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Arrinconado por los conservadores e ignorado por los demócratas, el movimiento hispano, que el sábado ofreció una nueva demostración de fuerza en la jornada de protesta contra la ley discriminatoria de Arizona, ha empezado a volverse en contra de Barack Obama. El presidente, incapaz de encontrar los votos que permitan regular el problema migratorio a escala nacional, se ve impotente para ofrecer una respuesta satisfactoria para una comunidad que atraviesa por un momento decisivo de su historia.
El problema generado por la ley que criminaliza la inmigración ilegal en Arizona se ha convertido, al margen del desastre ecológico en el golfo de México, en la mayor preocupación de la agenda doméstica de la Casa Blanca y en el asunto que puede decantar la suerte de las elecciones legislativas de noviembre en muchos Estados del país.
Obama se encuentra atrapado en una tensión que, hasta el momento, lo ha paralizado. Por un lado, el caso de Arizona ha despertado un fuerte resentimiento antiinmigratorio entre una mayoría de la población que exige mano dura y acción inmediata. De otra parte, la comunidad latina ha reaccionado ante el hostigamiento con una energía desconocida en busca del apoyo del presidente, su aliado natural.
Obama, que prometió durante la campaña electoral una ley de inmigración en su primer año de mandato, reaccionó desde el principio en contra de la ley de Arizona. Pero, a partir de entonces, no ha encontrado los medios para combatirla. La posibilidad de que el fiscal general la desafiase ante los tribunales no se ha concretado aún, y el borrador de reforma presentado por un grupo de senadores demócratas hace 15 días no ha vuelto a ser discutido. En cambio, esta semana Obama anunció el envío de 1.200 soldados de la Guardia Nacional a la frontera con México, una medida destinada a calmar los temores de la población local por el deterioro de las condiciones de seguridad.
La comunidad hispana considera que esa no es la solución, que solo una ley migratoria y la legalización de más de 10 millones de indocumentados puede resolver el problema de raíz. De lo contrario, es muy probable que los latinos castiguen en las urnas no solo a los republicanos que se oponen -lo que se da por hecho- sino al presidente que no cumplió su palabra.
«Quizá la próxima vez no debería prometer una ley migratoria sin más, sino una ley migratoria a menos que ocurra A o B o C», ha declarado el congresista demócrata Luis Gutiérrez, tal vez la voz más representativa del actual movimiento hispano. «Yo no estoy atacando al presidente», añade, «le estoy recordando lo que prometió».
El caso tiene múltiples ramificaciones. Por un lado, lo que empezaron siendo manifestaciones de rechazo a la ley de Arizona se ha acabado convirtiendo, semanas después, en todo un movimiento reivindicativo con visos de perdurar. El pasado 1 de mayo salieron a la calle alrededor de un millón de personas en decenas de ciudades en todo el país. Esta semana, otras varias decenas de miles han viajado desde todos los rincones hasta Phoenix, la capital de Arizona, para demostrar la vigencia de su causa. Varios grupos y activistas han surgido en los últimos días, aprovechando la agilidad de los nuevos medios de comunicación, para multiplicar la audiencia de esta reivindicación.
La comunidad hispana está, pues, presente en la política norteamericana como nunca lo ha estado antes. Eso ha estimulado, a su vez, el surgimiento de otros grupos que creen necesario defenderse de los inmigrantes ilegales y reforzar las fronteras norteamericanas. El boicot a Arizona decretado por una veintena de ciudades de Estados Unidos ha sido contestado por el nacimiento de un movimiento denominado «buycott» que defiende la compra de productos de ese Estado. Sarah Palin, que ha concentrado su actividad desde hace tiempo en la denuncia de la inmigración ilegal, es la principal impulsora de ese grupo.
En medio queda Obama. El presidente no ganó las elecciones por el apoyo de los hispanos, pero puede perderlas sin ellos. En noviembre de 2008, el voto latino no fue suficiente para compensar la mayoría republicana en Estados como Tejas y Arizona, pero los demócratas avanzaron en ambos y confiaban en seguir haciéndolo hasta acercarse a la victoria en 2012. Eso está actualmente en peligro, y la primera prueba puede llegar el próximo noviembre. Mientras el voto conservador se ha movilizado a favor de los candidatos que se solidarizan con Arizona, el voto hispano -y sus apoyos en la izquierda- está en pleno proceso de decepción.
No existe una solución fácil. La reforma migratoria ha sido una batalla perdida antes por otros presidentes, incluido George Bush. En el tiempo reciente, la agudización de la violencia en México solo ha exacerbado la xenofobia y agravado la situación. La demagogia ha crecido, los casos de discriminación a los hispanos, incluso de abuso o maltrato, se han multiplicado. Al ser la casi totalidad de los ilegales de origen latino, su presencia aquí se ve, además, como una invasión que transformará este país. Políticamente, el problema se ha hecho más explosivo, casi inmanejable.
Los congresistas demócratas de distritos más conservadores o de mayoría anglosajona se resisten a respaldar una ley para legalizar a los indocumentados. Ante esa realidad, Luis Gutiérrez asegura que Rahm Emanuel, el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, le ha recomendado a Obama no dar ni un paso. Gutiérrez (y otros millones de Gutiérrez, García y González) intentarán obligarle a hacerlo.