No fue por otra razón que la estatal fue espiada, durante un buen tiempo, por la Agencia Nacional de Seguridad de aquel país del Norte.

Todavía es muy temprano para hacer un pronóstico del resultado del segundo turno de las elecciones, pero hay una cosa de la que nadie tiene dudas: si la izquierda no se une y sali a la lucha en las calles, usando además con competencia las redes sociales, el excapitán puede ganar. Y Brasil puede vivir bajo nuevo régimen autoritario, con una dictadura de la toga mezclada con militares. No es difícil percibir que los generales, que hasta hace poco se mantenían discretos, lejos de los focos, hoy volvieron a ser protagonistas, como candidatos a cargos