La Jornada
Washington. Se le conoce como «el fin de semana Lehman»: un sábado y domingo de septiembre de 2008, cuando el banco neoyorquino Lehman Brothers se derrumbó y precipitó al planeta a su peor crisis económica desde los años 30.
Al no hallar comprador para el gigante bancario que enfrentaba una grave crisis de liquidez por el creciente impago de créditos inmobiliarios riesgosos (subprimes), las autoridades estadunidenses decidieron no intervenir en la institución centenaria.
El lunes 15 de septiembre de 2008, a las 01:45 horas, Lehman Brothers se declaró en quiebra, sorprendiendo al mundo, tras un fin de semana de intensas e infructuosas negociaciones. El banco dejó una deuda de 691 mil millones de dólares y a 25 mil empleados en la calle.
Fue la mayor quiebra en la historia estadunidense. En Wall Street, el Dow Jones se hundió 500 puntos, su mayor caída desde los ataques contra las Torres Gemelas en 2001.
«¡No la vimos venir!», aseguró entonces un empleado de Lehman en Londres. Para otros, como Lawrence McDonald, ex corredor y coautor del libro Un fracaso colosal del sentido común, los jefes de Lehman estaban al tanto de los riesgos excesivos que corrían para aumentar sus ganancias a corto plazo. La dirección «nos hizo avanzar a 250 kilómetros por hora, derecho, hacia el mayor iceberg de subprimes«, dijo entonces McDonald a la agencia de noticias Afp.
Lehman «había apostado la casa, los muebles y la vajilla» por esos créditos inmobiliarios tóxicos, pese a que desde 2005 los directivos conocían el riesgo de un derrumbe del mercado inmobiliario, aseguró ese ex corredor.
De 2005 a 2007, en el corazón de la burbuja inmobiliaria que otorgaba créditos hipotecarios a compradores insolventes, Lehman Brothers, que compró muchos de esos préstamos, registró ganancias récord. Pero desde mediados de 2007 el banco comenzó a acumular pérdidas y el golpe de gracia llegó nueve meses después, el 16 de marzo de 2008, con la casi quiebra de otro banco de inversiones, Bear Stearns.
Al borde de la bancarrota por sus apuestas desastrosas, Bear Sterns fue comprado por JPMorgan, bajo la égida de la Reserva Federal, medida que socavó la confianza de los mercados, que comenzaron a apostar por la caída de Lehman.
Las autoridades intentaron hallar un comprador para Lehman, y negociaron primero con un banco surcoreano y luego con Bank of America y Barclays.
Estados Unidos acababa de nacionalizar una semana antes a los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac, que garantizaban más de 5 billones de dólares de préstamos.
Unos días más tarde, el Estado salvó a la compañía de seguros AIG, con 180 mil millones de dólares, antes de colocar a disposición de los bancos otros 700 mil millones de dólares en un polémico plan de recapitalización. Y ante la polémica de esa acción eligió finalmente dejar caer a Lehman.
Atrapadas entre el yunque y el martillo, las autoridades fueron muy criticadas por haber sacrificado a Lehman Brothers y haber salvado a otros como Goldman Sachs.
La opinión pública ya denunciaba el rescate de los gigantes de Wall Street a expensas de los contribuyentes, y para evitar más críticas las autoridades eligieron no actuar.
Washington movilizó billones de dólares para salvar a cada sector que generó la crisis, pero fuera de Wall Street el resto de Estados Unidos sufrió penurias. Los suicidios se dispararon, mientras los deudores perdían sus casas en todo el país. Unos 10 millones de estadunidenses se quedaron sin trabajo.
Después de 10 años y cientos de miles de millones en multas a bancos, quizá el mayor legado de la crisis es que nadie fue juzgado o enviado a la cárcel, denuncia Phil Angelides, quien presidió una comisión que investigó la crisis de 2008.
La recesión desencadenada por los bancos que se beneficiaron de inversiones impagables que llevaron a la caída del sistema financiero trajo como consecuencia una mayor regulación que se implementó a partir de 2010, bajo el gobierno del presidente Barack Obama, y que el mandatario actual, Donald Trump, pretende aligerar.
En 2008 el sistema financiero fue puesto de rodillas por su exposición a inversiones impagables. Hoy, los riesgos sobre la prosperidad mundial tienen palabras como aranceles, China, países emergentes, Brexit y Donald Trump. Un coro de organismos globales, como el Fondo Monetario Internacional, economistas, empresarios y gobiernos, además de la Reserva Federal de Estados Unidos, advierten que una guerra comercial terminará perjudicando a la producción, a los consumidores y a toda la economía del planeta.