La inflación anual se ubica uno o dos puntos por encima de la heredada en noviembre de 2015, después de marcar el 41 por ciento el año pasado. El empleo industrial retrocedió en cada uno de los meses hasta destruir casi 69 mil, y los puestos creados en el resto de la economía son precarios, de salarios bajos y monotributistas. El monto de deuda emitido es inédito por la magnitud en tan breve período. La tasa de interés de la deuda del Banco Central se ubica en el 30 por ciento anual, no muy lejos del pico del 38 por ciento anotado luego de la megadevaluación del 17 de diciembre de 2015. El déficit fiscal primario es más elevado que el recibido y el déficit financiero se ha empezado a descontrolar. La fuga de capitales es muy intensa, en los mismos niveles de los peores años de los gobiernos kirchneristas. Los dólares demandados para el turismo al exterior alcanzan valores máximos de la serie. Las reservas del Banco Central son mayores que las contabilizadas el 10 de diciembre de 2015, pero han sido engordadas con un frenético endeudamiento externo. El déficit comercial es récord histórico y el de cuenta corriente se ubica entre los peores registros. Retrocedió el ingreso real de los trabajadores y de los jubilados, y las perspectivas para el año que se inicia son negativas, con haberes previsionales que seguirán retrocediendo con la propuesta oficial de modificar la movilidad. Aumentó el desempleo de 5,9 a casi 9,0 por ciento. El crecimiento del PIB de este año apenas compensa la caída del anterior, y las proyecciones para el 2018 son cada vez más prudentes. Economistas de la city empezaron a vociferar que el tipo de cambio real está muy atrasado. La inversión productiva es insuficiente, la proveniente del exterior es insignificante y la especulativa fomentada por el Banco Central es la única que se hace presente. En el mejor escenario, el año terminará con una variación nula del consumo luego de un 2016 malísimo.

La economía está en crisis.

La potente anestesia de la deuda permite a los analistas no definir el actual escenario económico como una crisis.

La inmensa red de propaganda pública y privada además hace inmensos esfuerzos para disimular la crisis, mientras el gobierno busca distraer la atención con la persecución a políticos, periodistas, medios de comunicación y dirigentes sociales de la oposición.

Esa sintética descripción de la evolución y estado de las principales variables luego de 24 meses de gobierno de Cambiemos revela que la economía fue lanzada a una crisis, que todavía no tiene las manifestaciones de una aguda, como las que generaron traumas sociales, pero cuyos síntomas son indisimulables.

Fueron tan brutales las crisis argentinas (el estallido de la tablita en 1982, la hiperinflación de 1989-1990 y el derrumbe de la convertibilidad en 2001) que el consenso de economistas lleva a no considerar como tal una de estancamiento, persistente deterioro socio laboral, acelerada concentración de la riqueza, insustentabilidad financiera y acumulación de pronunciados desequilibrios de las cuentas públicas y externas.

Matriz

El gobierno de Mauricio Macri cumple la mitad de su mandato con casi todas las variables económicas con peores resultados de cuando las recibió. Existe la evaluación autoindulgente de oficialistas que culpa a los años del “populismo kirchnerista” del fiasco de la economía macrista. Expresan así mediocridad analítica y un conocido comportamiento de negación de la ortodoxia y de la heterodoxia conservadora, que desvía la responsabilidad de su propia inconsistencia teórica y práctica hacia el mundo de los políticos o a las limitaciones que impone la organización socioeconómica argentina, ambos factores que actuarían como restricciones para desplegar la política económica correcta. Por ahora tienen a favor la cobertura mediática que colabora en la estrategia de distracción para la construcción de una realidad ficticia acerca de la situación económica heredada. Así van dibujando la memoria social del pasado reciente.

La ortodoxia económica con el acompañamiento de los grandes medios conservadores y la entonces oposición estuvieron batallando durante años acerca de la existencia de una crisis que no había. Como se explicó en varias oportunidades en esta columna, la economía en el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner transitó por un sendero de tensiones que se acumulaban por la irrupción de la restricción externa (escasez relativa de divisas), que era abordada con estrategias heterodoxas, con resultado dispar.

La clave en 2015 se encontraba en definir cuál era el camino para enfrentarla con menor costo: la elección presidencial en balotaje entregó el gobierno a una fuerza política que decidió repetir, con matices propios, otras experiencias de intervención con matriz ortodoxa.

El saldo es la actual crisis económica.

Memoria

Como en otros momentos históricos, partieron de un diagnóstico erróneo de cómo funciona la economía argentina, insistieron con la política económica que ya se probó fallida y obtuvieron entonces el mismo resultado. Como la realidad es esquiva, plantean entonces que las dificultades presentes exigen la necesidad de emprender una transformación general de las instituciones, de las pautas culturales de la población y de la estructura económica y social. Lo llaman “reformismo permanente”.  Para tener éxito, la ortodoxia económica propone que lo que se conoce como Argentina, con sus tradiciones, historia y conflictos, deje de serlo. Es una exigencia mayúscula para que un proyecto económico neoliberal pueda funcionar.

Los conservadores hoy en la Casa Rosada hablaron durante años como opositores de la existencia de una crisis como parte de su campaña de propaganda, hasta ofrecer la excelencia publicitaria de denominarla asintomática, para terminar diseñando su propia crisis. No es necesario saber cómo será el desenlace o cuándo sucederá, pero las actuales cifras y la tendencia de las principales variables están mostrando su existencia.

Los gobiernos democráticos desde 1983 han convocado a la memoria corta de la sociedad para generar condiciones de aceptación a sus políticas, algunas favorables para las mayorías y otras promotoras de la concentración de la riqueza y la exclusión social. Raúl Alfonsín apelaba a la dictadura; Carlos Menem al caos económico de la hiperinflación; Néstor Kirchner al estallido del 2001. La estrategia de indicar momentos críticos de la memoria histórica de la sociedad, además de la normal expectativa social de aspirar a que a un nuevo gobierno le vaya bien, tiene una duración de cuatro años, según revelan esas experiencias políticas. Pasado ese lapso empiezan a crujir. CFK no tuvo posibilidad de ese colchón de años durante su gestión y fue construyendo el apoyo popular para su gobernabilidad durante ocho enfrentando a diferentes factores de poder, hasta un nivel que la terminó agotando por acorralamiento.

Mauricio Macri va distrayendo los muy malos resultados de los denominados fundamentals (variables relevantes) de la economía con la persecución a políticos, periodistas, medios de comunicación críticos, dirigentes sociales y acentuando la demonización K. De esa forma busca respaldo a sus medidas regresivas. Con la referencia de las mencionadas experiencias políticas, todavía le queda margen puesto que recién ha transcurrido dos años de gobierno.

Elecciones

Después del oportuno crecimiento, conocido en la jerga de economista como “rebote del gato muerto”, cuando las estadísticas positivas se comparan contra un muy mal año anterior, coincidente con los meses de la elección de medio término, la economía regresó a su estado recesivo. Los primeros datos sectoriales de noviembre muestran caídas del consumo masivo y de la producción de autos. El tarifazo en luz y gas, los fuertes aumentos en otros servicios, el alza de los combustibles y el ajuste en alimentos han preparado el terreno para un diciembre con una tasa de inflación estimada del 3 por ciento. No aparecen indicios de que en 2018 habrá alivio por el frente inflacionario.

En los meses previos a las elecciones, la economía fue impulsada por medidas de aliento a la demanda agregada, vía el gasto público (obras públicas) y el fomento del crédito hipotecario y al consumo (por ejemplo, Argenta de la Anses). La maquinaria electoral del macrismo en el gobierno nacional y en la Provincia de Buenos aires no hizo nada que no conociera. Hizo lo que el PRO desplegó con Macri como Jefe de Gobierno y continúa ahora Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires. Obras públicas de proximidad, con especial dedicación en las visibles (asfalto, veredas, plazas), en el año impar electoral, financiadas con un impresionante endeudamiento público externo e interno. Ganadas las elecciones, el gasto público en capital (obras públicas) disminuye abruptamente para enviar señales de austeridad. Son mensajes dirigidos a los financistas para persuadirlos de que sigan prestando, con el horizonte de iniciar una nueva ronda de marketing de gobierno a fines del año próximo con vista a las elecciones presidenciales de 2019 y, fundamentalmente, para seguir estirando el desenlace de la crisis.

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