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El factor chino-ruso y las Nuevas Rutas de la Seda

Francisco Rodríguez L.

El primer paso en dirección a construir un puente de cooperación Sur-Sur entre América Latina y el Dragón Asiático, como también se conoce a China fue dado, tras la gira del presidente Hugo Chávez a los países asiáticos en 1999. El balance resultó tan prometedor que, el ejemplo de la diplomacia bolivariana fue seguido por otros países en la región.Quince años después, en el año 2016 la inversión directa de China en la región había superado los 207 mil millones de dólares americanos y las contrataciones con empresas de ese país ascendían a 120 mil millones de dólares americanos en el mismo periodo. De hecho, América Latina y el Caribe pasaron a ocupar la segunda posición hacia donde fluyen las inversiones chinas en el mundo, privilegiando como destinos receptores a Brasil, Argentina, México, Ecuador, Chile y Venezuela. El financiamiento de China a la región entre 2007 y 2017 alcanzó 141 mil millones de dólares americanos, un monto que supera ampliamente el otorgado por instituciones financieras internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial (BM). Más aún, el Banco de China ha previsto líneas de crédito a la región por 25 mil millones de dólares anuales hasta el año 2025.

Desde un principio, el objetivo chino hacia la región ha sido claro y sin doblez, llegar a ser el principal socio comercial e inversionista bajo el diseño de la estrategia 1+3+6 que se traduce en un plan; tres motores: comercio, finanzas e inversión; y seis áreas estratégicas: energía y recursos, infraestructura, cultura, innovación científica y tecnológica, manufactura e informática.

El corolario de este acercamiento iniciado entre América Latina y China es la conectividad de la región al diseño de las Nuevas Rutas de la Seda. Este esquema, propuesto por China en el curso del año 2017 es el diseño de la estrategia para un cambio en el centro de gravitación del comercio mundial, el cual pasaría del eje Atlántico al Pacífico; pero además desplazaría al dólar posicionando en su lugar, al yuan y al petro-yuan como medios de pago internacionales, con lo cual también se modificaría la fisonomía del sistema financiero internacional conocido. La Ruta de la Seda del Pacífico proyectada cruzaría el océano hasta alcanzar el puerto de Ilo en el Perú y de allí por navegación fluvial continuaría hasta el Puerto de Acu en Brasil, que será el tercero más grande del mundo. Otro punto de esta ruta oceánica avanzaría por el canal de Nicaragua que conectaría con el Mar Caribe y de allí al Atlántico, cuya construcción fue iniciada, pero está detenida tras la quiebra de la empresa china.

El impacto de esta estrategia, compartida con Rusia al menos en el hemisferio norte por las rutas ferroviaria siberiana y la marítima que transitará por el Ártico, resultará en una nueva gobernanza del orden internacional dando al traste con la pretensión de Estados Unidos por erigirse en hegemón de la globalización capitalista.

El esquema propuesto por China está previsto pueda entrar en funcionamiento para el año 2049 y comprenderá el 62% del comercio internacional, vinculando a más de setenta países en cuatro continentes. Las rutas y franja como también se denomina en los documentos oficiales, a las Nuevas Rutas de la Seda comprenden la modernización y construcción de instalaciones portuarias, apertura de rutas marítimas, terrestres y ferroviarias que parten de China y conectan puertos y terminales en Asia, África, Europa y América Latina. En el mismo tendrán cabida economías y sistemas políticos con distintas orientaciones, incluyendo prácticas de libre comercio y democracias liberales con regímenes representativos.No en balde se ha dicho que hacia afuera, China despliega el pragmatismo en política comercial, pero puertas adentro es socialista.

La reciente guerra comercial de Estados Unidos con China, sus escaladas y previsibles desescaladas no son más que, un capítulo de esas fintas en la confrontación por la hegemonía del sistema capitalista global que abarca otros ámbitos como el diplomático, financiero o el militar. Otro tanto ocurre con el mapa de conflictos internacionales, pues la crisis de las dos Coreas, la guerra en Siria, el rompimiento de Estados Unidos del Acuerdo con Irán, el conflicto en el Kurdistán o la escalada creciente de conflicto y las presiones ejercidas sobre Cuba, Venezuela o Bolivia tienen entre sus móviles evitar a toda costa que sean zonas seguras o bien, engranen como eslabones del proyecto de las Nuevas Rutas de la Seda.

A la luz de esta influencia creciente y para revertir el posicionamiento chino y ruso en la región, el cual se afianzaría de lograrse la conexión a través de la Ruta de la Seda del Pacífico, a una sola voz, la élite política estadounidense, las corporaciones económicas y el complejo militar–industrial, junto a la burocracia de la política exterior, el sector defensa y el aparato de inteligencia concluyen en discursos, informes y reportes que la activa presencia de ambas potencias son una amenaza al interés de la seguridad nacional de los Estados Unidos. Así lo muestra el documento, la Postura Nuclear Revisada publicado a comienzos de 2018 por la Secretaría de Defensa de los Estados Unidos; en el cual sostiene la necesidad de poseer flexibilidad nuclear frente a las amenazas de ataques convencionales que encarnan China y Rusia junto a Irán y Corea del Norte.

La estrategia de contención estadounidense a China y Rusia en América Latina y el Caribe pasa por fortalecer su presencia económica y afianzar la articulación financiera, por ello que, luego de varios años de decrecimiento, las inversiones directas estadounidenses han ido recuperando terreno, hasta alcanzar en 2017 alrededor de 83 mil millones de dólares americanos direccionadas a los sectores de energía, manufactura y servicios, automotriz, textiles, telecomunicaciones y venta de armamentos. Al mismo tiempo se vigorizan las relaciones políticas y diplomáticas con los socios privilegiados para referirse a Brasil, Argentina,México, Colombia, Chile y Perú; presionar a otros y buscar meter en el corral las ovejas descarriadas de Cuba, Venezuela y Bolivia. En sí, se trata de recobrar plena influencia en lo que denominan escuetamente el patio trasero, refiriéndose al vasto territorio que abarca del sur del Río Grande a la Patagonia y se extiende por el arco de islas en el Mar Caribe. Para ello da por descontado tener el apoyo desde adentro de los gobiernos de derecha de orientación neo-liberal y régimen democrático representativo, alejados de lo que lleve el sello de nacionalismo, políticas redistributivas y justicia social, protección laboral o garantía y ampliación de derechos económicos a los trabajadores y sectores vulnerables de la sociedad, en dos palabras la ojeriza con el empoderamiento popular.

La ofensiva desplegada se ha venido proyectando sobre un eje temporal iniciado desde el año 2017 y al menos hasta el 2020, por cuanto dentro de este plazo están fijadas que se realicen una veintena de procesos electorales para la escogencia de gobiernos y poderes legislativos en la mayoría de los países de la región, abriendo la posibilidad de revertir los marcos constitucionales y la institucionalidad que han servido de soporte a los procesos políticos populares y progresistas iniciados una década antes, para asegurar el viraje regional a la derecha. Los medios para ese propósito que suelen entrelazarse entre sí, van desde el financiamiento extranjero a grupos y partidos políticos de derecha, hasta el cerco diplomático, la guerra mediática y la desestabilización para terminar por propiciar la caída del gobierno o un golpe de Estado. Por ello que Venezuela esté en el ojo del huracán ante la proximidad de elecciones presidenciales que reafirmen el triunfo del gobierno bolivariano presidido por Nicolás Maduro.

La política exterior estadounidense, siguiendo los predicados de la realpolitik ha puesto en movimiento diversas maniobras encubiertas o no con el objetivo de desacreditar y desmantelar la arquitectura de la nueva integración regional que forman los mecanismos alternativos representados por UNASUR, CELAC y ALBA-TCP creados en las pasadas dos décadas a partir del paradigma del multilateralismo, equilibrio y corrección de las desigualdades, orientación privilegiada a la cooperación sur-sur, reconocimiento de las asimetrías regionales y reafirmación de la independencia y el nacionalismo. Estos esquemas chocan con el mecanismo de negociaciones fundado en el bilateralismo y los tratados de libre comercio (TLC), tan beneficiosos para los Estados Unidos como desequilibrados para los países de la región dado las asimetrías existentes. En síntesis, representan un reto al restablecimiento del esquema de dominación, pues ya habían iniciado pasos en dirección a la articulación regional con las Nuevas Rutas de la Seda promovidas por China.

Por ello que el objetivo buscado no es otro que la implosión de los nuevos esquemas de integración regional y la restitución como legítimos de los foros y organizaciones regionales, en los cuales Estados Unidos ejerce influencia directa, contando además con la alianza estratégica conformada con Canadá y la Unión Europea en escenarios como la Organización de Estados Americanos (OEA), Mercosur, la Alianza para el Pacífico, el Sistema de Integración Centroamericano o las Cumbre de las Américas. En esos escenarios dependiendo del caso, actúan como miembros, observadores o bien, se dedican detrás del telón a mover los hilos de las marionetas en que se constituyen la Santa Alianza que en Mercosur suspendió la membrecía de Venezuela o el Grupo de Lima en el seno de la OEA y la Cumbre de las Américas; los cuales sirven de tenazas para aislar y eventualmente excluir a los Estados tildados de radicales o cuya definición sea democrática popular. Si en primera instancia esto abarca el escenario regional, también se proyecta el hostigamiento en las comisiones y órganos de las organizaciones internacionales universales como la Organización de las Naciones Unidas, para lo que resulta de utilidad el discurso de supuestas violaciones de los Derechos Humanos,vulneración de libertades democráticas o estar frente a una crisis humanitaria.

Otra dimensión en la cual actúa la diplomacia imperial es el despliegue de un cerco a los gobiernos de Bolivia, Cuba, Venezuela y Nicaragua formando para ello coaliciones de derecha, que si bien se movilizan haciendo un frente hoy contra Venezuela, mañana lo harán contra cualquier otro que no responda a sus intereses o para frenar a toda costa, el efecto dominó en la región, recelosos de la propagación y ascenso de los movimientos populares en sus luchas sociales y por demandas políticas de participación y cambios institucionales democráticos.

Al mismo tiempo, un aspecto es el respaldo incondicional y promoción de gobiernos regionales de derecha, con tal de cerrar el paso a China y Rusia, abrir las compuertas a las transnacionales estadounidenses y europeas adoptando regímenes favorables a las inversiones y también, frenar el ascenso de movimientos populares, importando poco si detentan una precaria legitimidad de origen por haber nacido de golpes blandos, vinculaciones con corrupción o creciente impopularidad. Para ello sirvieron las experiencias ensayadas de los golpes parlamentarios avalados por el poder judicial en los casos de los gobiernos de orientación popular en Honduras en contra del presidente José Manuel Zelaya y en Paraguay con el presidente Fernando Lugo.Esta nueva modalidad de golpe suave se ha puesto en acción en Brasil aplicando el impeachment que llevó a juicio y destitución a Dilma Rousseff y ahora, el intento de bloquear las aspiraciones presidenciales de Lula Da Silva promoviendo un enjuiciamiento cargado de elementos políticos ante el mayor descrédito del gobierno de Richard Temmer. Por lo demás, esta circunstancia se repite en el caso de Cristina Kirchner en Argentina, en medio de la caída en picada de la popularidad del presidente Mauricio Macri o la parodia de antejuicio de mérito al presidente Nicolás Maduro en Venezuela, promovida por un Tribunal de Justicia en el exilio sin fundamento constitucional alguno y sesionando desde el Congreso de Colombia o desde los Estados Unidos, lo cual revela las claras conexiones de injerencia en los asuntos internos venezolanos por parte de los gobiernos de esos países.

La presión diplomática va aparejada con una mayor presencia militar estadounidense a lo largo de América Latina; la cual a contracorriente del Tratado de Tlatelolco que proscribe las armas nucleares en la región (1967) y la Declaración suscrita por los países de la región en la II Cumbre de la CELAC (2014) estableciendo que América Latina es Zona de Paz persigue reafirmar su influencia en la formación doctrinaria de las fuerzas armadas latinoamericanas, suscribir pactos de asistencia y cooperación militar, incrementar las ventas de armamento y establecer bases militares y de operaciones antidrogas y de operaciones denominadas humanitarias bajo acuerdos especiales; las cuales, ya superan un largo listado de setenta instalaciones diseminadas por Argentina, Perú, Honduras, Colombia, Panamá y varios países más. Todas ellas coordinadas por el Comando Sur con sede en Florida, Estados Unidos. El esquema defensivo estratégico se amplía con al menos seis bases más, bajo control de la OTAN, emplazadas en Aruba, Curazao y varias islas del Caribe. Este dispositivo asegura el establecimiento de cordones sanitarios y eventualmente poder recurrir a la intervención militar rápida en cualquier punto geográfico de la región, con el pretexto de la amenaza de alianzas con Estados terroristas, supuestas crisis humanitarias, el Estado fallido asociado con el argumento de la violación de los derechos humanos y la supresión de libertades democráticas o simplemente recorriendo al argumento del Estado canalla.

En los años 80 del siglo pasado, finalizado el Conflicto Este-Oeste tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, Francis Fukuyama en su conocida obra titulada, El último Hombre y el fin de la Historia dibujó un mundo en el cual, todas las sociedades irían adoptando por igual el libre mercado, la democracia liberal representativa y los Derechos Humanos. Esta imagen era por lo demás, muy conveniente a los intereses que movían la expansión del capital sobre los países que habían formado la órbita socialista y sus áreas de influencia en otros continentes y para el discurso de la derecha neoliberal que políticamente construía el armazón internacional conveniente para plasmar la globalización en que se resumía. Han transcurrido casi cuarenta años desde entonces, en ese plazo, los acelerados cambios en las comunicaciones, las nuevas formas de internacionalización del sistema financiero, la transnacionalización de las empresas como nunca antes, la aceleración de innovaciones tecnológicas y sus aplicaciones en el campo militar han constituido factores sobre los cuales Estados Unidos y sus aliados europeos afianzaron la dominación imperial y el ejercicio de un poder hegemónico.

No obstante, nuevas fuerzas han emergido retando y pugnando por orientar el diseño del sistema internacional globalizado en otra dirección. Las Nuevas Rutas de la Seda son factor crucial de esa arquitectura. Si observamos detenidamente los recorridos y localización geográfica de aquellas y los emplazamientos de los principales focos de tensión y confrontación sean armados o no que hoy desestabilizan la paz internacional en Africa, el Oriente Medio, el sudeste del Pacífico y América Latina se revela un mapa de conflictos sujeto a los alineamientos o el aseguramiento del control estratégico de posiciones claves a lo largo de esas rutas, pues ellas son las casillas en el tablero de ajedrez que defina la gobernabilidad mundial en las próximas tres décadas.

frlandandaeta@hotmail.com